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...." el pueblo recoge todas las botellas que se tiran al agua con mensajes de naufragio. El pueblo es una gran memoria colectiva que recuerda todo lo que parece muerto en el olvido. Hay que buscar esas botellas y refrescar esa memoria". Leopoldo Marechal.

LA ARGENTINA DEL BICENTENARIO DE LA PATRIA.

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“Amar a la Argentina de hoy, si se habla de amor verdadero, no puede rendir más que sacrificios, porque es amar a una enferma". Padre Leonardo Castellani.

“
"La historia es la Patria. Nos han falsificado la historia porque quieren escamotearnos la Patria" - Hugo Wast (Gustavo Martínez Zuviría).

“Una única cosa es necesario tener presente: mantenerse en pie ante un mundo en ruinas”. Julius Evola, seudónimo de Giulio Cesare Andrea Evola. Italiano.

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domingo, julio 31, 2016

Arturo Enrique Sampay el ideólogo de la Constitución Argentina de 1949 y padre del constitucionalismo social en la Argentina.

Arturo Enrique Sampay nace en la Ciudad de Concordia, provincia de Entre Ríos, la Argentina el 29 de Julio de 1911.
Conocido como el ideólogo de la Constitución Argentina de 1949 y padre del constitucionalismo social en la Argentina.
De ideas radicales yrigoyenistas en sus inicios, desarrolló luego un pensamiento socialcristiano, adhiriendo al peronismo naciente y se desempeña como asesor de Perón y de Domingo Mercante.
En 1929 defendió activamente la campaña por la nacionalización del petróleo impulsada por el presidente Hipólito Yrigoyen y el general Enrique Mosconi.
En la Universidad Nacional de La Plata se recibe  de abogado en 1932 con brillantes calificaciones. Realizó diversos estudios de posgrado en Suiza, con Dietrich Schindler, en Milán con Monseñor Olgiati y Amintore Fanfani, y en París con Louis Le Fur y el filósofo francés católico Jacques Maritain.
Fue concejal en Concordia por la UCR, se vinculó a FORJA –grupo puente entre el yrigoyenismo y el movimiento de adhesión al Coronel Perón como parte de  la Unión Cívica Radical Junta Renovadora, uno de los tres partidos que la sostuvieron.
El Vicepresidente Hortensio Quijano pertenecía precisamente a la UCR - Junta Renovadora.
En 1946 fue designado fiscal de la Provincia de Buenos Aires durante la gobernación de Domingo Mercante. 
Una investigación sobre la evasión de la Bemberg y la CADE lo tiene de protagonista.
Fue colaborador del Presidente del Banco Provincia, Arturo Jauretche.
Fue convencional constituyente electo por la provincia de Buenos Aires  por el peronismo en 1949, con destacada actuación como presidente de la comisión redactora y miembro informante de la reforma constitucional que entre sus posturas incluían la organización de la riqueza y la intervención estatal, nacionalización de minerales, petróleo, carbón, gas y otras fuentes de energía, y de los servicios públicos.
“Los servicios públicos pertenecen originariamente al Estado, y bajo ningún concepto podrán ser enajenados o concedidos para su explotación. Los que se hallaren en poder de particulares serán transferidos al Estado, mediante compra o expropiación con indemnización previa, cuando una ley nacional lo determine”.
En 1952 es fiscal de Estado en la provincia de Buenos Aires.
Su alejamiento de la militancia activa y protagonismo se produjo a finales del en momentos en que Perón se distancia de Domingo Mercante y cuando rompió relaciones con la Iglesia católica en 1954.
Después del golpe del ’55, en Montevideo, sigue siendo proscripto.
En 1970 se incorporó al Instituto Argentino para el Desarrollo Económico (IADE), del que fue Presidente, como así también fundador y Director de la revista "Realidad Económica" en 1971.
En 1973 saludó la vuelta del peronismo al poder y recuperó la cátedra universitaria como profesor de derecho constitucional, aunque no ocupó cargos oficiales durante el gobierno justicialista.
Fue conjuez de la Corte Suprema de Justicia de la Nación (1973-1976) y miembro de la Comisión contra la Discriminación Racial de las Naciones Unidas.
El infausto golpe cívico-militar al gobierno de la primera mujer en ejercer el cargo de Presidente (o Presidenta como se decía en "la era CFK") de María Estela Martínez Viuda de Perón del 24 de marzo que instaura la junta militar de Videla-Massera-Agosti  lo despoja  a Arturo Sampay de su cargo y lo cesantea en la UBA.
La editorial  EUDEBA publicó en 1975 “Las Constituciones de la Argentina (1810-1972)”, pero este libro fue sustraída de la venta.
Fallece en la ciudad de La Plata el 14 de febrero de 1977.

domingo, febrero 21, 2016

21 de febrero de 1976: fallecía en Montevideo el Coronel Domingo Alfredo Mercante.

El corazón de Perón.


I. El camino hacia el poder.

El 21 de febrero de 1976 fallecía en Montevideo el coronel Domingo Alfredo Mercante, a quien Evita llamara “El Corazón de Perón”. El otro, el músculo cardíaco propiamente dicho del General, había dejado de latir menos de dos años antes, el 1 de julio de 1974. Fue entonces, en el Hall de Honor del Palacio del Congreso que tuvo lugar la despedida de esos dos viejos amigos devenidos en amargos desconocidos.
Se habían comenzado a tratar 40 años antes, durante un curso en la escuela de suboficiales en la que ambos eran profesores y desde su reencuentro en la Inspección de Tropas de Montaña que dirigía el general Farrell, fueron inseparables, hasta el distanciamiento que no pocos analistas posteriores considerarán uno de los dos hechos más trágicos de la historia del peronismo. Ambos participaron en la creación del GOU –Mercante con el número 1; Perón con el 19–, la logia militar que impulsará a Edelmiro J. Farrell a la presidencia y catapultará a Perón a los primeros planos de la política nacional.
Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo, supo decir Arquímedes explicando la potencia y posibilidades de la palanca. Para Perón, esa palanca fue primero el GOU e, inmediatamente después, el anodino Departamento del Trabajo que convirtió en Secretaría de Trabajo y Previsión, donde fue secundado por Mercante desde la Dirección General de Trabajo y Acción Social. Ésta, y la trayectoria sindical de su padre en el gremio ferroviario, serán a su vez las palancas de Mercante, quien laboriosamente tejerá la red de relaciones del grupo de coroneles revolucionarios con un sector muy significativo del movimiento obrero, encabezado por el dirigente mercantil socialista Ángel Borlenghi y el abogado de la Unión Ferroviaria Juan Atilio Bramuglia. Y, a despecho de uno de los más caros hitos de la mitología peronista, será justamente Mercante el verdadero promotor y articulador de la reacción obrera ante el encarcelamiento de ese arremetedor coronel, ya por entonces tenido por ser “el primer trabajador”.

Las condiciones de Perón.

