¡INEXORABLEMENTE!
POR CARLOS SCHULMAISTER.
Si miramos en perspectiva el camino transitado por el género
humano desde el neolítico hasta hoy podemos comprobar el fascinante espectáculo
del desarrollo de la civilización y la complejización de la cultura, dos
fenómenos tan estrechamente ligados que no pueden ser pensados separadamente.
Lo auspicioso para la humanidad, en este proceso, es que ha
logrado tomar conciencia de su formidable poder creativo. La humanidad, los
hombres, transforman lo que tocan, no importa ya conocer en cuánto tiempo lo
hizo éste o aquel pueblo, sociedad o Estado, pues todos cambian, se modifican,
se crean y recrean constantemente, incluso cuando pareciera que no lo están
haciendo. Frutos de esa particular condición de los humanos son el crecimiento
de la cultura, su diversificación, su expansión y su creciente poder de
transformación y de autotransformación.
Particularmente interesantes son, para la síntesis
histórica, los recorridos efectuados por el saber científico, la configuración
de las ciencias en su inacabado proceso de especialización y de aplicación de
sus resultados en la realidad, es decir, en el proceso de transformaciones que
somete a los individuos, a la naturaleza y a la cultura a pasar por sucesivos
estados, o sucesivas realidades dentro de la realidad. Y aquí me viene a la
mente la palabra infinito.
En este maravilloso proceso de constante y aceleradísima
transformación de la cultura, en términos generales, es preciso destacar la
correlativa transformación de los paisajes de la cultura, es decir, de aquello
que podríamos considerar la corporización de las ideas recibidas, creadas y
recreadas por la humanidad a través de los tiempos. Me refiero al mundo de las
estructuras y las infraestructuras materiales, al mundo de las cosas y los
objetos, donde también aplicamos las notas de crecimiento, magnitudes,
diversidad, variación y complejidad crecientes, obvias, por lo demás, a esta
altura de nuestro relato.
Pero mucho más extraordinario y maravilloso que esa
condición materializadora de ideas es el desarrollo exponencial de la capacidad
humana de creación de ideas, pues en este proceso todo tiene que ver con todo,
todo lo creado tiene relación entre si y con zonas oscuras que están allí
precisamente esperando ser exploradas. De modo que las magnitudes de la creatividad
de las ideas son inmensamente superiores que las de sus respectivas
materializaciones.
Ahora bien, si las transformaciones y la complejización de
la cultura sólo pudieran ser observadas teniendo en cuenta para ello las
variaciones de magnitudes, de diversidad, de número, de existencia y presencia
de ideas y cosas materiales bien podría uno preguntarse hasta dónde llegará
este proceso?
Dicho de otro modo, ¿este proceso es indetenible bajo
ciertas condiciones? Y seguramente un silencio, más breve o más largo según los
casos, seguiría a ese interrogante. Claro, uno bien puede pensar, con lógica
sencilla, ¿hasta cuándo?, ¿hasta dónde?, ¿podemos ser optimistas todavía?, ¿… y
si sucede algo que nunca hubiéramos creído posible?
Que no cunda el pánico, señores, nada de Apocalipsis.
Simplemente que uno puede pensar si la máquina humana, el cerebro humano… ¡el
cuerpo humano -pongámosle para dejar a todos contentos-! ¿… No se cansará de
trabajar tanto? ¿… No perderá en algún momento tan sorprendente vigor?
Es sabido que especialmente en la antropología más reciente
se vienen investigando los crecientes contrastes entre el gran desarrollo
experimentado por ciertos campos del pensamiento humano y el subdesarrollo y
hasta involución en otros; así como también ciertas transformaciones de la
corporalidad humana no ya bajo la inspiración de viejas tesis marxistas acerca
de los efectos transformadores del colonialismo o de la explotación industrial,
de las cuales nos separan años-luz teniendo en cuenta las fenomenales
transformaciones tendenciales alcanzadas por la humanidad en las últimas
décadas.
¡Los constrastes a los que me refiero se prometen
auspiciosos para la humanidad! Lo diré sintéticamente. Hasta aquí habíamos
considerado al equipamiento corporal como si se tratara del disco rígido de un
ordenador, y las transformaciones que describimos se referían a los contenidos
simbólicos de la cultura, a los campos, los programas, ¡al software de la
condición humana! ¡Pues bien, ahora vamos a incluir al hardware, a la máquina
en si, a esa unidad bío-psico-emocional con las potencialidades que se puede
observar en las versiones y desarrollos más avanzadas, las cuales, por fortuna,
no dependen de pertenencia o adscripción a raza, doctrina, ideología o religión
alguna. ¡El hardware de los humanos actuales también se transforma! ¡Y lo hace
hacia adelante! Lo dicen cada vez más los científicos especializados: la
capacidad de autotransformación de ese equipamiento se potencia cada vez más,
por lo cual, puede que pronto resulte exigua la capacidad descriptiva de la
condición humana que posee ese mismo término, la condición humana, dicho en
singular.
Ciertamente, la humanidad marcha por rumbos y velocidades
diferenciales en el desarrollo de las potencialidades humanas, dicho esto no
con el clásico y lastimero sonsonete de la desigualdad entre los hombres.
¡Noooo, basta de eso! ¡Dicho con el armónico y esperanzado tarareo que
prefigura una próxima gran composición artística de la humanidad toda! ¡De una
humanidad que, como puede, con avances y retrocesos, con gozos y dolores, unos
más y otros menos, unos antes y otros después va dejando atrás el lastre que le
impedía caminar hacia el horizonte! ¡Que cada vez puede llegar más lejos con su
mirada y su pensamiento porque el dolor y la inteligencia, el sufrimiento y la
buena educación presentes donde florece la libertad (a condición de que
continúe haciéndolo) le van quitando aquello que empañaba su entendimiento y
enfriaba sus corazones. ¡Y esto, inexorablemente seguirá sucediendo! ¡En
consecuencia, renacerán fueguitos en los corazones de la humanidad y los sueños
y ensueños tomarán nuevas formas!
¡Inexorablemente!
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