Carta de lectores del escritor patagónico Jorge Castañeda publicada en el Diario "Río Negro", domingo 24 de Julio de 2016.
En su generalidad (eso se debe aclarar siempre, no todos) los argentinos si nos miramos en un espejo somos así:
Transgresores: desde la época del virreinato y de la colonia somos transgresores (el contrabando en aquellos tiempos era una norma general), no respetamos las leyes ni las normas de convivencia, por ejemplo, y es lo más evidente, ni siquiera las normas de tránsito. Creemos que tenemos el derecho de invadir el derecho de los demás, y que transgredir es una virtud. Despreciamos el orden y las normativas.
Triunfalistas: nos encanta el triunfo. Ser segundos –aunque ese sea un lugar de privilegio– para nosotros no vale nada. Tenemos que ser los primeros en todo, sino no vale, los “number one” al decir de Nicanor Parra. Nos encaramamos a los triunfos individuales y nos cuesta aceptar la derrota en conjunto. Creemos ser los mejores y no lo somos. Es una forma más vulgar de la arrogancia.
Quejosos: todo nos molesta. Y la queja es una costumbre nacional. Nos quejamos de todo: de la carestía de la vida, de los impuestos, del estado de las calles, de los servicios públicos, de la contaminación, de todo lo cotidiano (al andar mal muchas cosas, más motivos tenemos). Y hasta nos quejamos para que haya más libros de quejas. ¡Qué quejumbre!
Superficiales: nunca llegamos al meollo de la cuestión. Nos solazamos en los detalles intrascendentes y nos cuesta mucho pensar y razonar. Tenemos una gran ligereza para opinar de cosas que ni siquiera conocemos, así nomás, por arriba. Somos superficiales en todo.
Charlatanes: nos gusta hablar mucho, hasta por los codos. Somos locuaces. Y si es posible a los gritos, para no escuchar a los demás. Hablamos mucho de lo que conocemos y más todavía de lo que no conocemos. Somos muy buenos para darle a la lengua, que es nuestro deporte nacional.
Egocéntricos: los argentinos pensamos que somos el centro de todo. Nos miramos el ombligo con profunda satisfacción. Cada uno de nosotros es único y lo único que en verdad nos importa es nosotros mismos. En el mito de Narciso nosotros hemos detenido el tiempo mirando nuestro rostro en las aguas espejadas del lago. ¡Qué lindos que somos!
Soberbios: y si tenemos la más pequeña cuota de poder somos insufribles. Nos enfermamos de importancia. No nos bajamos del caballo nunca. Y la soberbia nos viste como un traje hecho a medida. Hasta nos damos el lujo de despreciar la humildad y la mesura.
Infalibles: los argentinos no nos equivocamos nunca. Siempre estamos en lo cierto. Siempre tenemos razón, “y más cuando no la tenemos”. Y los demás, seguramente, están equivocados.
Envidiosos: la envidia nos viene desde la colonia, cuando ésta vino en los barcos desde España. Nos ponemos verdes cuando vemos que el prójimo progresa más que nosotros, cuando el que se esfuerza mejora, cuando el aplicado estudia, otro país se desarrolla o juega mejor al fútbol.
Gritones: levantamos presión por cualquier cosa, por todo gritamos como desaforados: cuando conducimos, cuando estamos en una sobremesa, en un partido. No nos importa el momento ni el lugar. Seguramente somos gritones para invalidar al otro, para no escucharlo, para intimidar.
Así somos, así nos ven en el mundo. Irremediables. Pedantes. Si alguna vez fuimos algo, lo hemos perdido en un recodo del camino.
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