Es también Mercante el autor de la “salida política” que permite destrabar la situación, salvando así al gobierno de Farrell y, en consecuencia, la experiencia nacionalista y regeneradora iniciada por el ejército en 1943: liberación de Perón, seguida de su renuncia a todos los cargos, llamada a elecciones para febrero del año siguiente y candidatura de Perón a la presidencia. A cambio, Farrell se comprometía a sancionar las medidas centrales propuestas por el Consejo Nacional de Posguerra que Perón había creado el año anterior, sin las cuales y llegado el caso, no estaba dispuesto a asumir la presidencia: estatización del Banco Central, nacionalización de los depósitos bancarios y creación del Instituto Argentino de Promoción e Intercambio, IAPI, que daba al Estado el monopolio del comercio exterior. Todas ellas, en efecto, sancionadas entre el 24 febrero (cuando contra todas los previsiones, Perón se impuso en las primeras elecciones limpias desde los tiempos Yrigoyen, hará en estos días nada menos que 70 años) y el 4 de junio de 1946, fecha fijada para la asunción del nuevo presidente.
Entretanto, tan sólo una semana después del 17 de octubre, los sindicalistas afines a Perón habían creado el Partido Laborista, que sería presidido por el telefónico Luis Gay, secundado por Cipriano Reyes y dirigentes de casi todos los gremios.
Los primeros crujidos se sintieron cuando Luis Gay, que había sido lanzado como candidato a senador por la capital, fue reemplazado por el marino conservador Alberto Teisaire, mientras Mercante, a quien Perón pretendía en la Secretaría General de la Presidencia, propuesto por los laboristas para la vicepresidencia, debía dejar lugar al radical Hortensio Quijano.
Los partidos que apoyaban al candidato a presidente eran tres: el Laborista (que finalmente le aportaría el 80% de los votos), la Junta Renovadora (una escisión del radicalismo) y el Partido Independiente, una fracción de los conservadores. Desde la Junta Nacional de Coordinación Política, Atilio Bramuglia cerró esa primera brecha provocada por las nominaciones de Teisaire y Quijano: los laboristas tendrían en 50% de los cargos electivos mientras el otro 50 % se repartiría, por mitades, entre ex radicales y conservadores.
Mientras Perón promovía para la gobernación bonaerense al radical renovador Alejandro Leloir, tras sucesivos regateos, los laboristas obtenían de Mercante la aceptación de la candidatura a gobernador de la provincia de Buenos Aires.

Un gobernador que dejará huella.
Sólo en forma relativamente reciente la gestión de Mercante al frente de la mayor de las provincias argentinas comenzó a ser estudiada y, en suma, revindicada, tanto en el aspecto político (con inusual capacidad fue deshaciéndose de los condicionamientos que le imponían los laboristas fortaleciendo el nuevo Partido Único de la Revolución Nacional, pronto denominado Peronista) como en la reorganización del Estado provincial, y una gestión de gran eficiencia, particularmente centrada en la reforma agraria –distribuyendo 130 mil hectáreas expropiadas a grandes terratenientes–, el desarrollo industrial, el crédito generoso, la creación de obra pública, la construcción de un gran cantidad de escuelas y hospitales, las viviendas obreras y el desarrollo del turismo social (el tradicional “chalecito peronista” fue, hasta su defenestración, conocido como “chalet Mercante” y, contrariando otros de los más preciados mitos del peronismo, se debe al gobierno de Mercante la creación de la República de los Niños, la expropiación del actual Parque Pereyra Iraola y la construcción del complejo turístico de Chapadmalal, inaugurado en 1948 y poco después cedido a la Fundación Eva Perón, creada ese mismo año).
Mercante supo reorganizar el Estado y revolucionar la obra de gobierno basándose en un gabinete en el que convivían conspicuos integrantes del grupo Forja, como el ministro de Hacienda Miguel López Francés y el de Educación Julio César Avanza, radicales renovadores y personas de su íntima confianza, secundados por funcionarios aún más jóvenes (los ministros de Mercante oscilaban entre los 30 y los 35 años) ya no venidos de ninguna formación política anterior sino surgidos del propio Partido Peronista. Contó además con dos incorporaciones de enorme significación y trascendencia: las del fundador de FORJA Arturo Jauretche al frente del Banco Provincia y, como fiscal de Estado, la del joven y brillante abogado Arturo Sampay, proveniente de los núcleos socialcristianos.
Los frutos de la obra de Perón al frente del ejecutivo nacional y de Mercante en la provincia de Buenos Aires se verán tan sólo dos años después cuando, encabezando la lista de diputados constituyentes, el gobernador obtenga un aplastante 65% de los votos contra el 28 % cosechado por la UCR. Naturalmente, Domingo Mercante fue elegido para presidir la convención que sancionaría una las constituciones más progresistas de la época. Ese sería el momento culminante de su carrera política, que se opacaría muy poco después.

           
Arturo Sampay en 1949.

II. La Constitución de 1949.

Domingo Mercante, testigo de casamiento, estrecho amigo y colaborador de Juan Perón, artífice de la reacción obrera del 17 de octubre y cada vez más popular gobernador de la provincia de Buenos Aires, presidió la convención constituyente que, tras celebrar su reunión preparatoria el 24 de enero de 1949, sesionó durante todo el mes de febrero y aprobó un nuevo texto el 11 de marzo, jurándolo cinco días después.
Si bien la voz cantante la llevó su fiscal de Estado Arturo Sampay, considerado el padre del constitucionalismo social argentino, el rol de Mercante no fue decorativo. Por el contrario, no sólo se entrevistó numerosas veces con Perón, en una ocasión al menos para convencerlo de las virtudes del artículo 40, sino que en el domicilio del periodista nacionalista José Luis Torres había conformado su propio “brain storm” integrado, entre otros, por Jorge Del Río, Raúl Scalabrini Ortiz, Arturo Jauretche, Sampay y el propio Torres. Fue ese grupo el que dio origen al célebre artículo que sancionaba el monopolio estatal del comercio exterior, la propiedad inalienable de la nación sobre el subsuelo y las fuentes energéticas, la obligación del Estado de prestar los servicios de forma directa, estableciendo un cálculo indemnizatorio por expropiación de empresas de servicios públicos que, inspirado en la doctrina social de la Iglesia, computaba como amortización los excedentes obtenidos por sobre una ganancia razonable.
Perón nunca quedó convencido de los beneficios que reportaría ese incómodo artículo: por un lado, si en el futuro podría crear complicaciones –de ser necesario, como el presidente ya preveía, recurrir a la inversión extranjera para lograr el autoabastecimiento energético–, un artículo en una Constitución –y hasta una Constitución misma– difícilmente eran garantía de nada, al menos en un país donde la regla parece ser la de arrasar con la obra del gobierno anterior, empezando todos los días todo de nuevo, como suelen hacen los orates.
Si tales eran los temores de Perón, el tiempo demostraría que no le faltaba razón: el artículo 40 complicó las negociaciones con la California Oil Company para la exploración de yacimientos petroleros y fue usado como argumento por aquellos que justamente no lo habían votado, como el inveterado oportunista Arturo Frondizi y la entera oposición radical. Por otra parte, la Constitución más moderna y más votada de la historia argentina fue anulada mediante un bando militar por el golpe de estado que había comenzado por anunciar que no habría vencedores y vencidos, siguió con la persecución ideológica, los despidos de empleados públicos, el encarcelamiento de dirigentes políticos, artistas y líderes sindicales, ató al país a las políticas del FMI y reinició un proceso de endeudamiento, comenzando así la lenta y sistemática destrucción de la industria nacional, la extranjerización de la economía y un ciclo de violencia política que ensangrentaría al país durante los siguientes 25 años. El artículo 40 y la propia Constitución nacional no consiguieron impedir nada.

