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...." el pueblo recoge todas las botellas que se tiran al agua con mensajes de naufragio. El pueblo es una gran memoria colectiva que recuerda todo lo que parece muerto en el olvido. Hay que buscar esas botellas y refrescar esa memoria". Leopoldo Marechal.

LA ARGENTINA DEL BICENTENARIO DE LA PATRIA.

LA ARGENTINA DEL BICENTENARIO DE LA PATRIA.
“Amar a la Argentina de hoy, si se habla de amor verdadero, no puede rendir más que sacrificios, porque es amar a una enferma". Padre Leonardo Castellani.

“
"La historia es la Patria. Nos han falsificado la historia porque quieren escamotearnos la Patria" - Hugo Wast (Gustavo Martínez Zuviría).

“Una única cosa es necesario tener presente: mantenerse en pie ante un mundo en ruinas”. Julius Evola, seudónimo de Giulio Cesare Andrea Evola. Italiano.

miércoles, junio 15, 2016

JOSÉ GABRIEL O JOSÉ GABRIEL LÓPEZ – (1896-1957). UN MALDITO EXCLUIDO DE LA HISTORIA OFICIAL. Autor: Norberto Galasso.

JOSÉ GABRIEL O JOSÉ GABRIEL LÓPEZ – (1896-1957).
UN MALDITO EXCLUIDO DE LA HISTORIA OFICIAL.
Su nombre verdadero es José Gabriel López o José Gabriel López Buisán pero después de un enojo con su padre, olvida los apellidos paterno y materno y se da a conocer como José Gabriel, como si Gabriel fuese apellido. Nace el 18 de marzo de 1896, en España. Tal es el desconocimiento que existe sobre él –a pesar de la obra realizada- que algunos lo dan por asturiano y otros, por madrileño. Su gran amigo, el escritor Eduardo Suarez Danero, da por seguro que era aragonés, de la aldea Torre del Obispo, y que su familia desciende del conde Villar de Bergame, “seguramente de algunos forajidos –según Gabriel- que pelearon en la cueva de Covadonga… A mí me basta con ser hijo de mi madre, la mujer más buena, más pura y más trabajadora del mundo”.
En 1905, llega a la Argentina, traído por su familia. Cursa estudios primarios y secundarios, ingresando luego a la Facultad de Filosofía y Letras, pero abandona la carrera cuando ya era un estudiante adelantado. En esa época, vive en Banfield y la debilidad económica de la familia lo obliga a realizar tareas de distinto tipo para sobrevivir él y los suyos. “A los 9 años, pedía yo limosna por las aldeas empotradas en los montes cántabros, a los diez era hortero, a los once, peón de panadería y repartidor de pan por las calles de Buenos Aires, a los doce, mozo de fonda, a los trece, pintor letrista, a los catorce, mensajero, a los 15, empleado y mandadero de escritorio, a los 16, inspector de ferias francas, a los 22, profesor de enseñanza secundaria… He trabajado toda mi vida como una bestia y con una familia siempre a mi cargo”.
En su paso por la Facultad de Filosofía, adhiere a la “Escuela Novecentista” que reconoce como orientador a Eugene D’Ors, algo así como una reacción romántica o humanista, si se quiere, frente al positivismo reinante en los años anteriores. Allí conoce a Benjamín Taborga, por quien siente gran admiración y quién será uno de sus primeros ídolos intelectuales. “Taborga, un auténtico filósofo, provocó un vuelco saludable en mi vida… Con él iba a la Biblioteca Nacional y al Museo de Bellas Artes, leíamos mucho y discutíamos más, pero siempre con gran fraternidad. A veces, sin embargo, por sentir demasiado a la belleza, olvidábamos la justicia”. Con Taborga funda, en 1917, “El Colegio Novecentista”, idealista en lo filosófico, pero con algunos aciertos en otras cuestiones. Los dos amigos realizan sus primeras experiencias periodísticas en “La Gaceta”, pero al poco tiempo la abandonan pues no cobran sus sueldos.
Al producirse la guerra, Taborga, a pesar de ser formado en la cultura francesa, se manifiesta germanófilo, así como, después, se declara partidario de la revolución bolchevique de octubre del ’17. Su fallecimiento, en 1918, provoca un inmenso dolor en Gabriel, que lo valoraba como amigo y como profundo intelectual con enormes posibilidades de desarrollo. Poco antes, Gabriel tiene la suerte de cruzarse con otro intelectual de alto nivel: Manuel Ugarte.
