Los chicos de la guerra.
El ambiente político del 30 de marzo de 1982 estaba moldeado por una represión a trabajadores cegetistas que se habían animado a pulsear con la dictadura.
El sacudón y el irritante bromuro de bencilo de los gases lacrimógenos aún estaban en la agenda cotidiana y opinable entre los mozos de origen gallego en los bares de la coqueta avenida de Mayo, en pleno corazón porteño.
Era casi intrascendente que, mientras tanto, un buque de la Armada Argentina pusiera proa a las Islas Georgias en ayuda del empresario de la chatarra, Costantino Davidoff, expulsado al desarmar con la bandera argentina de espaldas una barraca ballenera para venderla a Europa.
Una costumbre en los quioscos callejeros es aguardar los diarios de madrugada.
En los albores de abril había una particular e incrédula ansiedad por conocer detalles de los contrincantes.
En la "parada" de Rivadavia y Castro Barros, a metros de la Federación Argentina de Box, su propietario Daniel, los parientes y el sereno don Alberto se le reían en la cara al cronista cuando luego de trepar la escalera del tren subterráneo para responder al "¿Y?" se le ocurrió contar una absurda historieta de la invasión a Puerto Stanley en las primeras horas del 2 de abril.
Desde ese momento hasta el 14 de junio fueron 74 días a mil y con los pelos de punta, aunque siempre interesantes como capítulo de la Historia sobre el fracaso militar en Malvinas, todavía fresco.
El primer reconocimiento en el campo de batalla –de la información en un mar de ignorancia– fue el Estado Mayor Conjunto (EMC), donde se libraba otra guerra.
Una falacia de cobertura a casi 3.000 kilómetros de distancia. "A ver, pibe, preparate: de ahora en adelante estás acreditado en el Estado Mayor Conjunto", ordenó Álvarez, el editor de la agencia de noticias. Sin clases prácticas de prensa de guerra, el guardiamarina del quinto piso trajo la primera información: "Hicimos un raid aéreo para contrarrestar el bombardeo del uno de mayo a la pista malvinense".
Muchos nos preguntamos qué implicaba un raid. "¿Qué, no lo saben? ¿Qué hacen acá?", gruñó el militar.
La cola del Imperio no se movía. Se creía vacío.
Un capitán de la flota estatal ELMA se ufanaba de dar la vuelta a la Isla Ascensión dos veces sin que nada ocurriera.
El autobombo era que "estábamos ganando la guerra". Después, las bombas de racimo beluga y la improvisación comenzaron a hacer mella entre las tropas argentinas. Charly García ya pedía a los gritos en las radios: "No bombardeen Buenos Aires", manejando la ironía y el sarcasmo.
Toda la canción es una plegaria: "Si querés escucharé la BBC, pero no bombardeen Barrio Norte", le insistía a Margareth Thatcher.
La Redacción era un hervidero.
Argentina había pedido ayuda al TIAR, un tratado para repeler agresiones de potencias extranjeras, al que obviamente Ronald Reagan le hizo corte de manga.
A veces se apelaba a la solidaridad de detalles que brindaban radioaficionados argentinos, sometidos al boicot chileno en la onda corta.
Nueva orden: "Nene, hacete cargo de los temas que escribe el cordobés Raúl, que se tuvo que ir a Neuquén al sepelio del cuñado caído en Malvinas". Contraorden: "No le des el pésame al cordobés porque la Fuerza Aérea se confundió de muerto, entregaron otro, y el cuñado apareció con un brote psicótico en Córdoba".
En el EMC los militares ya comenzaban a perder la etiqueta y desaparecer de la Sala de Prensa. Casi no había nada que informar, sobre todo cuando aparecieron los gurkhas en el archipiélago.
Un descuido en el desvarío militar argentino permitió espiar por las primeras fisuras de la –hasta ese momento– hermética estructura informativa uniformada. Un capitán de la Armada se apiadó de los cronistas y reveló el 11 de junio: "El puente aéreo con las islas no está roto".
A la Lexicon 80 de Olivetti le volaban las teclas para dar la primicia del cable informativo, como si fuera uno de los Hércules que soportaban el fuego antiaéreo uniendo las islas con el continente a cuatro metros del pelo de agua.
El aceitado mecanismo de escucha informativa y las publicaciones tenían bien despiertos a los satélites y espías británicos.
La "petisa" que cubría el edificio Cóndor de la Fuerza Aérea inquirió en la Redacción: "¿Quién fue el salame que escribió eso? ¿No ven que el Comando se queja ya de que el 'corte' significa que multipliquen el bombardeo?".
El jefe Dotro, ducho en aguantar las recriminaciones castrenses, ayudó con un descargo hacia los superiores. "Nosotros vamos al EMC a buscar información", alegó en una carta. Y salvó al lactante que daba sus primeros pasos en el escenario periodístico.
El 14 de junio, tres días más tarde, el locutor oficial Mentesana leía el comunicado 165 anunciando la capitulación.
