Edward Banfield, el ingeniero inglés que le dio identidad a una ciudad sin saberlo.
Una localidad, una estación y un club llevan su apellido, pero él nunca pudo recibir esos homenajes en vida. La curiosa historia de este personaje histórico de la región.
Una ciudad tan antigua como Banfield está llena de
historias. Sin dudas, la más curiosa es la de su nombre. Mejor dicho, la del
personaje que le dio identidad al pueblo hace un siglo y medio. Se trata de
Edward Banfield, un ingeniero inglés que cuenta con el honor de tener una
localidad, una estación de tren y un club con su apellido, pero ¡sin haberlo
sabido nunca!
Para entender esto hay que conocer la particular biografía
de este señor. Edward nació el 8 de febrero de 1837 en la ciudad de Ilfracombe,
un pequeño puerto sobre el canal de Bristol en el condado de Devon, al sudoeste
de Inglaterra. Era hijo de John Banfield y Elizabeth Harvey,
En gran parte de su infancia tuvo una salud muy precaria,
que no le permitía ir a la escuela y lo obligaba a estar varias horas en su
casa. Su educación estuvo a cargo de un preceptor particular hasta sus 12 años,
cuando pudo ingresar a una escuela. Una vez terminados sus estudios, empezó a
trabajar en la compañía Harvey & Co. de Hayle, donde permaneció hasta 1855
para luego mudarse a París para completar sus estudios en matemáticas e
ingeniería.
Su primer contacto con el mundo del ferrocarril sucedió en
1858, cuando viajó con su tío Frederick Henry Trevithich a Montreal para
trabajar en el departamento de locomotoras del Grand Trunck Railway. Durante
esa estadía en Canadá, colaboró en la iluminación de las cataratas del Niágara,
asombrando nada menos que al Príncipe Eduardo de Gales, invitado especial de
ese país. En 1862 regresó a Inglaterra, pero poco después viajó a Alemania para
ocupar el puesto de gerente del ferrocarril que unía Hamburgo con Frankfurt.
Todos esos años de estudio, trabajo y dedicación, le
valieron como experiencia para la misión que lo haría entrar en los libros de
historia de nuestra región. En 1865, año en que contrajo matrimonio con su
prima Jane, se mudó a Argentina para hacerse cargo de la gerencia del Ferrocarri
del Sud de Buenos Aires, donde se destacó tanto a nivel humano como
profesional.
Con 28 años recién cumplidos, Edward no tardó en ganarse el
aprecio de sus compañeros y de los directores de la compañía. Introdujo varias
mejoras en el tráfico del ferrocarril, como el nuevo sistema de transporte de
lana. En el plano de la construcción, su obra más sobresaliente fue el ramal
Altamirano-Ranchos-Salado-Las Flores, un ejemplo de obra barata y eficiente,
con rieles de acero sobre durmientes de hierro forjado, más sus extensiones a
Tandil y Azul.
En noviembre de 1867, Edward debió viajar a Inglaterra por
consejo médico, pero pudo volver a Buenos Aires al año siguiente para retomar
sus tareas. Sin embargo, para 1871 su salud volvió a desmejorar y debió presentar
la renuncia para irse definitivamente a su país. Los directivos de la compañía,
muy angustiados por su partida, le regalaron 2.000 libras como reconocimiento a
sus obras del Salado, a Azul y a Tandil, y un juego de té, de plata, con un
emotivo mensaje de sus compañeros. Meses antes le habían construido una
residencia en Banfield, en las actuales Larroque e Hipólito Yirigoyen, y nunca
llegó a ocuparla.
Edward llegó a Inglaterra el 14 de junio de 1872, pero no
logró recuperarse y no resistió mucho más. Falleció el 6 de julio de ese mismo
año en Londres en casa de su tío, a los 35 años. Dejó una viuda y tres pequeñas
hijas, Jeannete, Mary y Elizabeth, todas nacidas en Buenos Aires.
Mr. Banfield pasó la inmortalidad de varias maneras, pero
lamentablemente nunca pudo recibir estos reconocimientos en vida. El 4 de mayo
de 1873, la empresa le rindió homenaje poniéndole su apellido a la nueva
estación de tráfico local, entre Lanús y Lomas de Zamora. Así nació la estación
"Banfield", nombre que años más tarde fue adoptado por todo un
pueblo. Y más de dos décadas después, el 21 de enero de 1896, el honor de su
identidad se extendió a la creación del Club Atlético Banfield.
Así se cerró esta historia tan curiosa de un destacado
ingeniero inglés que vivió en Buenos Aires a fines del siglo XIX, que le dio
nombre a una estación, a una ciudad y a una institución deportiva, sin siquiera
haberse enterado. Y como si fuera poco, sin haber vivido jamás en Banfield.
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