Por Omar López Mato.
El 14 de junio fue el Día Mundial del Donante de Sangre. Esta celebración fue consagrada en 2005 para concientizar a la sociedad sobre la importancia de disponer de sangre, plasma y plaquetas para transfusiones. En esta fecha se destaca la generosidad de los donantes voluntarios y se debe prestar apoyo a las instituciones que organizan dichas donaciones bajo el lema “Sangre segura para todos”.
La fecha elegida conmemora el nacimiento de Karl Landsteiner, médico austriaco que tipificó los grupos sanguíneos, motivo por el cual le fue concedido el Premio Nobel de Medicina en 1930. También fue uno de los descubridores del virus de la polio.
Sin embargo, la historia es más compleja y los argentinos deberíamos celebrar este Día del donante en otra fecha, quizás el 22 de septiembre, porque fue ese día de 1868 cuando nació Luis Agote, el primer profesional en el mundo en realizar exitosamente una transfusión de sangre conservada sin que esta se coagule en el recipiente gracias al uso de citrato de sodio.
Egresado del Nacional Buenos Aires, Agote se formó como médico en la Universidad de dicha ciudad de donde egresó en 1893 con una tesis sobre hepatitis supurada.
Rápidamente ascendió en el escalafón sanitario, un año más tarde era secretario del Departamento Nacional de Higiene y, posteriormente, se hizo cargo del lazareto de la Isla Martín García. Este lazareto era paso obligado de inmigrantes que llegaban a Buenos Aires con alguna enfermedad.
La idea de disponer de este lugar de cuarentena fue de Domingo Sarmiento, el entonces presidente, quien tomó la idea Staten Island en EEUU (la experiencia no fue muy feliz porque los inmigrantes quemaron el lugar). Curiosamente, este lazareto sirvió de hospedaje al poeta Rubén Darío quien fue allí conducido por su amigo el doctor Prudencio Paz, no porque el poeta padeciese alguna enfermedad contagiosa (los poemas no suelen contagiar…) sino para alejarlo del alcohol y la juerga sin fin en la que se había sumido el escritor durante su ajetreada permanencia en Buenos Aires.
Sarmiento parecía obsesionado con la isla Martin García a la que quería convertir en capital de la República, tal como lo sugirió en su libro Argirópolis (del griego Άργυροπόλις, "ciudad de la Plata").
Agote prestó servicios en dicho lazareto entre 1895 y 1899, fecha en la que comenzó a desempeñarse como médico del Hospital Rawson. Lo sucedió en el cargo el joven doctor Salvador Mazza, conocido como el descubridor de la vinchuca como vector del mal de Chagas.
En 1914, estando en el Hospital Rawson, Agote fundó el Instituto Modelo de Clínica Médica donde investigó distintas sustancias para mantener la sangre anticoagulada. Fue en este instituto donde puso en práctica el método de conservación de sangre para transfusiones mediante el uso de citrato de sodio, un derivado del ácido cítrico.
Como se había desencadenado la Primera Guerra Mundial y morían cada día miles de soldados desangrados en esta contienda de trincheras, Agoté cedió los derechos a los países beligerantes sin patentar ni cobrar retribución alguna y así se lo comunicó a las distintas embajadas.
La idea de transfundir sangre no era nueva, Gerolamo Cardano (1501-1576), matemático al que le debemos las ecuaciones de tercer y cuarto grado y a quien también le debemos la suspensión cardán, había sugerido usar la sangre de los delincuentes como fuente de transfusión.
Jean-Baptiste Denys (1635-1704) había usado sangre de carnero con desastrosas consecuencias. El concepto de incompatibilidad no se dilucidó hasta fines del siglo XIX. Entonces las transfusiones se hacían en forma directa conectando la artería del dador con la vena del receptor en un proceso que requería una asepsia completa para impedir las infecciones. Pero aun así, los receptores sufrían graves complicaciones que tenía a todos los investigadores muy desconcertados.
En 1900, Karl Landsteiner identificó unos factores en la sangre que favorecían la aglutinación de los glóbulos rojos. Había identificado los grupos sanguíneos.
Como la sangre no se podía almacenar, la única forma de transfundir era hacerlo en forma directa, que además de la posibilidad de infecciones, debía hacerse rápidamente porque en el proceso la sangre se coagulaba, dispersando coágulos por el torrente sanguíneo del receptor, un factor de riesgo de muy difícil tratamiento.
El uso del citrato de sodio como anticoagulante fue el gran aporte del Dr. Agote a la humanidad. La primera prueba en humanos se realizó el 9 de noviembre de 1914 en la Clínica Modelo frente al rector de la Universidad de Buenos Aires, el doctor Eufemio Uballes, presidente de la Asociación Argentina de Médicos y diputado radical, además del decano de la Facultad de Medicina, el Dr. Luis Güemes, conocido como el “médico de los presidentes” (y la única persona que conozco que haya estudiado dos veces la carrera, porque se recibió en Buenos Aires y después la hizo otra vez en Francia). Además de estos distinguidos académicos, estaba presente el intendente Enrique Palacio, el director de la Asistencia Pública, el doctor Touner e innumerables profesionales que querían presenciar este “milagro” de la ciencia. Vale aclarar que Agote estaba muy seguro de lo que hacía al punto de haberse inyectado él mismo sangre citratada.