El interrogante con pocas respuestas, a 30 años, es si aquel rudimento de periodismo fue pura vocación creativa o un atrevimiento juvenil dentro de la política de los pantalones cortos. Bebe Kamín ("Los chicos de la guerra", 1984) aprovechó la novela de Daniel Kon para relatar en cine la historia de tres chicos de diferentes clases sociales que participaron del conflicto. La película cuenta paralelamente sus vidas y las consecuencias que le trae a cada uno.
En realidad, no fueron tres adolescentes, fueron más, y sin ningún tipo de instrucción.
Enrique Camino. Periodista. Fue cronista acreditado por la agencia Saporitti ante el Estado Mayor Conjunto durante el conflicto.
Pilotos argentinos en Malvinas, protagonistas de una hazaña.
Hace 30 años fueron la sorpresa de la guerra de Malvinas: privados de tecnología de punta, los pilotos argentinos lograron en vuelos rasantes la hazaña de dejar fuera de combate a una quincena de navíos británicos.
Se conocen muy bien los daños causados por los misiles Exocet lanzados desde los aviones Super Etendard, ambos franceses, a unos 40 km de los buques británicos.
Pero no es tan conocida la hazaña de los bombardeos en vuelo rasante, saludados por el héroe francés de la Segunda Guerra Mundial Pierre Clostermann y estudiado en todas las escuelas de guerra del mundo.
Los pilotos argentinos habían encontrado la fisura para escapar a los radares: volar a 10 metros por encima de las olas.
La lista de buques hundidos o dejados fuera de combate con misiles o bombas es larga: los destructores "Sheffield", "Coventry", "Antrim", "Glasgow", las fragatas "Antelope", "Ardent", "Plymouth", "Argonaut", los navíos de desembarco "Sir Galahad", "Sir Tristam" y el mercante "Atlantic Conveyor", entre otros.
"Nos conocíamos mucho todos", dijo a la AFP Pablo Carballo, 64 años, como si ahí radicara el secreto de la Escuela de Aviación Militar de Córdoba (centro), cuna de pilotos, donde este héroe creyente, recatado y cálido regresó a dar clases después del conflicto bélico.
"Cuando nos decían, cayó éste, murió aquél, ya sabíamos que era un amigo y quién era la viuda y quiénes los huérfanos", recordó mientras caminaba a través del parque de la Escuela.
La Fuerza Aérea argentina perdió 36 oficiales, 14 suboficiales y cinco soldados durante la guerra de las Malvinas, que se extendió del 2 de abril al 14 de junio de 1982.
Carballo da una clase sobre "armas semi-automáticas" frente a jóvenes de primer año, pero más que nada les da lecciones de vida.
Según él, conocerse bien es fundamental para saber cómo reaccionará el otro en una situación crítica. Conocer al mecánico, también, ya que sin él nada sería posible.
"El 27 de mayo (de 1982) fui alcanzado en seis lugares diferentes del avión. Había un agujero grande como un melón", contó y destacó que "al otro día estaba impecablemente arreglado. Habían pasado toda la noche trabajando con el frío, el viento y la helada".
Sin embargo, atacar la flota de una potencia mundial parecía una misión imposible.
"Era como tratar de atacar con una piedra a una persona que tiene un revolver", ilustró Carlos Rinke, quien tenía 26 años durante la guerra en la que fue compañero de combate de Carballo.
Sobre la mesa de su casa de Córdoba, Rinke despliega los mapas escritos con marcador rojo, que eran utilizados como si fueran computadoras de a bordo.
"Era precario todo. No teníamos radares que nos dijeran dónde estaban los aviones enemigos. No teníamos ninguna defensa aire-aire, ningún misil contra los (aviones británicos) Sea Harrier", recordó Rinke.
"Con Carballo estuve en el ataque a la 'Broadsward' y al 'Coventry'. Fue a mar abierto", recordó Rinke mostrando una foto, tomada por un británico, de sus aviones acercándose de frente bajo una lluvia de proyectiles. El "Coventry" se hundió, el "Broadsward" quedó dañado.
Además, era fundamental la cuestión del silencio al acercarse al enemigo.
"Yo soy más bien callado y sabía que si hablaba por radio podía ser detectado. Pero estaba el que hablaba y no podía dejar de hablar", dijo Rinke.
A diferencia de los aviones A-4 de Carballo y Rinke, el Mirage Dagger de Mario Callejo, de 60 años, era abastecido en vuelo y disponía de breves instantes para bombardear antes de regresar a la base, a unos 500 km de las islas.
"Nuestra principal arma era la velocidad", contó Callejo en Buenos Aires, pero "tirábamos desde tan bajo que las bombas impactaban antes de los tres segundos y la espoleta no se activaba".
Pilotos y mecánicos reemplazaron entonces el "cono de penetración" de acero de las bombas por otro de madera, así lograron que se rompa en el momento del impacto, aumentando las chances de que la bomba explote adentro de la nave.
"Nosotros demostramos que el factor humano puede compensar el atraso tecnológico", afirmó Callejo.
Por Indalecio Alvarez.
*** Artículos publicados por el Diario "Río Negro", viernes 30 de marzo de 2012.
Imágenes: internet.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
La diferencia de opiniones conduce a la investigación, y la investigación conduce a la verdad. - Thomas Jefferson 1743-1826.