HISTÓRICAS
ARGENTINAS.
Miguel Fitzgerald, su último gran viaje.
Corría el año 1964 e iban a ser tratadas en la ONU, las Colonias en América y ahí entraban “Las Islas Malvinas”.
En todos los hangares, la charla entre pilotos era el gran sueño de volar hasta ese territorio y plantar nuestra bandera, esa celeste y blanca por la que dieron la vida tantos héroes.
Miguel Fitzgerald un joven aviador descendiente de irlandeses, no quiso que sea sólo un sueño y organizó en silencio este viaje. Necesitaba el respaldo de la prensa ya que la sanción que recibiría ante tal hecho sería más que seria.
Habló con el diario “La Razón”, cuyo director era el Sr. Félix Laíño a quien no le interesó la cobertura. Entonces sin perder tiempo, se dirigió a un diario nuevo cuyo director era un joven, el Sr. Héctor Ricardo García, sí, hablamos de “Crónica” y sí se interesó. Ofreció solventar el viaje a cambio de que un fotógrafo propio lo acompañara. Don Miguel NO aceptó.
Su amigo Siro Comi, representante de los Cessna y presidente del Aeroclub de Monte Grande le prestaba un avión y el combustible lo pagaba él.
Partió del Aeroclub un 6 de septiembre de 1964, llegó a Río Gallegos, de allí voló a Malvinas, sin hoja de ruta sólo con cálculos propios para no ser captado por los radares. Aterrizó en las islas el 8 de septiembre día en que cumplía 38 años, colgó nuestra bandera en un alambrado y entregó a unos pobladores una proclama pidiendo que se la remitan a su gobernador. Luego de esto una gran cantidad de britanicos lo escoltaron hasta su salida hacia el continente, pero la meta estaba cumplida, ¿cuánto estuvo en la isla? Nada, tan solo 15 minutos y siempre solía destacar “¡Más de 22 horas de vuelo para que me recuerden por esos 15 minutos!” y se reía con satisfacción.
De Río Gallegos llegó a Ezeiza donde esperaba se le quitara su carnet de piloto civil y se encontró con la enorme sorpresa que fue tan grande el estupor de la gente y la alegría que el Presidente Dr. Illia no tuvo más que recibirlo porque el pueblo estaba más que complacido.
Hasta ese momento los kioscos de diarios compraban los periódicos y en ese día el único que se vendió fue la tirada de “Crónica”, ante esto es que pidieron los kiosqueros se acepte la devolución de los ejemplares y a partir de ahí los diarios quedan en consignación.
Ha sido un honor poder escuchar a este personaje, ya octogenario, con la humildad de los grandes, relatando su hazaña como algo simple. Nos visitó en el año 2006, declarado “Visitante Ilustre” de nuestro territorio, entre otras cosas.
Don Miguel Fitzgerald un civil que se adelantó en pos de nuestro territorio, años más tarde, militares y jóvenes que hacían el servicio militar obligatorio, intentaron con gran heroísmo recuperar esas islas que demandan nuestros colores.
El 25 de noviembre de 2010, inició su último gran viaje y no solo para los que tuvimos
el altísimo honor de conocerlo, sino para todo el pueblo argentino vivirá para siempre.
¡Gracias Maestro por cumplir el ideal de muchos, por su humildad y don de gente!
¡Viva La Patria! ¡Hasta cualquier momento!
Miguel Fitzgerald 8/9/1926 - 25/11/2010.
http://www.historiasenmicamino.com/2010/11/miguel-fitzgerald-su-ultimo-gran-viaje.html
Fitzgerald narró así su aventura:
Varias veces hube de desistir de mi intento de volar hasta las Malvinas por diversas circunstancias. Si hubiera anunciado mi intención, declarándola en la hoja de vuelo, no habría sido autorizado a salir. El mismo día que cumplí los treinta y nueve años besé a mi mujer y a mis hijos me encaminé hacia el avión «Cessna 185», cuyos asientos habían sido sustituidos por tanques de combustible y en el que había un equipo de radio y un teléfono. Con provisiones de chocolate y café levanté vuelo hacia Río Gallegos, capital de la provincia de Santa Cruz, siguiendo en seguida y en línea recta hacia el archipiélago malvino, que se halla a quinientos cincuenta kilómetros.
Navegando entre nubes, advertí algunos claros que me permitieron fijar la situación de las islas, orientándome entre la isla Gran Malvina y la isla Soledad cuando vi el canal de San Carlos. La bandera británica ondeaba sobre la residencia del gobernador, mostrándome la dirección de los vientos, cosa que aproveché para aterrizar, después de describir varios círculos sobre la población. Tomé tierra en un campo de carreras de caballos...
Inmediatamente icé la bandera argentina en un poste. Llegaron cinco personas que me preguntaron en inglés si deseaba o necesitaba algo. Les dije que solo queda entregarles un pliego que llevaba destinado al representante del gobierno británico en el archipiélago. Así lo hice. Diez minutos después levanté nuevamente el vuelo para dirigirme a Río Gallegos. Estaba cumplido mi anhelo. Mi vuelo había sido registrado por Gran Bretaña. Si así no hubiera sido, habría tenido que repetirlo, no por animosidad contra el país ocupante sino en defensa de lo argentino. Por otra parte, todo lo tenía previsto; hasta que me hubiesen arrestado. Para esa coyuntura también tenía un plan de fuga en la misma avioneta. Olvidaba decir que el episodio había tenido un curioso prefacio: horas antes de emprender el vuelo, los habitantes de las Malvinas habían escuchado por las principales radioemisoras de Buenos Aires un mensaje que decía:
«Isleños: no se asusten. No les haremos daño. Nuestras fuerzas llegan a la una de la tarde.»
Exactamente a esa hora yo aterrizaba entre ellos.
A su regreso, Fitzgerald fue recibido por una multitud que se había reunido en el aeródromo metropolitano, que lo saludó como a un héroe. Fue sancionado por la Fuerza Aérea Argentina, pero ante las masivas expresiones de apoyo al piloto, el presidente Arturo Illia decidió anular el castigo.
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