Por entonces, Ugarte se ha lanzado a la aventura del diario “La Patria” y Gabriel debe haber seguido con atención las posiciones del gran escritor socialista y latinoamericano, pues de allí proviene seguramente su intención de entrelazar ideológicamente socialismo y cuestión nacional. Pero “La Patria” vive solo 3 meses.
Después, “a los 23 años –relata- me embarqué en la revolución universitaria contra los reaccionarios y contra los revolucionarios”. Ingresa entonces a “La Prensa”. Allí, en el diario de los Paz, permanece hasta 1919. “Era delegado, teníamos la Federación de Periodistas y sacábamos un boletín… El trato al personal no era bueno, y un día, paramos ‘La Prensa’… Fue la primera huelga grande con que se enfrentaron los Paz”. Con motivo de esa huelga, donde él fue uno de los dirigentes, no obstante su juventud, es cesanteado. “Aquella huelga me cortó los víveres y me acarreó persecuciones policiales y patrioteras… Ni en ‘La Vanguardia’ pude conseguir trabajo de reportero… ‘La Prensa’ me marcó a fuego. A partir de aquella huelga, ‘La Prensa’ me sentenció. Me podía morir o que me nombrasen presidente de la Nación, que ‘La Prensa’ no me mencionaría nunca más”. Así, pues, una temprana experiencia de “maldito”.
Luego, dirá: “No odio esa casa de don Ezequiel Paz… pero puedo aseverar, por lo que vi en aquella casa, que me sentí en un Estado dentro del Estado. ‘La Prensa’ desdeñaba la causa popular… Era el diario que daba más noticias extranjeras en el mundo… Defendía sus intereses particulares, contra los nacionales, como en el caso famoso de la devaluación de la libra, cuando Pellegrini, la perjudicó y le costó que el diario no volviese a nombrarlo hasta después de muerto”.
En esta época, reside en La Plata y es docente en el Liceo de Señoritas. Allí conoce, como alumna, a la que después será su esposa: Matilde Delia Natta.
En ese 1920, ya publica sus primeros cuentos: “Un lance de honor”, “Los inocentes” y también sus primeros ensayos: “Evaristo Carriego”, al cual Manuel Gálvez juzgaría superior al ensayo de Borges sobre ese poeta, quizás el mejor sobre ese cantor del arrabal. También publica “La educación filosófica”.
No obstante su juventud, es interesante percibir que ya avanza hacia una cultura nacional: “… Nuestra crítica se inclina a asignar méritos muy superiores a los productos de imitación o trasplante, como si, para adquirir un valor universal, la obra artística no necesitase previamente ser local y muy humana. Todavía no he podido convencer a nuestros críticos de que toda la obra ‘universalista’ de Leopoldo Lugones no tendrá jamás, para la historia del arte, la significación de un solo verso local (no localista) de Carriego”. Desde la revista “Nosotros”, Aníbal Ponce lo critica porque Gabriel “divide a la poesía argentina en: pura, nativa o criolla por un lado, y por otro, la mestiza, extranjera o europeísta”, pues, según él, “la condición principalísima de la originalidad del arte, será el contenido de la emoción del medio circunstante al artista”. Ponce no está de acuerdo y considera “un absurdo considerar a Martín Fierro como piedra angular de nuestra literatura… Hace ya bastante tiempo que estamos hartos del gaucho. Los argentinos actuales, queremos ser nada más lo que somos: europeos modificados por el medio…”. Aquí se advierte, nuevamente, como Gabriel marcha hacia la comprensión de una cultura nacional, en un ámbito cultural adverso. Sin embargo, a pesar de esta resistencia a sus planteos, “Nueva Era” publica, en tapa, que “José Gabriel es uno de nuestros críticos descollantes”.
La publicación de la novela “La Fonda”, en 1922, comprueba su planteo cultural al lograr una recreación notable del ámbito material y espiritual de la Buenos Aires del Centenario, con la sordidez de sus fondines, sus cosacos represores y también el tremolar de banderas rojinegras de los anarquistas. Sin embargo, esta obra permanece olvidada.
