Delirios veganos Por Claudia Peiró.
Lo más impactante de estos días de irrupción vegana no es sólo el desparpajo con el cual exponen postulados absolutamente falsos para defender su combate al consumo de productos animales, sino la casi total ausencia de réplica por parte de sus interlocutores de ocasión. O están anestesiados o es deliberado, porque tal vez sea mejor dejar florecer la utopía de que el cambio climático se resuelve con el cambio de dieta antes que ponerse seriamente a enfrentar los problemas de hambre, pobreza y manejo de recursos naturales que afectan al mundo.
"Cada persona que se vuelva vegana durante la Cuaresma ahorrará las emisiones equivalentes a un vuelo de Ciudad de México a Monterrey", decía, por ejemplo, una carta abierta al Papa Francisco publicada en varios diarios del mundo, en febrero pasado.
Basta el sentido común para darse cuenta del despropósito de esa comparación que seguramente hace las delicias de las compañías aéreas y de los fabricantes de aviones.
Estas cifras engañosas, cuando no directamente mentirosas, como que se necesitan 20 kilos de cereales y 100.000 litros de agua para producir un kilo de carne, son sólo un aspecto del vegano-ambientalismo y no el más irracional.
Lo verdaderamente disparatado es el sustento pretendidamente filosófico de esta postura: que los humanos no somos diferentes de los animales. Que todos los seres vivos son iguales y por lo tanto tienen los mismos derechos.
Una bailarina aseguró hace poco en la televisión que no se sentía superior a una vaca. Y el "debate" siguió como si nada. Con el argumento de que todas las posiciones son respetables, se ha perdido el espíritu crítico y hasta el sentido común.
Parece mentira que haya que explicar que entre los animales y los humanos existe un abismo que se llama razón, aunque algunos veganos hagan sospechar lo contrario. Sólo la persona humana puede reflexionar sobre su condición y la de los demás seres vivos. Se dirá que sólo el hombre puede destruir gratuita y deliberadamente lo creado, y es verdad, pero también hay que decir que sólo el hombre puede protegerlo. Sólo el ser humano puede darle sentido a todo lo que existe.
Para sustentar su veganismo, el neurocientífico e investigador del MIT Philip Low asegura que los animales tienen conciencia. Definamos conciencia. Conciencia moral seguro que no. "Si tenés experiencias emocionales (felicidad y tristeza, dolor y sufrimiento), tenés conciencia", dice Low. Por lo tanto los animales "merecen un trato ético, un trato moral".
El preservacionismo animal no es nada nuevo; es anterior al nacimiento de Low seguramente. Los animales merecen cuidado, las especies en riesgo, protección. Todo eso es sabido.
Pero de ahí a afirmar que todos los seres vivos son equivalentes… El humano tiene derechos porque tiene responsabilidades y obligaciones. Goza de derechos en una sociedad porque puede convivir con otros en un determinado marco normativo, que pone freno y límites racionales a su naturaleza e instintos. Por eso una de las consecuencias de infringir las normas es justamente la supresión -momentánea o definitiva- de alguno de esos derechos.
Otra verdad vegana de Perogrullo: los animales tienen capacidades que nosotros no tenemos. Cualquier niño con mascota lo sabe: perros y gatos nos superan ampliamente en olfato y oído. El perro es incansable en la caminata; supera a cualquier runner. Pero eso no le da conciencia moral.
Santiago Bilinkis, emprendedor y futurólogo, dice que los pulpos tienen cualidades increíbles que los humanos no tenemos: camuflarse por ejemplo. Vaya descubrimiento. Se llama instinto.
Las obligaciones, el deber, la conciencia del bien y del mal son cosas por completo ajenas a los animales que, digámoslo, tampoco con iguales entre sí. Del reptil al mamífero, la diferencia es sideral. No es comparable un animal domesticable, que puede convivir con nosotros las 24 horas, que uno salvaje que jamás se adaptaría. Además, las especies que llegan a dominar su instinto lo hacen gracias al entrenamiento de los humanos.
El veganismo parece ignorar la cadena alimentaria del mismo mundo animal que quiere defender, donde el grande se come al chico. Pregunta para veganos: ya que tienen conciencia, ¿sentirán los animales la misma compasión que nosotros por el pobre monito devorado por el águila monera o por el conejito que una víbora se traga entero? De paso: la vaca sufre mucho menos en el matadero que la gacela en las garras de un felino.
Bilinkis afirma que "no estamos solos como seres inteligentes en este mundo" y que "existen muchas mentes aparte de la nuestra". Sería una desgracia, dice, "perder esa diversidad y riqueza de pensamiento (sic)". Tal vez para enriquecernos pueda traducir ese pensamiento animal que él evidentemente conoce, porque hasta ahora, salvo fantasear en el cine con gatos, perros y caballos que hablan, los humanos no hemos logrado descifrarlo.
La inteligencia animal no es del mismo orden que la humana. Parece mentira que haya que aclararlo. No es pensamiento: es instinto y memoria refleja. Por muy entrenado que esté un perro guía, no podrá enseñarle lo que sabe a su cría. Sólo el ser humano puede acumular conocimiento y transmitirlo de generación en generación, de año a año, por los siglos de los siglos.
El mundo es inteligible -hasta un punto- gracias al hombre. Por eso tenemos responsabilidades sobre todo lo creado. Por eso no podemos degradar nuestra condición. Y el veganismo no es preservacionismo animal sino una forma de degradación humana.
En el fondo, ni siquiera postula que todos los seres vivos son iguales, sino que pone a los animales por encima de los humanos, por irracional que parezca. De otro modo no se entiende que les moleste que comamos huevos de gallina que ni siquiera están fecundados a la vez que avalan, incluso promueven, el aborto. Para cierto ecologismo extremo -como para el veganismo- es más importante desempetrolar un pingüino que defender a un humano por nacer.
A propósito de la proliferación y humanización de mascotas, la antropóloga María Carman, advierte que "esta visión humanizante de los animales corre el riesgo de corresponderse con una visión biologizante de los humanos", llamando la atención sobre "algunas organizaciones que parecen más preocupadas por el caballo que tira el carro del cartonero que por el cartonero" (citada por José Natanson en Página 12, 9/10/18).
Es el mismo espíritu que, en un país con más de 14 millones de pobres, lleva a combatir el consumo de proteína animal, esencial para el desarrollo armónico -físico e intelectual- de la persona.
Priorizar a los animales por encima del hombre, visto como vulgar depredador de una naturaleza endiosada, es la nueva religión panteísta que se quiere promover.
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