"Civilización y Barbarie".
Combate de Oncativo - 25 de Febrero de 1830.
Con las batallas de El Tala y Rincón de Valladares, el drama de nuestras guerras civiles solamente tuvo su prólogo. Es recién con la batalla de La Tablada que tiene su primer acto. Recién ahora va a comenzar la lucha en forma brava y a fondo. El escenario es inmenso y los personajes y tramoyistas son innumerables. Mientras Facundo y Paz están en escena, hay nuevos actores que, presentando primero el aspecto de simples partiquines o actores segundones, van a adquirir bien pronto brillantes perfiles de primeros actores. Tal es el caso de ese Comandante de campaña y gran estanciero don Juan Manuel de Rosas. Tal el general don Estanislao López, gobernador de Santa Fe; tal don Pedro Ferré, gobernador de Corrientes; tal el general do Félix Aldao.
Nuestras guerras civiles ya han tenido su gran bautizo de sangre en La Tablada y ya han salido de la esfera de acción de los personajes puramente tramoyistas como Rivadavia, Agüero, del Carril y Manuel J. García, y han dado lugar en la escena a personajes recios, como Paz y Facundo.
Las provincias se han agitado y salen a la superficie todos los problemas regionales, condicionados al gran problema de la constitución nacional.
La derrota de Quiroga en La Tablada hizo creer a muchos gobernadores que el caudillo de La Rioja ya estaba eliminado del escenario de las luchas civiles. Pero la cosa no es así. Quiroga, en los primeros días de enero de 1830 termina de alistar su ejército, y cuando ya está todo listo y determinado su plan de campaña, se retira unos días a El Retamo. Medita sobre los acontecimientos pasados y piensa en los que han de venir. El cuadro desolador del país se presenta a su mente, y siente que en su espíritu una luz le muestra la solución a tanta desgracia. Esa solución es la constitución legal del país. Pero ¿quién ha de dar las garantías valederas del fiel cumplimiento de esa constitución? Dos bandos están en lucha, pero en lucha a muerte. Es imposible la concordia viviendo enardecidos ambos bandos. ¿Existe una tercera fuerza que equilibre esos bandos y sea el fiel de la balanza que garantice la paz y la concordia? No existe. Hay una sola razón valedera, un solo argumento decisivo: la fuerza. A ella, desgraciadamente, hay que apelar.
Los oficiales superiores que Paz ha enviado a apoderarse de las provincias de Cuyo y del norte, han fracasado. El coronel Juan Gualberto Echeverría, ha tenido que huir de San Luis expulsado por la sublevación popular; el coronel Justo Lobos ha sido derrotado y muerto en Ancaste, por el escuadrón del general Villafañe; Videla Castillo, ha fracasado también y sus corresponsales de Mendoza, los Moyanos y los Villanueva, han terminado tan mal, que algunos, han pagado la intentona unitaria con la vida.
Allí, en Córdoba, están los mediadores de Buenos Aires, enviados por Rosas, son los doctores Feliciano Cavia y Juan José Cernadas. Han llegado a mediados de febrero, pero Paz, si bien los recibe con atención, no tiene una actitud decisiva con ellos; sino que los entretiene. Luego dirá en sus “memorias” que él desconfiaba del gobierno de Buenos Aires y que quería entenderse directamente con Quiroga.
Mientras tanto, Facundo ha dividido su ejército en dos divisiones. Una a su mando inmediato que penetra en Córdoba por el sur, y la otra, al mando de su segundo, el general Villafañe, que lo hace por el norte.
Cuando la división de Facundo llega a la Capilla Rodríguez, a pocas leguas de la ciudad de Córdoba, salen a su encuentro los dos enviados de Paz, Eduardo Pérez Bulnes y el coronel Wenceslao Paunero. El 24 de febrero conferencian con Quiroga, y éste se inclina por las negociaciones de paz. Los comisionados se alejan del campamento, y Quiroga, sabiendo que Paz se halla con su ejército sobre el camino real, se inclina hacia la derecha al reanudar la marcha. Tal vez lo hace también, procurando la incorporación de la división de Villafañe y el refuerzo, que es de calcular, le habría enviado el general Estanislao López, general en jefe del ejército nacional, de quien depende Facundo.
Sabedores los delegados del gobierno de Buenos Aires de la aproximación del ejército de Quiroga, se apresuran a entrevistar a Paz, acompañados de don Domingo de Oro, intentando, una vez más, evitar la batalla que parece inminente. Paz, desconfiando de todos, menos de su seguridad en el manejo de las armas, simula desear la paz, atiende una vez más a los mediadores y “aunque cree que el expediente es torpe, inútil, embustero y hasta ridículo, sin embargo, les manda decir que luego contestaría, sin suspender su marcha ni por un momento”. (1) Con esa promesa de Paz llegan los mediadores al campamento de Quiroga, el día 24 de febrero por la tarde.
