POR WALTER SANTORO *
Estas crónicas están basadas en la correspondencia personal de Gardel y de los testigos que vivieron esta verdadera gesta junto a él, los hechos relatados ocurrieron hace 90 años y cada nota corresponde a lo ocurrido una semana antes del momento relatado.
Finalizado el rodaje de “El día que me quieras”, Gardel y su equipo estaban trabajando afanosamente en los últimos detalles de “Tango Bar”, el siguiente film, próximo a realizarse.
Por otra parte, ya estaba definida una gran gira por algunos países de Latinoamérica y que serviría de publicidad para su tercera película, “El día que me quieras”.
Por esta razón Gardel mandó a llamar sus guitarristas José María Aguilar, Ángel Domingo Riverol y Guillermo Barbieri, que habían llegado a Nueva York el 31 de enero para sumarse a la gira.
Gardel aprovechó el intervalo entre películas para ensayar con ellos y preparar el repertorio; de esta manera, los primeros días de febrero hubo sesiones diarias de ensayos en la residencia del Zorzal.
Terig Tucci, músico colaborador de Gardel contó detalladamente uno de los ensayos: “Esa mañana teníamos otra cita. Cuando llegué al departamento estaban los guitarristas esperándome. El día amenazaba tormenta. Uno de los frecuentes huracanes que se originan en la región del Caribe, se acercaba a Nueva York.
Apenas comenzamos los ensayos empieza a oírse el preludio de la tormenta, las ominosas amenazas de los truenos. Se siente el cambio en la atmósfera; hay una densa alfombra plomiza de incertidumbre suspendida sobre el aire pesado de la ciudad. Se acentúan los relámpagos. El pavoroso impacto de los elementos envuelven el ambiente en toda su magnitud. Se ha desatado la tormenta. El pesado torrente ruidoso de la lluvia, la inexorable impetuosidad de los vientos, la imponente majestuosidad de los truenos, se combinan para producir un efecto de pavoroso terror. Nos quedamos pegados a los cristales de la ventana, fascinados ante el majestuoso espectáculo. Un llamado telefónico de los estudios de la Paramount nos advierte que se habían suspendido las actividades del día. La lluvia y el vendaval continuaron intermitentes hasta bien entrada la noche.
La escasez de visitantes en ese día inclemente nos dio amplia oportunidad de ensayar con fructuosos resultados. Gardel parecía hipnotizado oyendo los sonoros acordes de las guitarras acompañando sus canciones. Y mirándome con una sonrisita de triunfo anotó:
—¿No te lo dije, viejo? Espera que lleguen las guitarras. A mi vez, yo también estaba encantado del éxito de nuestros ensayos, pero no dejó de zaherirme la observación de Gardel.
¿Quiere decir —me preguntaba a mí mismo— que todos nuestros esfuerzos por inculcar en nuestro artista la apreciación de un buen fondo orquestal han sido en vano? Las incursiones que hicimos a la Opera Metropolitana para ver Carmen, La Bohéme, Otelo; la asistencia a los conciertos sinfónicos de Toscanini y Walter para oír a Debussy, Mahler, de Falla, ¿han caído en saco roto? ¡Qué acertado había estado Castellano, notó Gardel la deprimente impresión que me había causado su observación, y vino a mi rescate noblemente! Riéndose, aclaró:
—Lo que quise decir es que otra cosa es con guitarra.
Hubo un par de bromas recíprocas, con la mejor buena intención ... y yo me di por satisfecho. Por otra parte, el acompañamiento de los excelentes guitarristas de Gardel no se limitaba ya a los acordes de primera, segunda y tercera, de que hemos hablado antes; se habían filtrado en las canciones ciertas sutilezas armónicas, como las que habíamos introducido en los arreglos orquestales, que satisfacían a Gardel de un modo excepcional. Así pues, me di por satisfecho.
*Presidente de la Fundación Internacional Carlos Gardel.
Publicado en LA PRENSA.
https://www.laprensa.com.ar/Gardel-ensaya-con-sus-guitarristas-556092.note.aspx
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