Hay quienes afirman que el suceso que involucra a los correntinos José de San Martín y Juan Bautista Cabral, relatado en la marcha de San Lorenzo y representado en toda la iconografía escolar, no es cierto. Los granaderos a caballo fueron un cuerpo de caballería formado por el coronel José de San Martín a su imagen y semejanza. Sin duda, el más exitoso que cabalgó en toda América. De esos soldados, su jefe se permitió decir: “De cuánto son capaces mis granaderos sólo yo lo sé, quien los iguale habrá, quien los supere no”. El recio porte marcial de sus integrantes, su disciplina, profesionalismo y arrojo en el combate los distinguieron en sus hazañas dadas en el campo del valor, tanto en la Argentina como en Chile, Perú y Ecuador. Su bautismo de fuego fue el 3 de febrero de 1813, única batalla del general San Martín en tierra argentina, más precisamente en las riberas del río Paraná, frente al convento de San Carlos Borromeo, en la provincia de Santa Fe a la que su gobernador Estanislao López llamaba “La Invicta”. Esta caballería, creada en 1812, existió durante 13 años y se disolvió junto con el exilio de su jefe y creador. Muchos años después, en la segunda presidencia de Julio Argentino Roca (1898-1904), se recreó nuevamente el cuerpo de granaderos a caballo, con la asignación de cuidar al presidente de la República y la Casa de Gobierno Federal (Casa Rosada), y volvió su histórico uniforme y el sable corvo (moro) que los caracterizó. Es para esa época que Silva y Biniel crearon la marcha de San Lorenzo, ejecutada por primera vez en el 1903, la que por su belleza es distinguida en todo el mundo. De hecho, la marcha es ejecutada oficialmente por la Guardia Real Inglesa desde 1912 y el ejército nazi desfiló bajo sus sones al ingresar en París en junio de 1940. La referida marcha cita a los “sordos ruidos de corceles y de acero”. Cierto, efectivamente fue una carga de caballería y San Martín dio expresa orden que cada hombre tranquilizara su caballo, que no se encendiera lumbre, que no hablara, ni se fumara y que nadie disparara un tiro y que la carga fuera a sable y lanza. También es cierto que: “Fevo asoma tras los muros…” porque el combate se inició a la madrugada de ese día, no bien el sol se levantaba en el horizonte. Pero la marcha –además– reza: “Y allí salvó su arrojo la libertad naciente de medio continente. Honor, honor al gran Cabral”, relatando el intrépido arrojo del jefe de los Granaderos, quien al frente de una de las dos columnas cayó aplastado por su caballo muerto, es en esa oportunidad en que el soldado Cabral –ascendido a sargento posmorten– socorrió a su jefe sacándolo de la difícil situación, entregando su vida en esa acción. El tema nace –creo yo– porque cuando San Martín redacta el parte de la batalla –al pie del histórico pino de San Lorenzo, cuyo retoño está en casi todas las plazas del país– no refiere a este suceso. Lo ignora. ¿Por qué? Primera respuesta: porque no ocurrió. Segunda respuesta: –menos probable en mi opinión– por ocultar un acto impropio de un comandante, entonces calló su imprudencia de ponerse a tiro del enemigo en la primera línea del combate. Tercera respuesta, ocurrió. Pero su nobleza, su humildad –virtudes ciertas en ese general– no le permiten autorreferenciarse, poniéndose él como centro de la escena, siendo él lo más destacado de la jornada por su arrojo y temerario coraje al frente al enemigo, desplazando al conjunto de sus soldados que hizo –igual que él– el esfuerzo en la victoria. Sea cual fuere el porqué, lo cierto es que San Martín no refiere a este suceso en su parte al gobierno y no lo refirió nunca a lo largo de su vida. Es a partir de esto que algunos se han permitido sostener que todo el cuadro épico del caballo muerto, San Martín en el piso, Cabral salvándolo y pagando con su vida ese arrojo, es falso y nunca existió. Y que en realidad, San Martín dio la orden y dirigió el combate desde el campanario del convento donde le permitió estudiar los movimiento del enemigo y dar el golpe genial, que en 15 minutos arrojó una victoria incontrastable para ese ejército forjador de libertades. Entonces, ¿de dónde surgió?, ¿quién nos hizo conocer el suceso? Fue el viajero inglés Juan Parish Roberton, quien fue testigo presencial de los hechos, él vio todo desde el campanario del convento y fue quien dio a conocer al mundo el hecho que puso en vilo la vida del general San Martín. Roberston iba de viaje de Buenos Aires a Asunción por negocios, cenó en el convento con San Martín la noche anterior a la batalla y se quedó al otro día para verla. Esta fuente incontrastable ha sido tomada por Bartolomé Mitre en su obra: “Historia de San Martín y la libertad americana”, primer libro que saca a San Martín del ostracismo; por José Luis Busaniche en “San Martín vivo”; por García Hamilton en “Don José”, entre muchos otros autores. Por lo que el hecho existió y es: “Cabral, soldado heroico” y merecido tiene “honor y gloria”, “en precio a la victoria su vida rinde, haciéndose inmortal”. Entonces es cierto que: “Allí salvó su arrojo la libertad naciente de medio continente, honor honor al gran Cabral”. Para terminar, vamos a permitirnos rescatar al olvidado granadero Baigorria (puntano), llamado como Cabral Juan Bautista, dado que fue el otro soldado que ayudó al libertador en tan extrema circunstancia, aunque la marcha no lo menciona.
Publicado en Diario "Río Negro", 3 de Febrero de 2014.
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