mercante perón y cámpora
Mercante habla, Perón y Héctor Cámpora escuchan.
Si non e vero…
El historiador Norberto Galasso, en su muy documentada historia de Perón, da cuenta de una versión según la cual, al día siguiente de una última reunión con Sampay y Mercante, Perón envía al Congreso a su secretario Juan Duarte con la orden de suspender el tratamiento del artículo 40. Casual o intencionadamente, Duarte es demorado en la entrada del edificio y Sampay, advertido, apura el tratamiento del proyecto, para lo cual habría contado con la aquiescencia de Mercante.
Es posible que esto haya ocurrido y que algunos círculos lo calificaran de un acto de deslealtad, pero es dudoso que Perón adhiriera a esa sospecha: en el punto que mayores roces creó con la oposición –la reelección presidencial– y que, en los hechos, podía disgustar más al gobernador bonaerense, en tanto era ampliamente considerado como el seguro sucesor de Perón en la Presidencia de la República, Mercante se comportó con indudable lealtad, tanto a su amigo como a sus ideas: de hecho, fue el promotor del artículo 78 que autorizaba la reelección presidencial.
La prueba de que la amistad seguía incólume se vería un año después, cuando Mercante se presentara a elecciones para completar el período de seis años de gobierno que establecía la nueva Constitución, Eva Perón en persona participaría muy activamente en su campaña y junto a Perón presidirían el acto de cierre realizado en Avellaneda.
Debe observarse, además, que Perón y su viejo amigo y colaborador habían tenido anteriormente algunas serias diferencias. De acuerdo a ley de estatización del Banco Central y la nacionalización de los depósitos bancarios en que los bancos privados y provinciales quedaban bajo el control del Central, en su carácter de empresa mixta (integrada por capitales privados y del estado provincial) el Banco provincia sería una sociedad anónima sujeta a las mismas limitaciones que el resto de la banca, a lo que Mercante se opuso: si la provincia de Buenos Aires no podía decidir sobre su propio banco, no existía ninguna posibilidad de autonomía provincial. Era, de alguna manera, la invocación de los fundamentos para la estatización del Banco Central, pero aplicados ahora a la soberanía del estado provincial.
El Estado nacional retrocedió ante la firmeza y los argumentos de la provincia y mediante un decreto el Poder Ejecutivo reconoció que el banco no era mixto sino que pertenecía a la provincia de Buenos Aires, tras lo cual el gobernador designó a Arturo Jauretche en la presidencia del directorio.

Scalabrini Ortiz
Raúl Scalabrini Ortiz
El “mercantismo”
Al frente del gobierno bonaerense, Mercante fue ganando un progresivo reconocimiento, tanto por su labor administrativa, la amplitud y extensión de las obras públicas, su política agraria, y la eficiencia y transparencia en el manejo de los fondos, como de sus permanentes acuerdos con los sectores progresistas y nacionalistas de la oposición radical. Y mientras dentro del Partido Peronista cobraba influencia y poder un grupo de dirigentes autoidentificado como “mercantista”, que ya controlaba el distrito bonaerense, en las elecciones de 1950 Mercante duplicaba la cantidad de votos obtenidos por su principal contrincante, el radical Ricardo Balbín, obteniendo el 63% de los votos y, por primera vez, una amplísima mayoría en las cámaras.
Tras la sanción de la nueva Constitución nacional y su reelección al frente de la provincia de Buenos Aires, Domingo Mercante había dejado de ser el sucesor de Perón para convertirse en el seguro candidato a la vicepresidencia, pero seguía siendo El Corazón de Perón.
¿Cómo fue que, menos de dos años después, su estrella dejaría de brillar casi con la instantaneidad con que se extingue la luz de una lamparita eléctrica?

III. Piedras en el zapato

La década del 50 comenzaba plagada de negros presagios. En el plano político, una oposición cada día más cerril desconocía la validez de la nueva Constitución y se volcaba a una conspiración con los sectores más reaccionarios del ejército. Mientras comenzaban los preparativos de los primeros actos terroristas, los encuentros secretos entre el radical Arturo Frondizi, el socialista Américo Ghioldi, el demócrata progresista Horacio Thedy y los conservadores representados por Reynaldo Pastor con militares de triste memoria como Julio Alsogaray, Tomás Sánchez de Bustamante y Alejandro Agustín Lanusse darían sus frutos en septiembre de 1951, con el frustrado alzamiento del general Benjamín Menéndez.
En 1950, además, comenzaría una prolongada huelga ferroviaria, que a su masividad y alto acatamiento sumaba un carácter “salvaje”: convocada por ignotas comisiones de enlace al margen de los dirigentes de la Unión Ferroviaria, sólo pudo ser dominada un año y medio después al disponerse la militarización de los trabajadores del sector.
Si bien el gobierno había sobrellevado anteriormente y padecería después numerosos conflictos gremiales, uno tan serio y prolongado con un gremio de vieja tradición de lucha, cuya “lealtad peronista” no estaba en cuestión, revelaba con claridad que la consolidación del peronismo de ningún modo implicaba la desmovilización de los trabajadores, empeñados en materializar en el plano económico las indudables conquistas políticas obtenidas en esos años.
Ese conflicto en particular, en que los aguerridos ferroviarios desbordaron por completo a su organización gremial, revelaba las fisuras y debilidades de un sistema de organización y conducción fundado en la cristalización de una burocracia interna más en sintonía con los deseos de la cúspide que con las exigencias de la base.

La caída de los precios.
El caldo de cultivo de esta conflictividad política y social será la crisis económica en ciernes, provocada por la concurrencia de dos factores: la brutal caída del precio internacional de cereales y oleaginosas y una muy prolongada sequía, con la consiguiente disminución de las cosechas, que hubiera arruinado a miles de productores, de no ser por el siempre tan denostado IAPI: al monopolizar el comercio de importación y exportación, a través del Instituto, el Estado se había apropiado de la renta extraordinaria generada fundamentalmente por la producción agrícola de la pampa húmeda, volcándola al fomento de la industria. Por otra parte, al concentrar la comercialización de granos, Perón había tenido la esperanza de influir decisivamente en el precio internacional, tal como décadas después, harían los países petroleros con la creación de la OPEP.
A partir de la caída de los precios y los estragos provocados por la sequía, sumados a una creciente inflación, que en algún momento llegaría hasta el 35% anual y que amenazaba con malquistar con el gobierno a sectores que habían sido los principales beneficiarios de sus políticas, el Instituto pasó a subsidiar a los productores rurales, evitando su quiebra. La concurrencia de estos factores agudizó un problema estructural de la economía argentina, originado en el desigual desarrollo entre el agro y la industria: la recurrente restricción de divisas en cada oportunidad en que el país pretende desarrollarse industrialmente.
Nuestra industria es víctima de cuatro subdesarrollos: el tecnológico, el de un mercado de escala relativamente pequeña, el de inversión, y el ideológico-cultural debido al cual no ha surgido jamás en la historia argentina una clase verdaderamente comprometida con el desarrollo industrial. De ahí el rol preponderante que, en cada período industrializador, ha tenido el Estado (ya fuera por medio de Fabricaciones Militares o de IAME, ya en forma directa) en la investigación tecnológica, la protección económica a la pequeña industria y la gran inversión, por lo general dilapidada por gobiernos posteriores, como fue el caso de Somisa y Altos Hornos Zapla antes y, más recientemente, de las centrales nucleares y de Arsat, por dar un par de ejemplos al paso.

