Sin duda, la situación social de los pueblos varía con los tiempos. Hay circunstancias políticas, climáticas, internacionales, por ejemplo, que influyen decisivamente en las poblaciones. Veamos, por ejemplo: si un pueblo está sometido a otro, debe hacer lo que este le diga si no quiere ser aniquilado, deportado, esclavizado. Y, entre lo que debe hacer, por ejemplo, está pagar impuestos (exigidos y tasados al arbitrio del dominador), entregar cosechas, ganado, tierras, y en ocasiones hijos e hijas…
Imaginemos un sencillo campesino judío. Este tiene unas
pocas hectáreas de tierras que cultivar; por supuesto, productos acordes al
clima y la región. Tiene, además, unas pocas cabezas de ganado menor de las que
se provee de leche y lana y eventualmente, muy eventualmente, de carne. Por
vivir en una zona por lugares desértica, no puede estar lejos de las escasas
fuentes de agua, por cierto (ríos, oasis, pozos). La tierra de Israel, además,
es lo que se conoce como “clima subtropical con estación seca”, es decir, llueve
en invierno, ¡nunca en verano! Lluvias tempranas son las que ocurren en otoño y
lluvias tardías, las que ocurren en primavera. Y, por cierto, si en un año las
lluvias son escasas, la subsistencia de ese año, se verá complicada.
Agreguemos, además, que los judíos procuran respetar el “año sabático”, es
decir, hay un año cada siete en el que no trabajan la tierra; lo que esta
produce es para los pobres, decían. Por ejemplo, fue año sabático el período
que va de abril del 47 a marzo del 48, por tanto, también lo fueron los años
26-27, 33-34; 40-41 etc. [siempre contando de mitad de marzo de un año al
otro]… Evidentemente en esos años las dificultades alimentarias eran
crecientes.
Pero agreguemos que ya desde el período persa, y luego
durante los griegos y los romanos, los impuestos eran excesivos. Veamos, a modo
de ejemplo… Un campesino, (era más del 90% de la población) solía relacionarse
con otros campesinos haciendo trueque con el excedente de los productos que
tuviere: trigo, cebada, higos, vino, aceitunas, etc. La moneda, entre ellos,
era prácticamente inexistente. Pero cuando se les empieza a exigir el pago de
impuestos, y este no puede darse “en especias”, necesitará monedas para
pagarlo, con lo que debe vender ese excedente para conseguirlas (y, además, si
pudiera pagar “en especias”, no podría luego hacer trueque). Esto provoca,
evidentemente, un endeudamiento y empobrecimiento crecientes. Las dificultades
llevan, en muchísimos casos, a que el campesino finalmente deba entregar la
tierra a su acreedor y de haber sido su dueño pasa a ser, ahora, un jornalero.
El dueño, ausente, simplemente aprovecha la renta. Pero el jornalero también
debe pagar impuestos, y en ocasiones contraer deudas, con lo que es frecuente
que al final del ciclo termine siendo esclavo del “patrón”.
Cualquier lector de los Evangelios sabe la importancia que
Jesús dio al tema de las deudas, a no pagarlas o que estas sean condonadas.
En el viejo Israel, antes de estar sometido a los diferentes
imperios, las relaciones con los pobres eran diferentes de lo que ocurría en
tiempos de Jesús: las tierras o los esclavos después de un tiempo (7 años, o
49) debían ser liberados porque Dios mismo era su garante, pero – evidentemente
– eso no era aplicable durante el dominio imperial que, comprensiblemente, se
guiaba por sus propias leyes y no por las de Israel.
Este empobrecimiento, evidentemente, conduce, además, a una
pésima alimentación en la población, lo cual, repercute en la salud y, por lo
tanto, a una bajísima expectativa de vida (si el alimento es, prácticamente,
solo pan, y a veces algún grano o fruta… ¡solo a veces!, la salud no puede ser
buena); de hecho, suele decirse que cuando Jesús predica la inmensa mayoría de
su auditorio era menor que él.
El criterio del antiguo Israel, que es el mismo que guió a
Jesús, es el reconocimiento de que todos los que lo rodeaban son verdaderamente
hermanas y hermanos. Un judío está invitado a reconocer a todos los demás
judíos como hermanos de verdad, y obrar en consecuencia (en los préstamos, la
(no) esclavitud, la solidaridad, la atención a sus situaciones difíciles). Este
razonamiento de fraternidad y sororidad es el que lleva a reconocer a Dios como
un verdadero “papá” (en arameo abbá). El criterio de Jesús, entonces, no es
político ni contra-imperial (aunque en la práctica las consecuencias
ciertamente lo fueran) sino de profunda fidelidad a la voluntad de Dios (reino
de Dios) para el que estamos convocados a vivir “el derecho y la justicia”,
buscar a Dios no en el culto y templos, sino en la vida plena de los hermanos y
hermanas. Cuando Jesús, en Mateo, dice que lo que hicimos o dejamos de hacer a
los hermanos insignificantes y su hambre, sed, frío, soledad, etc. lo hicimos
con el mismo Jesús [Mt 25,31-46], está afirmando esto; cuando, en Lucas,
celebra que cambie la situación de los pobres, hambrientos, angustiados o
perseguidos [Lc 6,20-26], está afirmando esto; cuando nos invita a decir “perdona
nuestras deudas como perdonamos a los que nos deben” [Mt 6,12], está diciendo
esto…
La nueva sociedad que Jesús sueña, a la que llama “reinado
de Dios”, es, precisamente, una sociedad donde no haya pobres porque todos sus
hermanos y hermanas compartimos con ellos la vida y el pan (Hch 4,34), y nos
importa que otros y otras lo tengan; y por eso nos enseña a pedirlo: “el pan
nuestro de cada día, danos hoy” [Lc 11,3] porque a cada día le basta su propia
preocupación [Mt 6,34].
Imagen tomada de http://usitep.es/apf/reli/dc/jesus-mensaje-obra/predileccin_por_los_pobres_y_marginados.html
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