A 41 años del asesinato de Ortega Peña por Pablo Waisberg.
El abogado Rodolfo Ortega Peña fue asesinado por la Triple A
el 31 de julio de 1974. Una década antes analizó, junto a Eduardo Luis Duhalde,
el secuestro y desaparición del obrero metalúrgico Felipe Vallese, perpetrado
en 1962. “Cuerpo del delito no es el cuerpo físico de la víctima, en el caso
del homicidio. Bastaría hacer desaparecer el cuerpo –como ocurrió aquí- para
que no hubiera delito o delincuentes”, señalaron Ortega Peña y Duhalde.
“Un hombre es torturado; sucumbe, o lo rematan, o se
suicida; se escamotea su cadáver: no hay cadáver por consiguiente no hay
crimen. A veces un padre, una esposa pregunta; se le responde: desaparecido, y
el silencio vuelve a cerrarse”. Con esa frase, tomada de Simone de Beauvoir,
Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde abrieron el libro “Felipe Vallese:
Proceso al sistema” y cuestionaron la posición de la Justicia al abordar casos
de desapariciones forzadas. El secuestro y la desaparición de Vallese, en
agosto de 1962, mostró la relación entre los policías que lo detuvieron y la
Justicia, que condenó a los culpables por el delito de “privación ilegítima de
la libertad”.
Vallese, delegado gremial de una metalúrgica y militante de
la Resistencia Peronista, fue levantado de una esquina del barrio porteño de
Floresta por un grupo de la Policía bonaerense. Eran de la Unidad Regional de
San Martín, que encabezaba el comisario Juan Fiorillo. Esa misma noche del 22
de agosto de 1962, lo llevaron a la comisaría primera de esa localidad
bonaerense. Allí lo torturaron durante nueve días y, finalmente, hicieron
desaparecer su cuerpo.
El crimen se produjo en medio del gobierno de José María
Guido, que había empeorado la destemplada administración del derrocado Arturo
Frondizi. Estaba vigente el decreto del Poder Ejecutivo que prohibía la
utilización de símbolos peronistas. No se podían exhibir las fotografías de
Perón ni Evita ni de ningún otro dirigente del movimiento. Tampoco se podía
cantar, ni siquiera silbar la marcha “Los muchachos peronistas”. Era el retorno
del decreto 4161, aquel oscuro texto del 5 de marzo de 1956 que prohibió la
utilización de “elementos de afirmación ideológica o de propaganda peronista”.
El crimen de Vallese, uno de los delegados de base que
cuestionaba a la conducción de Augusto Timoteo Vandor al frente de la Unión
Obrera Metalúrgica, fue develado por el periodista Pedro Leopoldo Barraza, en
1963. Dos años más tarde, Ortega Peña y Duhalde escribieron un libro financiado
por la UOM donde volvieron sobre el crimen de Vallese, la reconstrucción de su
secuestro y torturas en una comisaría, y abordaron la figura del desaparecido.
En la nota 29 de “Felipe Vallese: Proceso al sistema”,
Ortega Peña y Duhalde interpelaron a la Justicia y cuestionaron el fallo que
condenó a los responsables del crimen sólo por el delito de privación ilegítima
de la libertad y no por homicidio. La resolución se tomó pese a que varios
testigos aseguraron haber visto vivo a Vallese en la comisaría de Villa Lynch,
en el partido de General San Martín.
“No puede aquí argumentarse seriamente que no existe el
cuerpo del delito, entendiendo por tal al cuerpo de Vallese. Cuerpo del delito
no es el cuerpo físico de la víctima, en el caso del homicidio. Bastaría hacer
desaparecer el cuerpo –como ocurrió aquí- para que no hubiera delito o
delincuentes. Basta recordar como precedente jurídico el ‘caso Ingalinella’,
donde los responsables son sancionados como tales, a pesar de no aparecer el
cuerpo de la víctima. En este caso se dijo: ‘cuerpo del delito, es el conjunto
de pruebas, que pudiendo ser totalmente inmateriales llevan a la convicción de
que se ha cometido una infracción de las descritas en la Ley penal”, afirmaron.
Los abogados hicieron referencia al crimen del médico Juan
Ingalinella, que era un militante del Partido Comunista, fue detenido en
Rosario el 17 de junio de 1955 por efectivos de la oficina de Leyes Especiales
de la Jefatura de Policía rosarina. Fue torturado y desaparecido. Y, al igual
que ocurrió con Vallese, los policías fraguaron los registros de las comisarías
para “demostrar” que los detenidos fueron liberados –como en el caso
Ingalinella- o que nunca habían estado en esas dependencias, como hicieron los
que mataron a Vallese.
Años después, el comisario Fiorillo fue liberado –en 1971
fue condenado a tres años de prisión por secuestro- y se sumó a la Alianza
Anticomunista Argentina. También fue un activo integrante de la dictadura
militar: fue detenido el 31 de mayo de 2006 por el rapto de una beba en 1976,
Clara Anahí Mariani, hija de militantes montoneros y nieta de Chicha Mariani.
Una de las víctimas de esa organización paramilitar que
precedió al golpe de Estado fue Ortega Peña. Lo ametrallaron en 1974 en
Arenales y Carlos Pellegrini, en el límite entre el microcentro porteño y
Retiro. Este mediodía, la Legislatura porteña colocará una placa de mármol en
su memoria.
Publicado en ADN Río Negro, viernes 31 de Julio de 2015.
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