Jauretche
Arturo Jauretche
Los dos caminos.
El subdesarrollo de la escala y el mercado necesarios para la creación de una industria competitiva, obliga a la protección arancelaria, al subsidio de insumos (por ejemplo, los energéticos) a créditos a tasas muy bajas, a la creación de vastas obras de infraestructura y al fomento de las exportaciones, debiéndose tomar en cuenta que, debido al atraso tecnológico, el incremento de la actividad industrial supone un acusado aumento de las importaciones, sin que las exportaciones industriales alcancen todavía a compensar esa sangría de divisas. De ahí que el Estado deba apropiarse de la renta extraordinaria de la producción agraria para volcar esos fondos al fomento del desarrollo industrial, cuyo principal pivote es el consumo interno basado en el pleno empleo y los altos salarios.
Se trata de una compleja arquitectura que cruje y empieza a hacer agua cada vez que se desploma el precio de los commodities. Y que se agrava cuando esa caída coincide con una crisis económica internacional, que cierra aun más los mercados, provocando, también, altos excedentes en la producción de las economías más desarrolladas. Este excedente, a bajo precio, supone un enorme peligro que se cierne sobre la producción industrial nacional.
Las opciones en esta disyuntiva son dos: persistir en el proceso industrializador acentuando las medidas proteccionistas y fomentando el mantenimiento de empleos y salarios, o abandonarlo, con el consiguiente descalabro social, recurriendo al endeudamiento externo para financiar la restricción de divisas, lo que históricamente ha significado el inicio de un círculo vicioso de difícil salida.
Perón, que al frente del Consejo Nacional de Posguerra había estudiado detenidamente las falencias y errores del yrigoyenismo, así como de las opciones elegidas para sobrellevar la crisis del 30, se decidió por proseguir el ensayo industrialista. Sus estrategias fueron el desarrollo y la investigación tecnológica, el autoabastecimiento energético, la protección industrial, la búsqueda de un mercado interno de mayor envergadura mediante la integración continental, el control de precios, el aumento de la productividad, la reducción de la conflictividad social y el silenciamiento de la oposición.
Las consecuencias políticas serían la acentuación de los rasgos autoritarios del gobierno, la verticalización de las fuerzas propias, la exacerbación del personalismo y, consecuentemente, la cristalización alrededor de la figura de Perón de una elite parasitaria, adulona y administradora del poder del “jefe”, autoerigida en custodia de la ortodoxia de un proyecto del cual era ajena y que no hizo más que acentuar las consecuencias negativas de la construcción política a la que Perón se vio –o se creyó– obligado.
Domingo Mercante sería una de las más emblemáticas víctimas propiciatorias de esa corte y de la profundización de esa estrategia política. Pero no la única.

IV La era del hielo.

El endurecimiento de las relaciones con la oposición, el disciplinamiento y verticalización de las fuerzas propias, la acentuación de las tendencias autocráticas y personalistas y la conformación de un séquito servil, administrador del poder de Perón y, a la manera de una casta sacerdotal, intérprete de su voluntad y su palabra, fueron las consecuencias del recrudecimiento de las acciones de la oposición política, las dificultades provocadas por la crisis externa y la agresión y bloqueo al que el país era sometido por parte del gobierno estadounidense.
Como siempre, todo problema se puede agravar o atenuar de acuerdo al contexto que, en este caso, era la sucesión presidencial. El primer escollo había sido removido por la nueva Constitución en la que, como hemos visto, el gobernador bonaerense Domingo Mercante había tenido destacada actuación: gracias al artículo 78 Perón podía ser reelecto al frente del Poder Ejecutivo, alejando así los fantasmas de una segura crisis política al interior del movimiento peronista. Sin embargo, sin llegar a la profundidad que esta habría tenido, la nominación de su compañero de fórmula –en la que hasta poco antes el popular gobernador bonaerense había sido “número puesto”– provocaría un auténtico tembladeral dentro del oficialismo.

Nos sobran los motivos.
Existen varias teorías que intentan explicar el distanciamiento entre tan estrechos amigos como lo habían sido Perón y Mercante. Hay quienes sostienen que la autonomía exhibida por Mercante tenía que despertar los recelos de un presidente cada vez más autocrático, lo mismo que su popularidad, tanto entre las bases peronistas como entre una oposición que, sincera o calculadamente, no cesaba de elogiarlo al tiempo que se enfrentaba más y más al presidente. En tanto, otros culpan del desencuentro a la sanción, contrariando los deseos de Perón, del artículo 40 de la nueva constitución, y no faltaron quienes –muy interesadamente a fin de librarse de un rival interno tan peligroso–, atribuyeran a oscuros manejos de Mercante –ex interventor del gremio, con el que además estaba históricamente muy relacionado– la continuidad, extensión y profundidad de las huelgas de la Unión Ferroviaria que habían tenido en vilo al gobierno durante 1950 y 1951.
El motivo, sin embargo, podría también buscarse en la creciente inquina que le iba tomando Eva Perón a medida que se afirmaban las posibilidades del gobernador de ocupar el segundo lugar en la fórmula presidencial.

El Renunciamiento y sus consecuencias.
Los sindicalistas José Espejo, Armando Cabo, Isaías Santín, Florencio Soto –conocidos como “Los Mosqueteros de Evita”– y la propia Abanderada de los Humildes querían que la vicepresidencia fuera ocupada por la Abanderada de los Humildes, a la sazón, luego del presidente, la personalidad más influyente del momento.
Evita se ocupó de descalificar al gobernador bonaerense ante el presidente del bloque peronista de diputados Ángel Miel Asquía y el subsecretario de Prensa y Difusión Raúl Alejandro Apold, acusándolo de querer ocupar el lugar de Perón en las inminentes elecciones, según revelaría Miel Asquía una década después. Y mientras Apold eliminaba de los medios de prensa el nombre y la imagen de Mercante, la propia Abanderada de los Humildes promovía la candidatura a gobernador bonaerense de Carlos Vicente Aloé, un hombre por completo ajeno a los círculos mercantistas. El 22 de agosto de 1951, la CGT proclamaba la candidatura de Evita a la vicepresidencia, inquietando a los círculos militares.
Pero no se trató tan sólo de la oposición militar. Al colocar a Eva Perón en primer lugar de la línea sucesoria, la nominación tenía un alto valor simbólico, pero escasa utilidad práctica y hasta resultaba contraproducente: el poder y la libertad de acción de Evita al frente de la Fundación era sensiblemente mayor al que tendría en la presidencia del senado, para peor, sometida a diversas obligaciones burocráticas. Es decir, la ganancia sería escasa y los costos, demasiado altos.
Perón cortó por lo sano y decidió no cambiar de caballo en medio del río. El matungo en cuestión era el anciano político correntino Hortensio Quijano, su anterior compañero de fórmula, que falleció muy poco después.
Las razones que llevaron al renunciamiento de Evita pueden ser muchas y siguen siendo, en realidad, tan misteriosas como las que provocaron el distanciamiento entre Perón y Mercante, pero resultó un contundente mensaje hacia el interior del movimiento peronista: si nada menos que la Abanderada de los Humildes había debido dar un paso al costado, quedaba claro que ya no había lugar para el disenso y las construcciones independientes de la voluntad de la conducción y su círculo más íntimo.

Disparen contra Mercante.
El disciplinamiento tiene lugar en forma acelerada y, en el caso de Mercante, el nuevo gobernador Aloé dispone el desplazamiento de la administración del último mercantista, intenta a toda costa borrar de la memoria la obra de su predecesor, censura su imagen y su nombre de la prensa oficial y hace arrancar de más de 1600 escuelas la fechas de inauguración y toda referencia al gobierno durante el cual se habían construido. A la vez, el ex ministro de hacienda Miguel López Francés, y el de Educación, el poeta Julio César Avanza, eran detenidos y procesados por malversación de fondos. Que las acusaciones eran infundadas quedaría en claro cuando a principios de 1955 fueran declarados libres de culpa y liberados por el Poder Judicial.
En una suerte de amarga “justicia poética” el propio Carlos Vicente Aloé, “El Peroncito”, “El burro bonaerense” “El que no sabía dibujar una O con un vaso”, se convertiría, en breve, en uno de los funcionarios más difamados de la época, víctima de las más injustas y crueles descalificaciones, repetidas alegremente por la oposición, pero nacidas de las entrañas de la poderosa subsecretaría de Prensa y Difusión en la que campeaba Raúl Alejandro Apold.
En 1953, un tribunal presidido por el almirante Alberto Teisaire decidió la expulsión de Mercante del propio partido que con tanto tesón había contribuido a crear.