Asimismo, en 1921, en una conferencia en el Centro de Estudiantes de Derecho, demuestra que ha asimilado la posición de Ugarte respecto a un socialismo nacional, deslindándose del internacionalismo proletario abstracto sostenido por la izquierda oficial: “Hay que distinguir guerra ofensiva, de conquista, de la guerra defensiva… que hoy pueden hacer los pueblos oprimidos por el yugo extranjero, contra el capitalismo imperialista que los oprime… En el curso de estas guerras de liberación, todo demócrata verdadero, así como todos los socialistas, apoyan el objetivo de los países o burguesías en litigio… Si mañana Marruecos declarase la guerra a Francia, la India a Inglaterra, Persia o China a Rusia, serían guerras equitativas, por la justicia y el derecho… En este sentido, los socialistas reconocían y reconocen la legitimidad, el carácter de progreso, la equidad de la defensa de la patria y de la guerra defensiva… La Argentina tiene un antecedente precioso en Alberdi… Su actitud ante la guerra del Paraguay, podría ser suscripta hoy por cualquier socialista. Consideró ofensiva, o por lo menos, impopular, la guerra de su patria contra el Paraguay y no le prestó su apoyo. En estos días se ha renovado el dicterio de traidor que con ese motivo, se le había dirigido en vida… En el concepto socialista no habría dejado de ser la actitud que correspondía en la línea del desarrollo histórico de la justicia social”. En cambio, la guerra de Europa última “no es entre naciones opresoras y naciones oprimidas, sino entre opresores y opresores, es decir, entre ‘negreros que se disputan sus esclavos’”. (“Nueva Era”, 10/04/1921).
En esos años del ’20, se desarrolla y crece como crítico y cuentista. Publica “Jeannette”, “Vindicación de las Artes”, “Elegía a Zuloaga”, “Farsa eugenesia”, “Origen y sentido de la modernidad” y “Frente a Moisés”. Este último trabajo resulta premiado por la Facultad de Filosofía y Letras. En esos años, fallece su madre porque “ella, como Moliere, no tuvo salud bastante para resistir la medicina de los médicos”.
Entre 1929 y 1930, publica varios folletos sobre cuestiones del arte: “Don Juan clásico y don Juan romántico”, “El arte y la belleza”, “Lo moderno temporal y lo moderno cualitativo” y “El cisne de Mantua” (crítica a Virgilio).
En ese medio de la literatura y la plástica donde se está convirtiendo en figura importante, Gabriel encuentra demasiados falsos valores, demasiada infatuación, prestigios armados por los diarios, complicidades académicas, en fin, demasiado oropel y pedrería sin fundamento. Por momentos, lo agobian esos saludos respetuosos de viejos acomodaticios que aseguran así su cátedra o su impunidad para manifestar necesidades. “El era –opina Danero- un hombre de innata rebeldía y aguda cultura”. Según Ernesto Palacio, “poseía una divina locura, entre quijotesca y unamunesca”. Él mismo, por su parte, se define poco después: “Yo, intelectual argentino, no tengo antepasados, ni contemporáneos, ni futuro, nací de la nada, vivo solo, me dirijo al vacío… Por eso, los domingos me voy a la cancha de fútbol a proporcionarme, entre otros goces, el que no he experimentado jamás en mi oficio: el de la solidaridad”.
De esa concurrencia a las canchas, nace el artículo “El jugador de football”, ejemplo de arte, publicado en “La Nación”, el 06/01/1929. Allí escandaliza a los lectores sosteniendo que en un partido de fútbol hay más arte que en muchas de las óperas del teatro Colón, recalcando especialmente el funcionamiento colectivo del juego. Pero, además agrega que deberíamos tomar ejemplo, en la cultura, de lo ocurrido en el fútbol: “Unos ingleses acriollados, les enseñaron a nuestros muchachos las reglas primarias del juego, hace medio siglo, pero ellos no se quedaron en la enseñanza externa y también en esto es ejemplarizador nuestro futbol: cuando supieron cómo se jugaba, trataron de olvidar lo aprendido y se pusieron a inventar. Leyeron los libros, pero no tomaron notas, aprovecharon la experiencia ajena, pero no la repitieron. Alumni era el fútbol inglés trasplantado a la Argentina. Polimeni o Calomino (dos jugadores de la época) en una de sus trenzadas de vagos por los baldíos de los diques con la marinería de los buques británicos surtos en el puerto, crearon el fútbol argentino. Todos los actos esenciales de la cultura son producto de una enseñanza convertida en móvil creador. Por eso, nuestros universitarios van a Europa maestra y sólo promueven cortesías y van nuestros jugadores de fútbol y arrebatan a las gentes. Llevan lo que Europa conocía, pero lo llevan superado”.
