Muy fácil: no robar, no dejar robar, no hacer macanas.
Por Roberto Elissalde.
Se cumple el 61 aniversario del fallecimiento de Carlos Alberto Pueyrredon. La muerte lo sorprendió repentinamente a los 74 años en la su residencia de la avenida Las Heras 2525. Al momento de su desaparición se encontraba alejado hacía 29 años de la vida pública, desempeñaba la presidencia de la Academia Nacional de la Historia y dedicado a los intereses privados entre los que se encontraba la presidencia del directorio del Banco Popular Argentino y la Compañía de Seguro la Rural.
A sus exequias concurrieron ministros y ex ministros del Poder Ejecutivo Nacional, autoridades nacionales, provinciales, cuerpo diplomático argentino y extranjero, representantes de instituciones culturales, sociales económicas y políticas a las que estuvo vinculado a través de su fecunda existencia. Prueba de ello es la cantidad de oradores que despidieron sus restos, por el Poder Ejecutivo Nacional y la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires: el intendente Hernán Giralt; por la Academia Nacional de la Historia, Ricardo Zorraquín Becú; por el Banco Popular Argentino, Martín Aberg Cobo; por el Instituto Argentino de Ciencias Genealógicas, Jorge Durañona y Vedia; por la Comisión Nacional de Museos y el Instituto Bonaerense de Numismática y Antigüedades, Humberto F. Burzio; por la Academia Nacional de la Historia de Chile, Gabriel Fagnilli Fuentes; por el Instituto Cultural Argentino Uruguayo, Alfredo Díaz de Molina; por el Museo Saavedra, Carlos María Gelly y Obes; por la Sociedad de Historia Argentina, Julián Cáceres Freyre; por la Comisión Nacional de la Reconquista, Manuel José Calise; por la Unión Conservadora, Emilio Hardoy y por La Rural S.A. de Seguros, Jorge Otero Monsegur.
LA ORDEN DE ALFONSO X.
Tres meses después en el Museo Mitre se realizó la ceremonia de entrega de la condecoración de la Orden de Alfonso X con que el gobierno de España había distinguido a Pueyrredon y cuya muerte había impedido recibirlas.
En esa ceremonia el embajador José María Alfaro y Polanco al depositarlas en las manos de la señora Silvia Saavedra Lamas de Pueyrredon expresó que “en ningún otro pecho, no hubieran podido lucir que en el de su esposo”.
En ese acto también lo evocó en nombre del Instituto Histórico y Geográfico del Uruguay el doctor Ariosto González. Fue su viejo amigo Roberto Levillier quien recordó al “amigo fraterno” cuando seis décadas lo separaban “del colegio inglés” en el cual se conocieron.
EL CENTENARIO.
La vida política de Pueyrredon comenzó adhiriendo a Guillermo Udaondo en las vísperas del centenario de Mayo, cuya rectitud concitaba la adhesión de los jóvenes por el plan de regeneración que proponía y que bien podía haber sido: “Antes perder que ganar con malas artes”.
Presidió el comité de la Juventud, abogado, se dedicó a colaborar con su padre en el manejo de sus campos y a escribir artículos sobre temas de actualidad en periódicos como La Mañana y La Fronda donde su unía la crítica con el talento y la mordacidad.
En 1932 fue elegido diputado por la Provincia de Buenos Aires, y mantuvo célebres polémicas. Atacó el proyecto del impuesto global a la herencia como lo había presentado el ministro Pinedo, e impugnó el despacho de la Comisión en la que dijo estaban “amigos y correligionarios… entro en inferioridad de condiciones, porque aparentemente contrarío los vientos de izquierdismo que soplan en el país. Es difícil navegar contra el viento, no soy impermeable a la evolución de las ideas. Acepto muchos puntos del programa mínimo socialista, no por socialismo, sino por deber social que es cosa muy diferente. No acepto la injusticia contra el pobre, pero tampoco la acepto contra el rico… Por eso, cuando se va a tartar un proyecto de ley que entraña una injusticia, mi espíritu se rebela y levanto mi voz para llamar la atención. Esta actitud sé que me ocasionará una derrota parlamentaria; pero no afrontarla implicaría para mi algo más: implicaría una derrota moral”.