V. Un nuevo comienzo.

El desplazamiento y posterior expulsión en 1953 del partido peronista de Domingo Mercante, sin ser su causa, constituyó un símbolo del proceso de declinación que sufriría el gobierno de Perón durante su segunda presidencia.
Con Mercante salían del gobierno y hasta de la actividad política misma –al tiempo que otros acentuarían su ostracismo–, viejos y nuevos luchadores, íntimamente comprometidos con la causa nacional, como Arturo Jauretche, Raúl Scalabrini Ortiz, José Luis Torres, Arturo Sampay, Francisco José Capelli, Juan José Hernández Arregui, “Los mosqueteros de Evita” José Espejo, Isaías Santín, Armando Cabo y Florencio Soto, y, junto a la persecución judicial sobre Miguel López Francés y Julio César Avanza, comenzarían a ser víctimas de asombrosos casos de sectarismo y autoritarismo intelectuales tan emblemáticos como José María Rosa –raleado de la Universidad por negarse a afiliar al Partido Peronista–, o Leopoldo Marechal –debido a su irregular situación matrimonial–, llegándose al desplazamiento y salida del país, aun contra la voluntad del presidente, del más notable de los ministros de Perón, el neurocirujano Santiago Carrillo. En tanto, el artífice de la constitución Arturo Sampay debió escapar del país disfrazado de sacerdote católico.
Al igual que los arriba mencionados, Mercante guardó silencio y se recluyó en la actividad privada, rehusándose a hacer el caldo gordo a una contrarrevolución que mostraba los dientes y afilaba sus cuchillos.
Que la restauración conservadora no tendría lugar por vías pacíficas o electorales daría cuenta el resultado de la elección del vicepresidente que debía reemplazar al fallecido Hortensio Quijano: con un 63% de los votos resultaría electo para el cargo el melifluo y poco conocido Alberto Teisaire. Nadie podía imaginar cuántos votos habría sacado Perón de haberse presentado como candidato a vicepresidente de sí mismo.

Factor de unidad nacional.
Si la expulsión de Mercante fue un símbolo de la declinación del gobierno peronista, no menos simbólico resultó el encumbramiento de un personaje tan sinuoso como Teisaire. Luego de producido el golpe de septiembre de 1955, Mercante, que no necesitaba darle tiempo al nuevo gobierno para reconocer su catadura y que no había ocupado cargo alguno en los tres años anteriores, salió del país buscando refugio en Uruguay, en tanto Teisaire se presentaba espontáneamente ante las nuevas autoridades para acusar a Perón de los mayores crímenes y abusos.
A diferencia de la actual, aquella sociedad argentina todavía conservaba cierta capacidad de repugnancia, y el súbito travestismo político de uno de los jerarcas del gobierno depuesto provocó la repulsa general. Teisaire se convirtió, sin quererlo, en un factor de unidad entre peronistas y antiperonistas, que no podían ponerse de acuerdo en nada, excepto en repudiar a tan ruin personaje.
Con el exilio de Perón, la anulación de la Constitución, el arrasamiento de las conquistas sociales, la persecución política y la prisión de miles de activistas, comenzó un lento proceso de resistencia y reconstrucción del movimiento peronista en el que tuvieron especial papel nuevos cuadros y activistas políticos y sindicales y, no casualmente, los viejos militantes desplazados por los muchos Teisaires que habían medrado y seguirían medrando entre los pliegues de un movimiento de tamaña envergadura.
Mientras los Teisares se travestían y las bases peronistas se “autoconvocaban” para la resistencia, recuperando el espíritu libertario de los primeros años del peronismo, tenían lugar varios intentos de dialogar con las nuevas autoridades –tal el encabezado desde la cárcel por el Presidente del Consejo Superior del Peronista Alejandro Leloir, rechazado por los sectores intransigentes y fulminantemente desautorizado por Perón–, o los esfuerzos por construir un peronismo sin Perón.

La culpa era de Perón.
Junto a la convicción de que el “ciclo de Perón” había llegado a su fin, había general consenso entre los núcleos dirigentes en que las tendencias personalistas del conductor junto al desacierto que había mostrado en la elección de sus últimos colaboradores, por lo general reclutados entre los adulones, hacían necesaria la organización e institucionalidad del movimiento. Nacía así el “peronismo sin Perón”, representado en un primer ensayo por el ex canciller Juan Atilio Bramuglia (creador del partido Unión Popular), un neoperonismo que pronto se revelaría funcional, pero ya no a la institucionalización del peronismo, sino a la del régimen de la restauración conservadora.
Por su parte, por iniciativa de Francisco José Capelli, los antiguos militantes de Forja –que habían formado parte del círculo “mercantista” y habían sido expulsados durante las grotescas “purgas” de Teisaire–, sumamente críticos a lo que consideraban la megalomanía del ex presidente, planeaban la reorganización partidaria en base a la figura de Perón. Pero, en las brutales palabras del agobiado embajador Carlos Pascalli, a la sazón exiliado en Panamá, “evitando que su intervención revuelva el picadero de la inferioridad, repitiendo los errores anteriores”, para lo que proponía “usarlo con una envoltura de seguridad o caja de bloqueo formada por hombres bienintencionados, enérgicos y con antecedentes”.
Carlos Pascalli, exasperado tras una incómoda convivencia con el General en un pequeño departamento de dos ambientes, sin duda expresaba un extremo rayano en la demencia de ese sector que puso en marcha el llamado “Congreso Postal de Exiliados” a partir del cual se proponían institucionalizar un “peronismo con Perón”.
El General, que había optado por apoyarse en los sectores más intransigentes, bendijo el intento, pero a la vez se ocupó muy cuidadosamente de que no tuviera éxito. “No hay que olvidarse –explicó en una carta al comando de Santiago de Chile– que este es un juego de vivos en el que gana el que puede pasar por tonto, sin serlo”.
Más allá de su astucia y su innegable capacidad, la tremenda fortaleza de Perón para imponer su voluntad tanto sobre sus enemigos como sobre sus amigos, radicaba en su popularidad y la certeza de que la acción de gobierno de sus sucesores no haría más que acrecentar la estima de la suya en la memoria de los argentinos.
Mercante, por su parte, se mantendría en silencio y alejado de cualquier tejemaneje político, limitándose a prestar un último servicio a Perón, quien le pedirá, desde Caracas, que sondeé la opinión de los dirigentes peronistas en relación a un eventual acuerdo electoral con Frondizi. Pero nunca más volvieron a verse hasta la lluviosa tarde de julio de 1974 en que un anciano Domingo Mercante se presentó en el Hall de Honor del Congreso para despedir a su viejo amigo y compañero.
Siempre, en todo proceso, habrá personas de la integridad de Mercante, despreciables oportunistas como Teisare y líderes que, como Perón, más allá de sus errores, miserias y pequeñeces, harán de la lealtad a su pueblo una vocación y una conducta, granjeándose la gratitud y simpatía de los sectores populares.
En cualquier caso, en todos los tiempos se cuecen, se han cocido y se seguirán cociendo casi las mismas habas.

miércoles, junio 24, 2015

Arturo Sampay conocido como el ideólogo de la Constitución Argentina de 1949.