Un enfermo que había padecido una hemorragia por un accidente recibió 300 centímetros cúbicos de sangre tratada con citrato de sodio. Tres días más tarde fue dado de alta. Una vez más triunfaba la ciencia frente a la noxa.
Como ya hemos dicho, Agote entregó una nota con los detalles del método desarrollado a las embajadas de los países en pugna. No eran tiempos de mezquindades.
Pocos días después, el New York Herald publicó el “método Agote”, como un gran aporte a la ciencia.
Sin embargo, hubo otros médicos que se atribuyeron el hallazgo. No era la primera vez que un desarrollo o invento tenía más de un descubridor.
El belga Albert Hustin (1882-1967) y el norteamericano Richard Lewisohn (1875-1961) del Mount Sinai de New York hicieron publicaciones con un método semejante al propuesto por Agote. Comenzó entre ellos un intercambio epistolar discutiendo la prioridad del hallazgo, sin acaloramiento. Lo importante era que se salvaran vidas. Hustin podría haber tenido la idea casi al mismo tiempo que Agote, no así Lewisohn quien publicó su método en 1915.
Agote continuó su carrera profesional como profesor honorario y miembro de la Academia Nacional de Medicina y continuó con su actividad política que lo llevó dos veces a ocupar una banca de diputado.
Hombre con alto sentido del honor, se batió a duelo en más de una oportunidad. No temía perder su propia sangre antes de dejar impune una ofensa.
Desde su tarea legisladora promovió la ley 10.905 para evitar la prisión en cárceles comunes de los menores. La Ley Agote, o de minoridad, estableció que los jueces ante quienes eran llevados los menores acusados de un crimen tenían la facultad de disponer de ellos si estaban material o moralmente abandonados. Así apareció el Patronato Nacional de Menores Abandonados y Delincuentes, vulgarmente conocidos como “reformatorios”.
En esos años los números de delincuencia juvenil eran alarmantes: el 63% de las detenciones eran por vagancia, el 34% por alcoholismo.
Entonces, el 59% de los nacimientos en Buenos Aires eran hijos de madres solteras que difícilmente podían atender a su prole y el 75% de las pupilas que trabajaban en prostíbulos eran menores de edad. El 16% de los suicidios se daba entre jóvenes de 16 a 20 años. La mortalidad infantil llegaba al 17%... La juventud estaba desprotegida y algo debía hacerse.
De los 10 proyectos de ley para atacar el problema de la delincuencia juvenil, fue la propuesta por el Dr. Agote la elegida. ¿Fue la mejor opción? Es muy difícil de decirlo ahora, pero. ¿era mejor condenar a los jóvenes a una cárcel común donde solo podrían empeorar sus condiciones? Vale recordar que en Londres, en el siglo XIX, un niño de 12 años fue ejecutado por robar pañuelos. Las novelas de Dickens estaban inspiradas en esa juventud desamparada.
La idea original de Agote era ofrecer otra oportunidad a estos jóvenes pero con el tiempo el concepto de reformatorio cambio para peor .
También Agote fue un entusiasta de la historia clásica y publicó un libro sobre Nerón, otro sobre Augusto y Cleopatra, además de sus memorias.
Murió el 12 de noviembre de 1954, cuarenta años, después de ese día extraordinario día cuando demostró al mundo que la ciencia triunfa sobre la muerte con ingenio y perseverancia. Su entierro en el cementerio de la Recoleta fue algo accidentado, porque ese día llegaron las cenizas de Aimé Félix Tschiffely, el suizo que había recorrido América con los caballos criollos Gato y Macha, y las calles estaban atestadas.
Desde entonces a la fecha se mantiene viva la memoria de este médico altruista que ha dado su nombre a sanatorios, servicios de hemoterapia, calles, escuelas y al Instituto de Protección al Menor. Vale recordar que también apoyó con su voto la creación de la Universidad del Litoral (1919) y la anexión del Nacional Buenos Aires a la Universidad de esta ciudad.
¿Deberíamos los argentinos seguir recordando al Dr. Karl Landsteiner, de méritos indiscutibles, o celebrar el Día de la transfusión el 22 de septiembre o, mejor aún, el 9 de noviembre, la fecha en que ante una selecta concurrencia el Dr. Agote comenzó la larga lista de individuos a los que salvó la vida?
Publicado en Diario LA PRENSA.
18/06/2023.
https://www.laprensa.com.ar/531083-Vida-y-obra-del-doctor-Luis-Agote.note.aspx
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