El hombre que soñó el Alto Valle.
POR GIANLUCA V. DI BATTISTA *
Hablar del Alto Valle es hablar de transformación. De cómo el ingenio humano logró convertir el recién conquistado desierto, que producía algo menos que sombra, en un centro agroexportador de relevancia internacional. Y en el corazón de esa historia, brilla, entre todos los nombres, el del padre Alejandro Stefenelli, un misionero con aires de ingeniero que soñó con un valle productivo y puso su vida al servicio de su ejecución. Este sacerdote salesiano, al que el rey Vittorio Emanuele III condecoró con el título de Colonizador y Civilizador italiano en la Argentina, movido por el ejemplo misionero de Don Bosco emprendió su misión a la Patagonia a los 24 años, allá por 1878 el Valle era una región árida y desolada pero él llegó con una convicción inquebrantable: “La promoción del hombre, de cada hombre, del hombre en su totalidad.”
Realizador incansable, activo, múltiple y práctico, que levantó edificios, compró maquinarias, las transportó tiradas por bueyes durante más de 600 km., abrió canales de riego mecanizados, experimentó la adaptación de cultivos, realizó investigaciones geográficas y meteorológicas, fundó escuelas de oficios. “Mi ensueño es ver estas tierras convertidas en productivos centros agrícolas”, decía, y soñaba con “laboriosos agricultores disfrutando de las aguas corrientes que enriquecen a sus hogares y al país”. Para ello, ideó la nueva bocatoma del primitivo canal Furke, acudió hasta las altas autoridades de la Nación, presidió la Comisión de Riego y colaboró con el ingeniero César Cipolletti en la construcción de un nuevo canal de riego que pondría en producción 60.000 hectáreas.
El trabajo del Patriarca del Alto Valle no se limitó a la infraestructura; también implementó una visión estratégica de desarrollo comunitario. Sabía que transformar un desierto en un vergel requería no solo agua, sino también un cambio en las prácticas agrícolas y en la mentalidad de los habitantes. Por ello, fundó una escuela agrícola que educase a las nuevas generaciones, especialmente a las más pobres, en las técnicas avanzadas de cultivo, y que también promovía el sentido de civilidad, comunidad y responsabilidad colectiva: “Asilar, alimentar, vestir, instruir, moralizar, dar un oficio, enseñarles a trabajar… para la Sociedad y para la Patria.”
Despertó el amor por la tierra, enseñó a cultivar y preparó personal idóneo para el trabajo de campo y su administración. En cada uno de sus proyectos se reflejaba su fe en que, con trabajo duro, “el espinoso piquillín y alpataco” podían transformarse en “árboles frutales, viñedos y olivares” y así fue.
El legado de Stefanelli era, y sigue siendo, una hoja de ruta para el progreso. Su sueño y planificación sentaron las bases para que el Alto Valle se convirtiera en una de las regiones productivas más importantes del país con relevancia internacional. Qué lejos quedaron aquellos días de nobles sueños y grandes empresas.
INVOLUCION.
Hoy, el Alto Valle enfrenta un abandono que amenaza con deshacer todo lo que Stefenelli y otros pioneros construyeron. En la última década, el sistema productivo ha expulsado al 34% de sus chacareros, con 778 familias obligadas a abandonar su estilo de vida. De estos, el 85% eran pequeños productores de menos de 30 hectáreas, aquellos que, como soñó Stefanelli, deberían haber sido el corazón de un valle productivo y próspero. La falta de acción y la ineficacia de las políticas públicas han llevado a la región al borde del colapso. Las últimas administraciones tienen una responsabilidad objetiva e ineludible en este abandono. La falta de planificación, la sobrerregulación, el anquilosamiento en los cargos de las instituciones, la imposibilidad de acceso a la tierra y la brutal concentración de mercado, nos condujo a esta situación que hoy favorece a unos pocos, mientras el valle y sus familias sufren las consecuencias.
Stefenelli, en sus años finales, dejó una reflexión que resuena profundamente en este contexto: “Yo ya estoy cansado de estas promesas incumplidas… en cuanto a lo demás estoy resuelto a decir con más fe: el pan de cada día… y de vencer con la oración y el trabajo todas las dificultades”.
Esa fe, combinada con el trabajo incansable, es el faro que aún puede guiar al Alto Valle hacia un futuro digno de su historia. Pero para que eso ocurra, es necesario retomar la planificación, el compromiso y la acción que hicieron de este desierto un vergel, sin esperar a que el Estado venga a socorrernos. Al igual que el Alto Valle se construyó a espaldas de la política, debemos hoy retomar las riendas del progreso, con una visión libre y autosuficiente. La memoria de Stefenelli no debe quedar como un recuerdo lejano, sino como un llamado urgente a recuperar lo que nunca debimos dejar caer.
* Instagram: gian.dibattista / giandibattista@gmail.com
Publicado en LA PRENSA.
https://www.laprensa.com.ar/El-hombre-que-sono-el-Alto-Valle-555348.note.aspx
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