Efectivamente, quedó vencido en Diputados, pero en el Senado se adoptaron las modificaciones de Pueyrredon, lo que hizo exclamar al ministro Pinedo, “fue el héroe de la jornadas, nos anunció una derrota en el recinto, pero no nos anunció su éxito en las galerías del Senado, que lo obtuvo rotundo”.
Integró la misión Ramos Mejía a Italia en 1933 por el tema de la colocación de nuestras carnes. Y finalizó su mandato como diputado. Volvió a la vida pública, cuando a la muerte de Arturo Goyeneche, el 27 de noviembre de 1940 el presidente Ramón S. Castillo le ofreció la intendencia de Buenos Aires, que asumió el 6 de diciembre. Se había comenzado la avenida 9 de Julio, que por su magnitud llevaba buena parte de los recursos del erario municipal, “con una deuda de diecisiete millones a los bancos, siete millones en embargos, doce millones de sueldos atrasados y seis de cuentas sin pagar, el presupuesto venía con once millones de déficit”, apunta Levillier, pero también que la banca privada se le acercó y le ofreció el crédito que significaba saneando las cajas.
Visitaba personalmente los hospitales y la Asistencia Pública, que recibió los recursos necesarios y arbitró los medios para la construcción del Argerich y dotar del equipamiento necesario y habilitar el Fernández que estaba cerrado y sin uso. Lo mismo se ocupó de plazas y espacios verdes para niños, el bosque de la Costanera, el ensanche de las avenidas Córdoba y Juramento, dos capillas en el cementerio de la Chacarita.
Se inauguró el Museo Saavedra, que organizó en dos meses su esposa, donde creó un parque de juegos infantiles, con una calesita con motivos locales; adquirió a los hermanos Noel el Palacio de la calle Suipacha, donde se instaló el Museo Fernández Blanco. El Teatro Colón organizó veladas nocturnas en verano, lo jerarquizó con un directorio integrado por personalidades ampliamente reconocidas en su directorio.
Al terminar su mandato, tenía el proyecto de trasladar la Sociedad Rural y el Jardín Zoológico a las cercanías del Museo Saavedra, en las afueras de la ciudad, construir un barrio en ese lugar y desalojar la Penitenciaría y dar nuevo progreso a la zona. Preocupado por el problema social en terrenos de la Municipalidad pensaba edificar viviendas para el personal, los constructores que las levantaran a precio de costo, iban a ser los preferidos para las futuras licitaciones.
EL FIN.
Hace 80 años la revolución del 4 de junio de 1943 que derribó a Castillo puso fin a su progresista intendencia. Era tal su prestigio que los revolucionarios deseosos de contar con el concurso de Pueyrredon, ya que se había quedado unos días para atender las urgentes necesidades y manifestado su deseo de volver a la vida privada, llegaron a pedirle a Castillo que él se lo pidiese. Llamado por el ex presidente, concurrió y después del saludo le dijo: “Señor Presidente, usted me ha llamado y aquí estoy pero he venido ante todo a solicitarle un favor”. “Muy bien, diga Ud”, fue la respuesta de Castillo. Y la respuesta: “Doctor, no me pida que le sea desleal”.
A 80 años de esta respuesta, cuando vemos en la lista a los campeones de garrocha que saltan de un partido a otro, o han vivido sólo de la función pública, sin importar demasiado lo ideológico con tal de servir al Estado (¿o servirse?), este ejemplo ilumina la historia política de un tiempo con tan altos valores que deseamos rescate la actual dirigencia.
Como señaló Emilio Hardoy: “Fue un intendente municipal de Buenos Aires laborioso y eficaz, que elevó la moral de la colectividad con su ejemplo”. Su busto se levanta en los bosques de Palermo.
Al final de su mandato Pueyrredon, había logrado sanear las finanzas y acumulado sesenta millones de pesos, cuando alguien le preguntó cómo había logrado eso en dos años y medio contestó sonriendo: “Muy fácil: no robar, no dejar robar, no hacer macanas”.
Publicado en Diario LA PRENSA.
https://www.laprensa.com.ar/530995-Muy-facil-no-robar-no-dejar-robar-no-hacer-macanas.note.aspx
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