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LA ARGENTINA DEL BICENTENARIO DE LA PATRIA.

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miércoles, febrero 12, 2020

Edward Banfield, el ingeniero inglés que le dio identidad a una ciudad sin saberlo.

Edward Banfield, el ingeniero inglés que le dio identidad a una ciudad sin saberlo.


Una localidad, una estación y un club llevan su apellido, pero él nunca pudo recibir esos homenajes en vida. La curiosa historia de este personaje histórico de la región.

Una ciudad tan antigua como Banfield está llena de historias. Sin dudas, la más curiosa es la de su nombre. Mejor dicho, la del personaje que le dio identidad al pueblo hace un siglo y medio. Se trata de Edward Banfield, un ingeniero inglés que cuenta con el honor de tener una localidad, una estación de tren y un club con su apellido, pero ¡sin haberlo sabido nunca!

Para entender esto hay que conocer la particular biografía de este señor. Edward nació el 8 de febrero de 1837 en la ciudad de Ilfracombe, un pequeño puerto sobre el canal de Bristol en el condado de Devon, al sudoeste de Inglaterra. Era hijo de John Banfield y Elizabeth Harvey,

En gran parte de su infancia tuvo una salud muy precaria, que no le permitía ir a la escuela y lo obligaba a estar varias horas en su casa. Su educación estuvo a cargo de un preceptor particular hasta sus 12 años, cuando pudo ingresar a una escuela. Una vez terminados sus estudios, empezó a trabajar en la compañía Harvey & Co. de Hayle, donde permaneció hasta 1855 para luego mudarse a París para completar sus estudios en matemáticas e ingeniería.

Su primer contacto con el mundo del ferrocarril sucedió en 1858, cuando viajó con su tío Frederick Henry Trevithich a Montreal para trabajar en el departamento de locomotoras del Grand Trunck Railway. Durante esa estadía en Canadá, colaboró en la iluminación de las cataratas del Niágara, asombrando nada menos que al Príncipe Eduardo de Gales, invitado especial de ese país. En 1862 regresó a Inglaterra, pero poco después viajó a Alemania para ocupar el puesto de gerente del ferrocarril que unía Hamburgo con Frankfurt.

Todos esos años de estudio, trabajo y dedicación, le valieron como experiencia para la misión que lo haría entrar en los libros de historia de nuestra región. En 1865, año en que contrajo matrimonio con su prima Jane, se mudó a Argentina para hacerse cargo de la gerencia del Ferrocarri del Sud de Buenos Aires, donde se destacó tanto a nivel humano como profesional.

Con 28 años recién cumplidos, Edward no tardó en ganarse el aprecio de sus compañeros y de los directores de la compañía. Introdujo varias mejoras en el tráfico del ferrocarril, como el nuevo sistema de transporte de lana. En el plano de la construcción, su obra más sobresaliente fue el ramal Altamirano-Ranchos-Salado-Las Flores, un ejemplo de obra barata y eficiente, con rieles de acero sobre durmientes de hierro forjado, más sus extensiones a Tandil y Azul.

En noviembre de 1867, Edward debió viajar a Inglaterra por consejo médico, pero pudo volver a Buenos Aires al año siguiente para retomar sus tareas. Sin embargo, para 1871 su salud volvió a desmejorar y debió presentar la renuncia para irse definitivamente a su país. Los directivos de la compañía, muy angustiados por su partida, le regalaron 2.000 libras como reconocimiento a sus obras del Salado, a Azul y a Tandil, y un juego de té, de plata, con un emotivo mensaje de sus compañeros. Meses antes le habían construido una residencia en Banfield, en las actuales Larroque e Hipólito Yirigoyen, y nunca llegó a ocuparla.

Edward llegó a Inglaterra el 14 de junio de 1872, pero no logró recuperarse y no resistió mucho más. Falleció el 6 de julio de ese mismo año en Londres en casa de su tío, a los 35 años. Dejó una viuda y tres pequeñas hijas, Jeannete, Mary y Elizabeth, todas nacidas en Buenos Aires.

Mr. Banfield pasó la inmortalidad de varias maneras, pero lamentablemente nunca pudo recibir estos reconocimientos en vida. El 4 de mayo de 1873, la empresa le rindió homenaje poniéndole su apellido a la nueva estación de tráfico local, entre Lanús y Lomas de Zamora. Así nació la estación "Banfield", nombre que años más tarde fue adoptado por todo un pueblo. Y más de dos décadas después, el 21 de enero de 1896, el honor de su identidad se extendió a la creación del Club Atlético Banfield.
Así se cerró esta historia tan curiosa de un destacado ingeniero inglés que vivió en Buenos Aires a fines del siglo XIX, que le dio nombre a una estación, a una ciudad y a una institución deportiva, sin siquiera haberse enterado. Y como si fuera poco, sin haber vivido jamás en Banfield.

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