Arturo Sampay.
“Sampay fue el más destacado de los constituyentes que dieron forma y contenido a la Constitución Nacional de 1949. Diseñó la arquitectura constitucional al pensamiento y al proyecto político de Perón. El espíritu de la redacción definitiva de la Constitución de 1949 nació, preferentemente del pensamiento y acción de Arturo Enrique Sampay, que integró la Asamblea Constituyente como convencional que representaba a la provincia de Buenos Aires” (Jorge F. Cholvis, “Palabras Liminares. Arturo Enrique Sampay: La Constitución y la Justicia Social”, en Arturo Sampay, Ciencia Política y Constitución).
“El Derecho Constitucional argentino se ha desenvuelto dentro de etapas evolutivas que han ido desde el caudillismo, pasando por el liberalismo individualista, hasta la admisión de preceptos sociales. Es lógico que así sea, por cuanto –después de la primitiva organización patria- las constituciones europeas y americanas estuvieron inspiradas en la ideología liberal que quedó inserta en los textos nuestros de 1853 y 1860. Y tras la Segunda Guerra Mundial comenzaron a inspirarse en principios sociales que, también encontramos en nuestro texto de 1949” (Alberto González Arzac, “Caudillos y Constituciones”).
“La reforma constitucional convierte en bienes de la Nación todos los minerales, las caídas de agua, los yacimientos de petróleo, de carbón y de gas, y cualquier fuente natural de energía, con excepción de las vegetales; los hace bienes públicos que no se pueden desafectar, enajenar ni conceder a particulares para su explotación, es decir, transfiere esos bienes a la categoría de propiedad pública nacional y establece el monopolio del Estado para su explotación, introduciendo además, como consecuencia, un cambio profundo en el régimen jurídico de las minas respecto del vigente en el Código de minería..." (Arturo E. Sampay).

Fuente de información: Historia del Derecho (Facebook).

Arturo Sampay  nacido el 28 de julio de 1911 en Concordia, Entre Ríos es conocido como el ideólogo de la Constitución Argentina de 1949.
Realizó sus estudios secundarios en el histórico Colegio Nacional de Concepción del Uruguay y los universitarios en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de Universidad Nacional de La Plata donde adhirió a la radicalismo yrigoyenista y se recibió de abogado en 1932 y se recibió de abogado en 1932.
Luego realizó diversos estudios de posgrado en Suiza, con Dietrich Schindler, en Milán con monseñor Olgiati y Amintore Fanfani, y en París con Louis Le Fur y Jacques Maritain.
En 1945 fue uno de los radicales que adhirieron naciente peronismo. 
En 1946 fue designado fiscal de la Provincia de Buenos Aires durante la gobernación de Domingo Mercante. En 1949 fue elegido convencional constituyente de la Convención que sancionó la Constitución Argentina de 1949, de claro contenido justicialista, que permitió la reelección de Juan Domingo Perón, entre otras cuestiones  y en  1951 publicó el libro “Introducción a la teoría del Estado”, “Constitución y pueblo”, “Las constituciones de la Argentina entre 1810 y 1972 con introducción”.
Es definido como el padre del “constitucionalismo social” en nuestra Argentina.
“En 1952 Domingo Mercante, cuya posición se había deteriorado dentro del peronismo a raíz de versiones que le atribuían aspiraciones a suceder a Perón, fue desplazado de la vida pública con el visto bueno del propio Perón; a ello se sumó en 1954 el conflicto del gobierno con la Iglesia Católica. La sumatoria de estos dos factores significaron que Sampay, quien pertenecía al grupo de Mercante y al nacionalismo católico, también fuera perseguido por el propio peronismo al que pertenecía. Disfrazado de sacerdote y con identificación falsa debió escaparse, primero al Paraguay, luego pasó a Bolivia y, finalmente, a Montevideo.
Con el derrocamiento de Perón por la Revolución Libertadora la persecución continuó, esta vez ejecutada por los antiperonistas. Recién pudo volver a la Argentina en 1958 luego de que asumiera el presidente Arturo Frondizi, aunque no se le permitió reasumir sus cargos docentes en la Universidad.
En 1968 fundó y comenzó a dirigir la revista Realidad Económica, activa desde entonces, que se convirtió en una de las más importantes del país en su género. No fue sino hasta 1973, en que se le reconocieron sus cargos docentes universitarios, pero enfermó poco después, falleciendo en 1977” (Wikipedia).

sábado, noviembre 15, 2014

IMPOSICIÓN DEL NOMBRE "DR. ALBERTO GONZÁLEZ ARZAC" AL INSTITUTO DE HISTORIA DEL DERECHO DEL COLEGIO PÚBLICO DE ABOGADOS DE LA CAPITAL FEDERAL.

En su sesión de fecha 30 de Octubre de 2014 el Consejo Directivo del Colegio Público de Abogados de la Capital Federal aprobó lo solicitado por el Instituto de Historia del Derecho, en el sentido de asignar el nombre del Dr. Alberto Ricardo González Arzac a dicho Instituto.

Alberto Ricardo González Arzac nació el 27 de enero de 1937 en Mar del Plata, cuando su padre el Capitán de Fragata Rodolfo González Arzac, era el primer jefe de la reciente instalada base de submarinos. Realizó sus estudios primarios en la ciudad de Buenos Aires, en una escuela pública del barrio de Núñez situada en la calle Arcos y Correa. Completó el Colegio Nacional y la Universidad en La Plata, donde se recibió de abogado y doctor en Ciencias Jurídicas y Sociales. En la década de los años ’50 fue dirigente juvenil del radicalismo platense hasta que (hacia 1960) ingresó al Peronismo, que por entonces estaba en la clandestinidad y con su líder en el exilio. La intensa militancia política no le impidió trabajar durante sus estudios. En 1956 participó de la fundación del gremio de empleados judiciales en La Plata, interviniendo en la huelga al año siguiente. Tampoco descuidó su formación realizando diversos cursos de especialización en disciplinas jurídicas y económicas. Asimismo escribió sus primeros trabajos en revistas especializadas y aún continúa siendo asiduo colaborador de numerosos diarios y publicaciones periódicas. En 1959 los anales de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de La Plata le publicaron una monografía sobre delitos electorales y en 1962 el Consejo Federal de Inversiones le editó un libro sobre la Zona Latinoamericana de Libre Comercio. En aquellos momentos inició la elaboración de artículos reivindicatorios de la Constitución de 1949, arbitrariamente derogada por el gobierno militar del General Aramburu en 1956. Esos trabajos llegaron a publicarse en revistas de circulación masiva, como “Todo es Historia” y Polémica”, cumplimentando acabadamente el objetivo perseguido por el autor. Incluso el general Perón desde su exilio en Madrid le hizo llegar su felicitación. Desde entonces ha tenido una proficua labor, escribiendo diversos libros, entre los que se destacan “La Constitución de 1949” (1971), “La Esclavitud en la Argentina” (1973), “Lineamientos Regionales del Plan Trienal” (1973), “El Papelón de Manuel Quintana” (1974), “Sampay y la Constitución del Futuro” (1982), “La Torta Menguante” (1982), “Federalismo y Justicialismo” (1984), “Caudillos y Constituciones” (1994), “Pablo Ramella. Un jurista en el Parlamento” (1999) y otros. El enfoque dado a sus obras puede deducirse de la personalidad de quienes las prologaron: Alfredo Eric Calcagno, Pablo Ramella, Arturo Peña Lillo, Fernando García Della Costa, Fermín Chávez rubricaron esos trabajos, invariablemente consecuentes con su prédica nacional y popular. Ha ocupado funciones públicas, como Secretario General de la Gobernación en la Provincia de Buenos Aires (1962-63), Secretario General del Consejo Federal de Inversiones (1973-76), Inspector General de Justicia de la Nación (1989-90). También fue titular de cátedras universitarias en las Facultades de Derecho (UBA.), Ciencias Económicas (Univ. de Lomas de Zamora) y Ciencias Políticas (Univ. John F. Kennedy). Integraba actualmente el cuerpo académico del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, del que fue Presidente en dos ocasiones. González Arzac ha destacado como sus grandes maestros en Ciencia Política y Derecho Constitucional a Arturo E. Sampay y a Pablo Ramella, catedráticos que fueron constituyentes en 1949 y eminentes pensadores con quienes tuvo amistad personal. En su concepción histórica ha señalado la influencia de José María Rosa, de quien fue alumno y a quien defendió cuando el gobierno militar lo llevó a los estrados judiciales. Y en materia económica se formó junto a Alfredo Eric Calcagno, a quien lo liga una fraternal relación desde la juventud. Las convicciones forjadas en años de estudio y militancia política impidieron a González Arzac colaborar en el proceso privatizador del gobierno de Menem. De allí que en 1990 denunció las primeras privatizaciones de Entel y Aerolíneas Argentinas, renunciando a la función que ocupaba e iniciando una acción opositora dentro del Peronismo, en la que consideró al “menemismo” como una desvirtuación de la Doctrina de Perón y Evita. El Dr. González Arzac falleció en Buenos Aires el 3 de junio de 2014. 
Fuente de información e imagen: http://institutojuanmanuelderosas.blogspot.com.ar/

lunes, agosto 04, 2014

Argentina: Derecho, tango y poesía en Alberto González Arzac.

