Jorge Luis Borges, que descreía de las fechas y de los fastos al igual que Carlyle, dejó sin embargo algunos textos antológicos al respecto.
El “Poema conjetural”, uno de los más conocidos de su vasta obra, narra en primera persona lo que piensa Francisco Narciso de Laprida antes de morir a manos de los montoneros de Aldao.
Menos conocida pero mucho más emblemática es su “Oda escrita en 1966” donde glosa la actualidad de aquel acto supremo donde se juró la Independencia de la Provincias Unidas del Río de la Plata de los reyes de España y su metrópoli y su consecuencia en cada uno de nosotros.
Sostiene Borges abriendo el poema que “Nadie es la Patria”. Ni siquiera las estatuas ecuestres de las plazas, ni los rostros que nos miran desde el mármol, ni los que dejaron sus cenizas en los campos de batalla o dieron a la posteridad algún verso y una hazaña. Y agrega que “ni siquiera los símbolos”. Ni tampoco el tiempo pleno de espadas y batallas.
En la segunda estrofa de la Oda, Borges declara que “la Patria, es un acto perpetuo, como el perpetuo mundo”. Y que a pesar que nadie es la Patria todos debemos ser dignos de aquel antiguo juramento que realizaron los hombres de Tucumán. Porque ellos juraron ser lo que ignoraban: argentinos. Y dice nuestro escritor que “somos el porvenir de aquellos varones y la justificación de aquellos muertos”, porque la Patria somos todos.
Y como broche final del poema Borges desea que arda en nuestros pechos, incesante “ese límpido fuego misterioso”. Esa impronta de argentinidad que llevamos en las venas y que aun nos emociona cuando cantamos el Himno o miramos la bandera, ese orgullo de pertenecer a una historia y a una gesta que fue gloriosa.
ODA ESCRITAS EN 1966 (Jorge Luis Borges)
Nadie es la Patria. Ni siquiera el jinete
Que, alto en el alba de una plaza desierta,
Rige un corcel de bronce por el tiempo,
Ni los otros que miran desde el mármol,
Ni los que prodigaron su bélica ceniza
Por los campos de América
O dejaron un verso o una hazaña
O la memoria de una vida cabal
En el justo ejercicio de los días.
Nadie es la Patria. Ni siquiera los símbolos.
Nadie es la Patria. Ni siquiera el tiempo
Cargados de batallas, de espadas y de éxodos
Y de la lenta población de regiones
Que lindan con la aurora y el ocaso,
Y de los rostros que van envejeciendo
En los espejos que se empañan
Y de sufridas agonías anónimas
Que duran hasta el alba
Y de la telaraña de la lluvia
Sobre negros jardines.
La Patria, amigos, es un acto perpetuo
Como el perpetuo mundo. (Si el Eterno
Espectador dejara de soñarnos
Un solo instante, nos fulminaría,
Blanco y brusco relámpago, Su olvido.)
Nadie es la Patria, pero todos debemos
Ser dignos del antiguo juramento
Que prestaron aquellos caballeros
De ser lo que ignoraban, argentinos,
De ser lo que serían por el hecho
De haber jurado en esa vieja casa.
Somos el porvenir de aquellos muertos;
Nuestro deber es la gloriosa carga
Que a nuestra sombra legan esas sombras
Que debemos salvar.
Nadie es la Patria, peto todos lo somos.
Arda en mi pecho y en el vuestro, incesante,
Ese límpido fuego misterioso.
A doscientos años del hecho más importante de nuestra historia, los argentinos de hoy, ¿seremos capaces de salvar el ejemplo que esas “gloriosas sombras” un día nos legaron? ¿De mantener vivo ese fuego misterioso, al que aludía Borges?
De nosotros y solamente de nosotros, los argentinos de buena voluntad, depende.
Publicado en ADN Río Negro, 8 de Julio de 2016.
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