Facundo tiene noticias concretas de la fuerza de Paz y comprende que su pequeño ejército de menos de tres mil quinientos hombres, no es suficiente para enfrentarla. Sus chasques, que han marchado al norte en procura de noticias de Villafañe no han regresado, y los bomberos que envió por la ruta de Santa Fe para cerciorarse si el refuerzo que le enviaría Estanislao López se avecinaba, han vuelto sin haber divisado nada.
El pequeño ejército hace alto en las proximidades de la laguna de Oncativo. Forma un círculo con sus carretas, entre las cuales se atrinchera la infantería y la artillería. Facundo recibe complacido a los mediadores Cernadas y Cavia, quienes le transmiten el mensaje de Paz sobre la realización de un armisticio: El general Paz luego le contestaría. En medio del círculo de carretas se levanta la tienda de Quiroga; allí se reúne con los mediadores, invitando a la reunión al general José Félix Aldao y al coronel Vargas, mientras en el frente, varios escuadrones de caballería y una banda de música están en formación de parada en honor de los mediadores.
Allí están todos esperando la contestación que luego Paz le daría a Quiroga, cuando con toda urgencia se anuncia el capitán Ortega, quien al llegar ante Quiroga, le avisa que el ejército de Paz está a la vista formando ya en orden de batalla. Todos se sorprenden, mientras los mediadores palidecen. Ellos han recibido el mensaje de Paz que luego contestaría sobre la realización de un armisticio. Facundo se recupera en seguida y sale de la tienda. Ordena que los escuadrones que están de parada se reintegren a sus regimientos, que la banda se retire y que la infantería y la artillería abran el fuego. Cuando sus órdenes comienzan a cumplirse, la división de la derecha de Paz, a las órdenes del coronel Lamadrid atropella, a gran galope, el ala izquierda de Facundo. El movimiento es, sin embargo, contenido un instante, y cuando el ala derecha riojana acude en auxilio de la izquierda, toda la caballería de Paz se precipita al combate. Todo es confusión en el campo de Facundo, dado lo sorpresivo del ataque; todo está perdido.
Facundo y Aldao reúnen a su alrededor unos trescientos jinetes e intentan restablecer el equilibrio en el combate. Pero la desproporción de las fuerzas es demasiado grande y la ventaja de la sorpresa es, por otra parte, decisiva. Cada cual en el campo de Facundo, procura alejarse del lugar del combate. Sólo el grupo compacto, donde van Facundo y Aldao permanece impenetrable. Combatiendo furiosamente se va alejando hacia el este hasta que una arremetida del coronel Puch divide el grupo en dos. Facundo se sigue alejando con unos doscientos hombres, mientras que Aldao, que ha quedado en el otro grupo, se desvía hacia el oeste, para ser en seguida rodeado, acosado, vencido. Aldao se entrega.
Un grupo de doscientos o más jinetes, con Lamadrid al frente, va en persecución de los fugitivos. Lamadrid siente sed de venganza, ansias de desquite. Quiere encontrarse mano a mano con Quiroga que lo ha vencido dos veces. Cuando a un fugitivo le pregunta:
- “¿Dónde va el general Quiroga? ¿Cuál de aquellos es?
- No viene aquí, señor –le contesta uno.
- Lancéenlo –es el pago de Lamadrid, al dato que cree cierto
Alcanza Lamadrid a otros fugitivos_
- ¿Y tu jefe?
- Aquel, señor, el del castaño overo.
- Lancéenlo, nomás, ordena Lamadrid. El soldado es lanceado sin misericordia. Tal era el partido de la civilización y la ilustración”(2)
Mientras ello ocurre, el general Félix Aldao desmonta del caballo y se entrega. La tropa de Paz que lo toma prisionero, “lo despoja de su plata, alhaja y prendas de vestir”. Así es llevado a presencia del general Paz. Este siente un odio imposible de disimular, y entrega al héroe del ejército sanmartiniano al coronel Hilarión Plaza, quien lo hace montar en un burro y lo obliga a entrar así a la ciudad de Córdoba, para que la chusma insolente, lo insulte y lo befe. Así, el partido de la ilustración y de la civilización trata a sus prisioneros.
Referencias
(1) Ver sus Memorias.
(2) Lamadrid – Memorias, tomo I, página 472.
Fuente
De Paoli, Pedro – Facundo – Editorial Plus Ultra, Buenos Aires (1973).
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
Fuente de información: Portal www.revisionistas.com.ar
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