Cámpora, por Osvaldo Soriano.
Piratas, fantasmas y dinosaurios (Seix Barral), que acaba de reeditarse, reúne ficciones y artículos, crónicas e historias sobre fútbol, homenajes a ídolos y artistas populares y viñetas autobiográficas escritas por Osvaldo Soriano a lo largo de los años, en su mayoría para Página/12. Aquí, su reflexión sobre Héctor J. Cámpora –cuyo nombre hoy está tan en boga–, a partir de la repatriación de sus restos, en 1991. Un texto de una vigencia absoluta.
Remuevo diarios viejos, fotos borrosas que encuentro en una caja de bizcochos olvidada en un rincón de la biblioteca. Quiero ver qué cara tenía el Tío Cámpora cuando estaba vivo y los chicos morían por docenas. Encuentro la sonrisa del incondicional de Perón y la mueca de Lanusse que no digiere el jaque mate. En un diario ajado, doblado en cuatro, está el mensaje a la Asamblea Legislativa, el 25 de mayo de 1973 que fue –parece– hace un siglo. Releo. Conclusión inmediata, apresurada tal vez: Héctor Cámpora es todavía inabordable. Mario Wainfeld acierta al proponerlo como un hombre que “decidió ser mejor que su pasado, mejor que él mismo” y eso lo pone a contraluz de la farándula política de hoy. Casi toda su vida, Cámpora fue un esperpento político y, en apenas cuarenta y nueve días entró en la historia como intérprete de una trágica ilusión que pronto sería saboteada por su conductor, minada por sus aliados y decapitada por la dictadura militar.
Cámpora era conservador, adulón, circunspecto, inseguro. Sus enemigos, dentro y fuera del peronismo, lo denigraban contando que cuando Evita le preguntaba: “¿Qué hora es, Camporita?”, él respondía, presuroso: “La que usted guste, señora”. Lo cierto es que fue presidente de la Cámara de Diputados en la primera época peronista y nunca se supo que presentara un proyecto de ley recordable. Una vez, mientras el general hablaba en el Congreso, se puso de pie sesenta y cuatro veces para aplaudir. Y los otros tenían que seguirlo. A la caída de su líder, fue a parar a la cárcel y después, hasta 1972, se perdió en el olvido. Se han evocado su servilismo y su lealtad. Perón lo llamó desde Madrid para reemplazar a Paladino, que había sido su delegado en la Argentina. Cámpora, siempre fiel, temeroso tal vez de la agitación juvenil, dejó su consultorio de dentista en San Andrés de Giles y acudió a Madrid.
—¿Qué hora es, Camporita?
—La que usted quiera, mi general.
Nadie está más muerto que los muertos rebeldes. Rosas ya no aterroriza a los elegantes de la ciudad ni manda disparar contra los franceses. Cámpora ha perdido para siempre a sus guerrilleros y por eso junto a su ataúd estaban Firmenich, Erman González y Alfonsín. Todos parecían dispuestos a pasar por alto aquellos cuarenta y nueve días que conmovieron a la Argentina. No hubo en este siglo un presidente de alma más compleja que Héctor Cámpora. Burócrata obsecuente, mensajero silencioso, Cámpora aplaude sesenta y cuatro veces y llora cuando lo mandan a una cárcel del sur, pero aguanta con dignidad los años de encierro en la embajada mexicana. No se hace la víctima. No perdona por él ni por nadie. Llega pobre al exilio, vuelve a ser dentista, no reniega ni se vanagloria de nada. Cámpora asume, el 25 de mayo de 1973, el último, efímero, gobierno rebelde de este país. Sabe que es un advenedizo; que la intrincada política de Perón y el azar de la vida lo han llevado a un sitio que no le pertenece, pero ese día, ante la Asamblea, ante Salvador Allende, de Chile, y Osvaldo Dorticós, de Cuba, se dirige a la Historia que todavía está despierta. ¿Se daba cuenta de que proponía una guerra que no podía ganar? ¿A qué apostaban Firmenich, Galimberti y los otros? ¿Acaso el líder no había impuesto a López Rega y a Lastiri? ¿No estaba quebrado en cien pedazos el país de Perón, de los militares, de Firmenich, del ERP, de Rucci, del miguelismo, de la Triple A, de los gorilas y de los indiferentes? ¿Eran los Montoneros lo que ellos creían que eran? Anoto, al azar, algunos fragmentos de aquella mañana del 25 de mayo: “Queremos una juventud que comprenda que es vanguardia de un gran ejército en lucha. Que no se sienta sola, sino integrada en la misma. Que sepa que en la lucha total del pueblo por su liberación, hay una conducción insustituible una unidad de acción que exige declinar todo individualismo. A esa juventud maravillosa de nuestra patria quiero decirle, enfáticamente, que a partir de hoy la especulación, el lucro de la usura sobre el salario del pueblo, la intermediación inútil, el enriquecimiento ilícito de los funcionarios, la prédica sutil de los monopolios desplazados de la venta de nuestra producción, las maniobras arteras de quienes se habían comprometido con las expoliaciones de nuestra riqueza y de nuestro trabajo serán los únicos enemigos, determinarán las líneas de batalla e intentarán el combate aunque sepan sobradamente que la liberación no se negocia por nada ni por nadie, y serán derrotados tantas veces cuantas lo intenten, porque a la juventud ya nadie la engaña, nadie podrá confundirla: es consciente del lugar de la barricada que debe ocupar porque tiene sed y hambre de justicia”.
