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...." el pueblo recoge todas las botellas que se tiran al agua con mensajes de naufragio. El pueblo es una gran memoria colectiva que recuerda todo lo que parece muerto en el olvido. Hay que buscar esas botellas y refrescar esa memoria". Leopoldo Marechal.

LA ARGENTINA DEL BICENTENARIO DE LA PATRIA.

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“Amar a la Argentina de hoy, si se habla de amor verdadero, no puede rendir más que sacrificios, porque es amar a una enferma". Padre Leonardo Castellani.

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"La historia es la Patria. Nos han falsificado la historia porque quieren escamotearnos la Patria" - Hugo Wast (Gustavo Martínez Zuviría).

“Una única cosa es necesario tener presente: mantenerse en pie ante un mundo en ruinas”. Julius Evola, seudónimo de Giulio Cesare Andrea Evola. Italiano.

miércoles, marzo 14, 2012

Un baluarte inexpugnable del sexismo por James Neilson.

TEMAS DE OPINIÓN Y DEBATE. SEGÚN LO VEO.
Un baluarte inexpugnable del sexismo por James Neilson.

Desde hace milenios, tiranos de la más diversa especie, líderes religiosos, filósofos, ideólogos y, por supuesto, los paladines de la corrección política que tanto han proliferado en los años últimos, han entendido que quienes dominan las palabras dominarán los pensamientos de quienes las usan y en consecuencia el poder. Lo explicó con claridad Lewis Carroll a través de Humpty Dumpty, el huevo parlante con el que se topó Alicia luego de pasar por un espejo.

"Cuando yo empleo una palabra", dijo Humpty Dumpty de manera desdeñosa, "significa lo que yo quiero que signifique, ni más ni menos."

"El asunto es", interpuso Alicia, "si se puede hacer que las palabras signifiquen cosas tan diferentes".

"El asunto es", respondió Humpty Dumpty, "saber quién manda. Eso es todo".

A partir de los años sesenta del siglo pasado, los decididos a cambiar el lenguaje para que la gente aprenda a pensar mejor se han anotado una conquista tras otra, apropiándose de buena parte del territorio antes ocupado por fuerzas reaccionarias. Gracias a quienes han hecho suya la tesis de Humpty Dumpty, en muchos países occidentales docenas de palabras han sido en efecto expulsadas del léxico: usarlas es considerado tan ofensivo por los militantes hipersensibles de organizaciones que dicen representar a negros, musulmanes, judíos, homosexuales, discapacitados y otros que los culpables de pronunciarlas en público y hasta murmurarlas en privado corren el riesgo de ser multados o encarcelados por el crimen de incitar el odio. También se han visto afectadas algunas palabras inocentes porque, en opinión de individuos semianalfabetos, suenan a insultos, pero se trata de daños laterales que sólo preocupan a un puñado de pedantes.

Con todo, aunque los bien pensantes han logrado muchos triunfos en la guerra cultural que están librando contra quienes se resisten a abandonar los prejuicios lamentables de épocas menos esclarecidas que la nuestra, no han conseguido avanzar mucho en su campaña contra el sexismo lingüístico. Purgar una lengua de términos urticantes, eliminándolos por completo o reemplazándolos por eufemismos insulsos, sería una tarea muy sencilla si sólo fuera cuestión de borrar varios centenares de palabras y cambiar el sentido de otras que, a juicio de los poderosos de turno, podrían prestarse a interpretaciones equivocadas, pero sucede que en el caso de algunos idiomas, entre ellos el castellano, el mal sexista está tan hondamente arraigado que extirparlo no será del todo fácil. Antes bien, será imposible: el castellano es tan profundamente sexista que hasta los objetos materiales se ven atribuidos a un género u otro.

Para frustración de los feministas, el castellano, lo mismo que sus parientes neolatinos como el francés y el italiano, además de muchos otros idiomas de la gran familia indoeuropea, es tan congénitamente sexista que es normal que, al aludir a un grupo de personas, se emplee un plural masculino, costumbre que molesta sobremanera a quienes la ven como un vestigio más de la barbarie patriarcal. La indignación que sienten puede entenderse: mientras que "los buenos" incluyen automáticamente a las mujeres de dicha condición, "las buenas" excluyen a los varones. Por lo demás, se da una diferencia enorme entre "un hombre público" por un lado y "una mujer pública" por el otro: merced a los prejuicios despreciables de generaciones de antecesores, no sólo el castellano sino también todos los idiomas están infestados de distinciones de esta clase. Que sea así es terriblemente injusto, pero parecería que no hay forma de impedir que tales manifestaciones de arrogancia masculina sigan recordándonos que quienes mandaban eran los hombres.

Los esfuerzos de feministas en los países latinos por poner fin a esta situación nada satisfactoria no han prosperado. No podrán. Aunque militantes que luchan día tras día contra vaya a saber cuántos milenios de sexismo lingüístico, como la presidenta Cristina, tratan de burlar a los tradicionalistas hablando de "todos y todas", o "argentinos y argentinas", sus maniobras en tal sentido producen más extrañeza que aprobación. Llaman la atención a una injusticia histórica pero no la remedian porque el resultado suena ridículo, razón por la que el "desdoblamiento genérico" del que Cristina es una practicante entusiasta acaba de ser condenado por la Real Academia Española, nada menos.

La semana pasada la institución, que a pesar de todo sigue siendo machista, se despachó con vehemencia contra quienes creen que es necesario "forzar las estructuras" del idioma para que sean "un espejo de la realidad", es decir de la presunta realidad de un mundo curado de aberraciones propias de otros tiempos. A los guardianes de la lengua no les gusta que se hable de "la ciudadanía" en vez de "todos los ciudadanos", pero son muchos (y muchas) los/las feministas que dicen que no, que no deberíamos seguir tolerando la exclusión de la mujer así insinuada, que hay que cambiar muchas cosas para que por fin la lengua sea igualitaria.

Bien que mal se trata de una empresa quijotesca. Para que el castellano dejara de privilegiar lo masculino, sería preciso someterlo a una operación tan drástica que quedaría transformado en una pobre jerga burocrática, atestada de sustantivos colectivos, una versión torpe de aquella "neolengua" que fue imaginada por George Orwell en su novela tétrica "1984". Para desesperación de quienes lo quieren, degeneraría en una cosa tan fea y mutilada que sería mejor cambiarla por otro idioma, como el inglés o el chino, en que la neutralidad genérica es por lo menos concebible.

Con todo, aunque en el mundo de habla inglesa el movimiento feminista ha sido mucho más fuerte y decididamente más agresivo que en el hispanohablante, y las dificultades lingüísticas que ha enfrentado en su lucha por liberarse del yugo masculino han sido llamativamente menores –el género gramatical no plantea problemas graves en inglés desde hace siglos–, todavía dista de haberlas superado por completo. Para quienes aspiran a la neutralidad absoluta, pues, el chino sería una opción más satisfactoria. A lo sumo tendrían que descartar algunos giros ingratos: aunque el sexismo estructural es ajeno al idioma chino, no lo ha sido la idea de que sea natural que manden los hombres, de suerte que, antes de adoptarlo como un medio bisexual de comunicación, sería necesario limpiarlo de ciertas excrescencias inaceptables.

"Según lo veo" columna del periodista James Neilson publicada en el diario "Río Negro" (edición Nro. 22.835), viernes 9 de marzo de 2012, página 18-19.

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