Argentina: Derecho, tango y poesía en Alberto González Arzac.

Durante la orgía privatizadora del menemismo tan celebrada por comunicadores y dirigentes políticos, empresariales y sindicales, González Arzac se opuso a la entrega del patrimonio nacional y renunció a su cargo de Inspector General de Justicia de la Nación. Ocurrió en tiempos en los que pocos eran los objetores de conciencia capaces de aguar la fiesta  de la pizza y el champagne a los celebrantes locales del “fin de la historia” de Francis Fukuyama.

Carlos María Romero Sosa / Especial para Con Nuestra América
Desde Buenos Aires, Argentina.

Si bien entre los cultores de las ciencias políticas en el país, no fue Alberto González Arzac (1937-2014) el primero ni el único en darse tiempo para ejercitar las vocaciones artísticas y literarias (Juan Bautista Alberdi, en tanto músico,  y José Manuel Estrada,  en tanto orador de vuelo, son símbolos y antecedentes de esas poco comunes conjunciones estéticas y jurídicas), ciertamente su labor fructificó tanto en obras académicas sobre las ideas filosóficas -tributarias de Giambattista Vico- del napolitano Pedro de Angelis, la reacción antipositivista de nuestro Coriolano Alberini, el promovido internacionalismo católico de Pablo A. Ramella y el ideario en materia de Derecho Público de su maestro Arturo Enrique Sampay, de tan fundamental importancia en la reforma constitucional de 1949, como en los distendidos dibujos de  románticos patios porteños o nostálgicas galerías provincianas y en los rostros de las más  diversas personalidades que con aire caricaturesco pero nunca burlesco, ilustran firmados con sus iniciales ARGA, varios de sus libros.
Además el doctrinario expositor, que argumentaba con bien aprendida lógica aristotélica,  supo abrir el espíritu a la inspiración poética: resultando de ello la letra de la Cantata al Bicentenario musicalizada por la pianista y compositora Susana Morello y hasta un libro de poemas: “Vivencias en rimas” publicado en la ciudad de Buenos Aires en 2007 por Quinqué Ediciones.

González Arzac, estaba a la vez abierto al mundo de la vida y concentrado en el severo estudio interdisciplinario, como que su figura representa en la Cultura Nacional la antítesis delespecialismo. Sintetizó las vertientes de una tradición no empuñada ni empañada con prejuicio reaccionario  –si por formación tuvo alguna rigidez la exorcizó pronto- y de la innovación constructiva ajena a la improvisación irresponsable. Miraba el pasado con interés, curiosidad, respeto siempre; empeñoso por recibir de la  historia “la advertencia de lo porvenir” como  se alude en el capítulo noveno de  Don Quijote de la Mancha. Pero no practicaba la religión de las tumbas del anatema de Nicolás Avellaneda y en todo caso hallaba vivas, trasmitidas de generación en generación y de sangre en sangre, las líneas rectoras de su propio accionar intelectual y político. Así por ejemplo, su antepasado, el militar y periodista Buenaventura de Arzac, aquel “unitario malo” según la clasificación rosista que recogió José Mármol en su novela Amalia,  lo enraizaba a partir de los testimonios de su  lucha  contra el invasor inglés vencido en 1806 y 1807, con los combates ideológicos llevados a cabo por sus mentores de FORJA, o por Diego Luis Molinari y José Luis Torres. Y más tarde por los  esforzados compañeros de la militancia antiimperialista de su adscripción a un justicialismo sin heterodoxias neoliberales, en que Alberto se batió hasta el final de sus días. (Durante la orgía privatizadora del menemismo tan celebrada por comunicadores y dirigentes políticos, empresariales y sindicales, se opuso a la entrega del patrimonio nacional y renunció a su cargo de Inspector General de Justicia de la Nación. Ocurrió en tiempos en los que pocos eran los objetores de conciencia capaces de aguar la fiesta  de la pizza y el champagne a los celebrantes locales del “fin de la historia” de Francis Fukuyama. Otro tanto hizo el jurista Guillermo Frugoni Rey, que dejó la Subsecretaría de Derechos Humanos al firmarse el indulto a los genocidas del Proceso.)                                                     

También una tradición, para el caso la de los constitucionalistas poetas, despuntó sin hacer ruido en él, epígono por derecho propio de Joaquín V. González, el poeta de la prosa en “Mis Montañas” y más tarde el traductor de las Rubayyatas de Omar Kayyán.  En rigor de justicia tan discípulo espiritual resultó ser del riojano, como lo fueron también el sanjuanino Pablo A. Ramella, autor de varios refinados poemarios que conservo en mi biblioteca dedicados en su hora por el ex Senador Nacional y ex Ministro de la Suprema Corte de  Justicia de la Nación, y Germán Bidart Campos que quizá por excesivo sentido autocrítico, publicó solo en contadas ocasiones colaboraciones en verso  pero que no dudó en escribir en enero de 1990, en el diario La Prensa, una nota llena de admiración hacia Gabriela Mistral. 
                                     
La poética de González Arzac, marplatense por nacimiento, estudiante universitario en La Plata después y orgulloso vecino porteño de los barrios de San Cristóbal y de Balvanera finalmente, aletea sin lastre críptico, experimental o rupturista en un sostenido y distendido vuelo popular; algo coherente con el antiacartonamiento y la falta de solemnidad del autor. En “Vivencias en rimas” en ocasiones se alternan versos de ocho y de nueve sílabas en un simpático renqueo que no lastima el oído del lector y denota un repentismo de intención payadoresco. Su lírica es por momentos sentenciosa a lo Martín Fierro: “Las estaciones del año/ son emociones distintas/ que volcadas sobre un paño/ muestran emociones distintas.” En otros pasajes está embebida de la picaresca tanguera o se luce con leves, amables y algo emocionadas  reminiscencias por tiempos mejores, donde a lo Discepolín no está ausente la crítica social y hasta política: “Mundo porco fue siempre/ desde tiempos de Colón, pero ahora de repente/ vino la globalización.” 