La Plaza de Mayo estaba cubierta con carteles de los Montoneros y las FAR. Había gremios combativos, estudiantes y villeros. Los que sobrevivieron de aquellos muchachos y “compañeras” (la palabra “novia” era un papelón) son los padres de esos chicos hartos de política que inventaron la palabra “sicobolche” para compadecerse de ese eterno militante sacerdotal que alguna vez fue “juventud maravillosa”. “El hombre argentino sabe en carne propia de la explotación a que es sometido por el régimen. En la cúspide del sistema, los argentinos estamos financiando a las grandes corporaciones multinacionales, el poder de las cuales es a veces superior al del propio Estado.”
Fuera de la Plaza la vida continuaba. Canal 13 emitía Papá corazón, un teleteatro con Andrea del Boca. Canal 9 competía con Qué vida de locos, con Osvaldo Miranda y Olga Zubarry. Olmedo y Porcel hacían Fresco y Batata. Después pasaban Pobre diabla, con Soledad Silveyra, Arnaldo André y China Zorrilla. Para Ti regalaba un póster de Claudio García Satur, e Iberia ofrecía el pasaje ida y vuelta a Madrid por 742 dólares. Alfredo Alcón hacía Las brujas de Salem, de Arthur Miller; Sergio Renán dirigía a Héctor Alterio, Cipe Lincovsky y Walter Vidarte en Casa de muñecas, de Ibsen; en El Viejo Almacén tocaba Troilo y cantaba Edmundo Rivero. En Canal 7 había cine de trasnoche sin cortes. Por Teleonce informa repetían el sereno júbilo de Cámpora, aplaudido también por los radicales: “La historia de la resistencia peronista no ha sido escrita porque no hubo dónde o porque no hubo quién. Su crónica tiene pocos nombres y pocas fechas. Pero explotados y explotadores la conocen. Está hecha de paros y huelgas, de sabotajes y atentados, de coraje y de sacrificio”.
Cuarenta cines de la Capital y los suburbios se venían abajo aplaudiendo la rebeldía del gaucho Juan Moreira, de Leonardo Favio. “Su voz es un grito que reclama justicia”, decía la publicidad. Tendrá dos millones de espectadores. Se preparaba la filmación de otra película que iba a sacudir al país: La Patagonia rebelde, de Héctor Olivera, basada en el libro de Osvaldo Bayer. La verán un millón y medio de personas. Los humillados y los fusilados volvían desde el fondo de la Historia a buscar explicaciones. La quinta y la sexta ediciones traían las fotos de las multitudes, los incidentes, los militares en retirada. Perón guardaba silencio en Madrid. Ni siquiera estaba en Puerta de Hierro, decía La Razón. En la primera página del diario, Cámpora jura con una mano sobre la Biblia, flanqueado por el vicepresidente Solano Lima.
“El Poder Ejecutivo asume a partir de hoy la responsabilidad de promover un orden jurídico para la liberación nacional (…) La patria entera se pone de pie y pelea sin temor. El régimen agoniza, sus cimientos tiemblan, sus paredes se resquebrajan (…) [El régimen] no abdica de sus privilegios, pero imagina medios más sutiles para preservarlos. No reniega de su concepción totalitaria, pero concibe servirse de formas democráticas para mantenerla. (…) La subordinación económica del país y la pérdida de su capacidad de decisión en lo económico y financiero tiene su correlato en la política exterior (…) La Argentina propugnará una asociación estrecha con los países del Tercer Mundo y, particularmente, con los de América latina”.
En la foto, el escribano Garrido lee. Cámpora parece borrosamente emocionado y Lanusse se quiere morir. A su izquierda esta Lastiri y justo detrás, retacón, levantando la cabeza, José López llega. “Lopecito”, para el General. Salvador Allende está a cuatro meses de la caída y la muerte.
“Esa aberrante política liberal es la que originó el incontenible ascenso de los precios, la creciente caída del poder adquisitivo, la injusta distribución de la carga fiscal.”
El Tío reparte tareas, llama al combate con un mesianismo que no es sólo peronista, y la izquierda lo sabe.Una multitud rugiente rodea la cárcel de Devoto y en plena noche Cámpora firma una amnistía. Todos los presos políticos salen en libertad. La colonización comienza siempre por la cultura.
“La colonización, nuestra reconquista, ha de iniciarse también a partir de la cultura. (…) El intelectual, el científico, el escritor, el artista, conscientes de la función social que les cabe, deberán aplicar su genio al acrecentamiento de la cultura del pueblo y a la liberación de la Patria”.
Cámpora propone lo que Perón llamó “socialismo nacional” y Juan José Sebreli, “fascismo de izquierda”. No sé si valdrá la pena discutirlo ahora que el tiempo ha barrido aquello en lo que muchos creyeron desde el peronismo y otros desde el socialismo. Pensábamos que eran ideas y utopías posibles. No sé; sólo queda hojarasca. Para unos la vergüenza de haber sido y para otros el inconfesable dolor de ya no ser.Diario Perfil, 31/12/11.
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