La inteligencia artificial aplicada a las elecciones argentinas en el 2019 (es difícil que la muy precisa campaña de Macri no esté diseñada por ella) sabe qué tema es necesario imponer cada día -cada hora, cada minuto- para quitarle votos al oponente.
Es difícil encontrar una persona que se crea manipulable, pero lo cierto es que cualquiera de nosotros es completamente manipulable. Muchas de “nuestras ideas” y muchas de las decisiones “que tomamos luego de haber razonado por nosotros mismos” en realidad son ideas y decisiones que nos impusieron sin que ni siquiera lo sospecháramos.
Hace un año y medio se debatió en los parlamentos de Gran Bretaña y EE. UU. el caso de la empresa Cambridge Analytica (que realizó las campañas de Trump, la de los conservadores ingleses por el Brexit y decenas de otras, entre las cuales está la campaña para demonizar el kirchnerismo que ayudó a Macri a ganar las elecciones del 2015).
Hemos ya hablado en esta columna de ese tema. Luego de aquel escándalo, la empresa cerró. Pero sus prácticas no desaparecieron. Es más, crecieron, mejoraron y hoy nos manipulan mucho mejor que hace 4 años. Aunque seguimos sin creerlo. La inteligencia artificial mejora, pero parece que la humana no avanza.
Hace 4 años Cambridge Analytica operaba así: tomaba todos los datos que deja en internet cada persona y, a partir de un análisis muy preciso -realizado con robots de inteligencia artificial-, diseñaba una campaña particular para cada elector que estaba aún indeciso -o que podría cambiar su voto si se lo bombardeaba adecuadamente-.
Esa técnica, que a muchos les puede parecer la concreción de la pesadilla del libro “1984”, de George Orwell, y que es tan sofisticada y requiere tantos recursos que solo los más ricos pueden comprarla, es ahora de la época de las cavernas.
La inteligencia artificial ha crecido tanto en estos cuatro años que lo que hacía Cambridge Analytica en el 2015 para la campaña de Macri o en el 2016 por la de Trump (o lo que hizo por Bolsonaro o los nazis alemanes en el 2017) se parece más a las computadoras de 1969, que alcanzaron para llevar al hombre a la Luna, pero que tenían una capacidad de cómputo insignificante comparada con los cerebros electrónicos actuales.
La inteligencia artificial aplicada a las elecciones argentinas en el 2019 (nadie reconoce usarla, pero sería difícil que la muy precisa campaña de Macri no esté diseñada por ella) sabe qué tema es necesario imponer cada día -cada hora, cada minuto de cada hora- para quitarle votos al oponente. Es una campaña de demolición permanente de la imagen del adversario, a través de los métodos más sucios -pero más efectivos-.
Se basa en la idea -que ya tiene una década- de que en la democracia moderna ya no se vota masivamente por ideas o candidatos que se aman, sino en contra de ideas y candidatos que se odian. Por eso es que las campañas electorales en todo el mundo son tan sucias y el debate de ideas sobre qué políticas públicas se proponen es casi inexistente.
Demoler al otro candidato no es tarea fácil. Para eso la inteligencia artificial, analizando miles de millones de datos de cada circunscripción -rastrillando al extremo cada barrio, cada cuadra, cada casa-, encuentra qué temas les pueden molestar a aquellos que aún dudan sobre a quién votar. Y sobre esos temas lanzan munición gruesa.
Pero lo más efectivo no es esa munición gruesa -que generalmente queda en los titulares de los diarios y en las principales notas de los canales de TV-, sino el diseño de cada mensaje que recibe cada votante, sin saber que es parte de la campaña de un candidato. Son esos mensajes de Whatsapp que manda alguien del Grupo del Colegio de los chicos o el comentario en Facebook que nos puso un primo -con el video en el que se ve al candidato que debemos odiar haciendo algo que justo es lo que a nosotros nos molesta que se haga-.
¿Nuestro primo o la mamá de Tobías, la del jardín de infantes, son parte de la campaña sucia del partido que está usando big data e inteligencia artificial para personalizar la tarea de demolición de su adversario? Sí y no. No son parte de la campaña porque no los contrataron, no les pagan por su colaboración y ni siquiera saben que están haciendo eso porque los detectaron como líderes de un grupo de gente a convencer -cosa que ellos hacen sin darse cuenta-.
Pero sí, son parte de la campaña sucia porque están haciendo justamente lo que les incitaron a hacer: la inteligencia artificial supo que eran los que se iban a comprometer con difundir tal mensaje en su grupo y les envió el video o la información -generalmente falsa, una fake news, que difama al adversario-, y lo hicieron sin dudarlo. Contentos.
Nadie se cree tonto. Todos piensan que los manipulables son los otros. Pero la inteligencia artificial sabe detectar bien no solo quiénes son más tontos, sino que parte de cada uno de nosotros puede ser manipulada y cómo puede serlo. Y trabajan sobre eso. Lo hacen perfecto. No falla.
¿Qué se puede hacer si uno no quiere caer en esta manipulación? Lo que funda la inteligencia: dudar. Si recibimos un mensaje que se parece mucho a nuestros prejuicios previos es muy posible que nos estén manipulando.
Publicado en Diario "Río Negro", 3 de agosto de 2019.-
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