Las palabras instauran realidades. Porque el nombre le da forma conceptual a lo que nace. No en vano los futuros padres y madres se desvelan por elegir el nombre adecuado para sus hijos. Pero es interesante pensar que el nombre de una realidad surgió más de doscientos años antes que esa propia realidad.
Muchos bienes y muchos males en nuestro suelo han emergido del río color de león. Cuando Carlos I de España le firmó a don Pedro de Mendoza un documento por la conquista de las provincias del Río de la Plata, estaba -tal vez- signando nuestro destino.
Porque plata, el metal, es en latín argentum. Y el codiciado argentum terminó dándole nombre a esta tierra que también resultaría -o eso solemos creer los argentinos- codiciada. Aun cuando el territorio careciera, en los hechos, de minas de plata.
Fue Martín del Barco Centenera, en su poema "Argentina y conquista del Río de la Plata, con otros acaecidos de los reinos del Perú, Tucumán y Estado del Brasil", de 1602, quien fijó el nombre que terminaría prevaleciendo por encima de otras denominaciones. Es más, el propio Centenera confiesa en su dedicatoria: "He escrito, pues, aunque en estilo poco pulido y menos limado, este libro, a quien intitulo y nombro Argentina, tomando el nombre del subjeto principal, que es el Río de la Plata". Y los críticos le endilgan que él ha inventado el nombre sobre la base de "La Araucana", de Alonso de Ercilla, el poema épico que narra la lucha entre españoles y araucanos o mapuches.
Con todo, no sería sino hasta los inicios de la patria emancipada cuando, poco a poco, se le asignó ese nombre a nuestra tierra.
Por ejemplo, en el Himno de Vicente López y Planes. Eso sí, y esta es una salvedad importante, el término "argentino" funcionaba estrictamente como gentilicio ("A vosotros se atreve, argentinos, el orgullo del vil invasor") o como adjetivo ("aquí el brazo argentino triunfó"). Hay que insistir: no es ésta una condición menor.
"Argentino", especie de neologismo latino adaptado al español con un significado similar a 'de plata', es -al menos en origen- un adjetivo. Un adjetivo que acompañaba siempre a un sustantivo. De hecho, la enmienda que en 1860 se realizó a la Constitución admitía designar este territorio indistintamente como Confederación Argentina y República Argentina, aunque es República Argentina la expresión que terminó consolidándose.
Esto, sobre todo, en empleos oficiales y protocolares. Pero es fácil entender que la frase ("la República Argentina") resultara extensa y quizá pomposa para la charla cotidiana. Y el uso y la costumbre impusieron la supresión frecuente del sustantivo que declara la organización política ("República"), con la consecuencia obligatoria de mantener el artículo ("la Argentina") para sustantivar el adjetivo.
Se sabe, sin embargo, que la lengua es un ente vivo y no les hace caso a las reglas ni a las normativas escritas. Y ya sea por contaminación con la denominación en otras lenguas, ya sea porque el hábito lo instruye, la Argentina ha empezado a nombrarse Argentina en los foros internacionales y en los propios espacios oficiales y de gobierno. Por caso, en la página del Ministerio de Defensa, se hace referencia a la iniciativa "Argentina canta el Himno" exactamente así: sin artículo.
En suma, la Argentina y Argentina son ambos admisibles y correctos. Aunque la segunda forma esté creciendo en uso. Aunque la primera forma les guste más a algunos gramáticos. Aunque el nombre de su realidad derive de una quimera.
Es que, paradójico desde sus inicios -designado por la plata que no tenía-, este país, cuyo nombre ha sido dado por un poema, no puede menos que tener un destino de pasiones. Y a veces parece que es esa, justamente, su perdición. ¿O será solo esa, más vale, su virtud?
Por Silvia Ramírez Gelbes - Directora de la Maestría en Periodismo de la Universidad de San Andrés y el Grupo Clarín.
http://www.telam.com.ar/notas/201606/153057-bicentenario-independencia-argentina-poema-opinion.html
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