No es extraño que un estudioso de la canción de Buenos Aires haya abrevado en sus temas emblemáticos y encendido sus tonalidades características, por momentos con claroscuros de pasión y tristeza, actividad y desgano, romanticismo e inspiración criolla, para recrearlos con su propio verbo. En 2010 celebró en un libro que cuidó y editó  Alberto Verdaguer al “Tango patrimonio de la humanidad” y antes, en 2007, el mismo año que vio la luz su colección poética, analizó y dio a conocer en las páginas de “Tango aborigen” (Quinque), escrito en colaboración con su esposa, la socióloga Marisa Uthurralt, trabajo merecedor de un prólogo de Osvaldo Guglielmino, datos y elementos varios que tienden a demostrar las influencias culturales y lingüísticas del patrimonio indígena sobre el tango. Para avalar cada proposición al respecto se enumeran en la parte final voces del vocabulario quechua, guaraní y araucano presentes incluso en los títulos de tangos clásicos como “El choclo” de Ángel Villoldo y letras varias, una de Enrique Santos Discépolo, o “La morocha” de Ángel Villoldo y Enrique Saborido, ““Canchero” de Celedonio Flores y Arturo Vicente Bassi, “Yuyo verde” de Homero Expósito y Domingo Federico, “Adiós, Pampa mía” De Ivo Pelay, Francisco Canaro y Mariano Mores, ““Che papusa, oí” de Enrique Cadícamo y Gerardo Matos Rodríguez y “Che bandoneón de Homero Manzi y Aníbal Troilo. (Con respecto a estos dos últimos temas, vale la pena anotar que la investigadora Aurora Alonso de Rocha, con postura contraria en su libro “Hablar es un placer sensual. Lunfardo campero tumbero” (Prosa, Buenos Aires, 2014),  niega  la génesis mapuche  y tehuelche del término “Che” en tanto sufijo indicativo de pertenencia a un pueblo y también la guaraní, un posesivo que significa “mi” en esa lengua, inclinándose por rastrear otros orígenes de la voz como el gallego y el galaicoportugués.) 

Más allá de nuevas hipótesis como la anotada, el estudio de González Arzac y Uthurralt  es una original incursión por donde pocos transitaron antes, sí el afinado José Gobello  en su Diccionario Lunfardo, estudioso del que Alberto me comentó en una carta fechada el 27 de enero de 2005, a propósito de la recepción de mi opúsculo sobre la correspondencia literaria y política cursada entre Carlos G. Romero Sosa y Gobello en los años 1945 y 1946: “sus obras lunfardas y tangueras las conozco muy bien”. 
                                
Asimismo “Tango aborigen” resulta demostrativo de que el nacionalismo popular de González Arzac no tenía demasiados puntos de encuentro con el hispanismo al cabo europeizante y defensor del imperialismo decadente español en  oposición al británico impuesto como dogma por el nacionalismo clerical y oligárquico argentino, con sus principales representantes dados a denunciar la supuesta “leyenda negra” y al mismísimo Bartolomé de las Casas y hasta fantasear con delirantes restauraciones virreinales. Al contrario, la preocupación por las comunidades indígenas se evidenció durante su gestión en el Consejo Nacional de Inversiones al promover la creación del Fondo de Artesanías Regionales y en 1985 como asesor de la Convención Constituyente de la provincia de Salta, que sancionó a iniciativa de González Arzac en el artículo 15 de su texto, una cláusula relativa a la protección e integración de los aborígenes. (Anoto que según me contó en otra de sus cartas, en esos tiempos de actividades oficiales cumplidas en la capital salteña, conoció la labor historiográfica de mi padre.)
                                                                            
La patria –esa “provincia de la tierra y del cielo” que cantó Marechal, se erige raigal en varias de sus rimas que dicen de terruños muy concretos abarcados por la sensibilidad en tensión de añoranzas: “Mar del Plata me hamacó/ con el vaivén de las olas/ porque en sus playas nació/ esta modesta persona.”

O bien: “La Plata es la juventud/ retozando por los parques./ La Plata es en plenitud/ bullicio de colegiales./ La Plata es la longitud/ que tienen sus diagonales./ La Plata es la excelsitud/ de los goles de Estudiantes./ La Plata es el bosque y tú/ escondida entre los árboles./ La Plata es la tenue luz/ de tus ojos celestiales.” (La Plata)

Alberto González Arzac, cantor de cosas sencillas con sentimiento profundo y hacedor de rimas con “magia que aprehende el alma de los seres” a juicio de su amigo y compañero peronista Fermín Chavez, puso calidez de abrazo humanitario, fraterno o  enamorado, quizá conocedor del reclamo del beato Federico Ozanan: “la tierra se enfría y es necesario abrazar el mundo en una red de caridad”. “Y Justicia” habría agregado Alberto. Exaltó sin cursilería el  amor a la esposa, no con himnos grandilocuentes sino con coplas juguetonas y diáfanas: “Qué felices somos/ cuando despertamos/ estando de novios/ después de casados.”

No pretendió erigirse en poeta civil y ni siquiera debió sentirse plenamente poeta: “Una rima no alcanza a ser poema (…) No siempre quien rima es poeta. Pero seguramente lo hace para dar una expresión diferente a pensamientos que no encuadran en el lenguaje prosaico”, aclaró al comienzo de “Vivencias en rimas”. Sin embargo y pese a las dudas sobre su condición, son fáciles de rastrear en la producción lírica de Alberto González Arzac ciertos elementos, así el tono social, caros a su generación literaria con la que ignoro si se identificaba.  Propiamente la Generación del 60 de Juan Gelman y Francisco Urondo –en ambos casos más que desde el punto de vista cronológico ya que estarían por nacimiento en el límite de la anterior Generación del 50, sí por la temática desarrollada tanto por el autor de “Violín y otras cuestiones” cuanto por el de “Larga distancia”, de aceptar la clasificación de Luis Ricardo Furlan-, o plenamente de Marcos Silber, Alfredo Carlino, Héctor Negro, Luis Navalesi  y los demás integrantes del grupo El Pan Duro, entre otros creadores.

En sus estrofas hay compromiso y rasgos de valiente rebeldía ciudadana al insinuar en varios pasajes la crítica social cuando no explicitarla: “Hoy estuve con Homero/ cantando tristes milongas./ Porque vimos que al obrero/ la pena se le prolonga./ Él invocó a la Justicia/ para ver si se nos da/ lo que con tanta malicia/ nos han venido a quitar.” Solidario, hermanado con los humildes, lo estuvo por añadidura con aquellos creadores que se identificaron con el pueblo y que como en el caso de Homero Manzi,  prefirió a ser hombre de letras escribirlas para los hombres: “El pintó en tangos la vida/ sencilla del arrabal/ buscándole una salida/ a esta lucha desigual”.

Por lo demás, su “Carta Abierta a un N.N.”, fechada en noviembre de 1982, cuando la estertores de la dictadura, la composición que cierra el volumen “Vivencias en rimas”, testimonia con vigor y dolor en versos libres rimados la tragedia del genocidio sufrido en el país: “No sé si conocí tus facciones, ni me importan las ideas que tienes, pero eres semejante a otros amigos que duermen en el Sector N.N. (Sabe Dios en la necrópolis de dónde).”  Y agréguese en su homenaje que quien así escribía era el mismo que en la función de abogado,  presentaba “habeas corpus” por los desaparecidos cuando por especulación o miedo pocos colegas suyos lo hacían.
                     
Aunque en forma gratuita me patrocinó como a otros agentes de la Inspección General de Justicia en la demanda que entablamos contra el Estado Nacional por el descuento del 13% en nuestros haberes que decidió el gobierno de la Alianza, lo traté poco.  Y lo hice a través de la correspondencia intercambiada más que de manera personal, con encuentros fortuitos que la consolidaron al dirigirme al dictado de mis clases en un establecimiento educativo sindical situado en las proximidades del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas que él presidió hasta los últimos meses de 2013.

Sabedor de su porteñismo a todo trance, le envié mi poemario “Pueyrredón y Las Heras y adyacencias en tono menor” no bien apareció casi una década atrás. La respuesta llegó de inmediato con palabras generosas, demostrativas además de que nada referido a Buenos Aires le era indiferente. Hace unos meses me enteré de una operación quirúrgica a la que debió someterse y aguardé entonces mejores momentos para continuar el diálogo epistolar algo moroso que sosteníamos. No fue posible. Me queda seguir nutriéndome con sus páginas que no es poco. Y sobre todo evocarlo a menudo con los amigos comunes Susana Torres, Sergio De Carolis y Mario Tesler, corroborando aquello de que no muere para los demás quien no vivió para sí.