Al producirse el golpe militar de 1930, Gabriel trabajaba en “Crítica” y colaboraba en alguna revista, al tiempo que continuaba con sus cátedras. Pero el gobierno uriburista lo juzga un izquierdista peligroso y el ministro de Instrucción Pública lo exonera, reemplazándolo por E. Martínez Estrada. Gabriel resuelve exiliarse. Viaja a Montevideo, donde logra una cátedra en la Facultad de Humanidades. “En Montevideo estoy pasando hambre”, le escribe a Danero.
Allí publica varios artículos que luego unifica en el libro “Bandera Celeste”, aparecido en 1932, donde no sólo critica al golpe militar sino que distingue claramente al radicalismo irigoyenista, como movimiento democrático, del gobierno reaccionario de los sectores dominantes e incursiona asimismo en los temas descubierto en el diario “La Patria”, junto a Ugarte: socialismo y cuestión nacional, naturaleza colonial de la Argentina, necesidad de la federación hispanoamericana. “Trotsky es hoy, quizá, el único comunista ortodoxo del mundo (…) y Stalin un embozado reaccionario del comunismo. Con la única mira de ser útil a mis semejantes, propongo la formación de una agrupación de arranque nacional y anhelo mundial que por conducto del sindicato obrero y de la comuna restituida a su función, fomente, como pueda, en sentido socialista, la evolución de la sociedad burguesa agonizante y persiga así para los hombres un futuro más bello, más bueno y más feliz. He pensado que nuestro distintivo podría ser la Bandera Celeste con la estrella roja… Sostengo que todo movimiento revolucionario americano de los nuevos tiempos, si quiere corregir un siglo de errores localistas, si quiere recuperar el vuelo internacional y la verdadera eficacia de la revolución emancipadora, debe tender por último a la federación hispanoamericana”.
Poco después, atraído por el surgimiento de la República Española, escribe “Burgueses y proletarios en España”: “La oposición española necesita cumplir antes de un año su misión. Si la situación objetiva le obliga a dilatar el plazo, la burguesía puede lograr un momentáneo desahogo económico y estabilizarse, aún sin fascismo o con un fascismo enclenque… El rey se ha ido, pero la monarquía todavía no. Aguardo la noticia del saqueo del Palacio de oriente… Dios les haga leve la guerra civil. Pero tengan presente las palabras de Lenin: ¡Ni un paso atrás!”. La posición asumida en este libro, de crítica al anarquismo y de expectativa en el POUM (Partido Obrero Unificado Marxista), liderado por Andrés NIN, así como también su elogio a Trotsky, evidencias que se ha alejado de los ácratas para asumir una posición trotskista, con cierta comprensión de la cuestión nacional.
En 1933, se halla de nuevo en la Argentina, residiendo en La Plata. Desde allí acomete una obra muy importante: la reivindicación del Martín Fierro. Publica un periódico con ese nombre, del cual llega a tirar diez números, dedicado a analizar y reivindicar distintos aspectos del poema de Hernández. A su condición de agitador gremial –en la huelga de ‘La Prensa’- y de crítico con perfiles nacionales en sus libros, se agrega ahora su definición marxista, en clara línea antistalinista, recibiendo así fuego graneado desde varios sectores. “Pocos individuos más calumniados que yo… En un tiempo me reía de las calumnias. Luego, me dio por enojarme. Entonces, tuve varios cacheteos, envié los padrino no sé en cuantas ocasiones y me batí a duelo tres veces”.
No encuentra, por eso, un lugar desde donde continuar su lucha. El único resquicio es el semanario “Señales”, donde Jauretche y Scalabrini Ortiz irradian ideas para formar una conciencia antiimperialista. Y allí se suma. Desde “Señales”, entre 1935 y 1936, aborda diversos temas. Un día, enfila una fuerte crítica al Partido Socialista, por haber concurrido a elecciones en 1931, en vez de acompañar al radicalismo vetado. Otro día, aplica una violenta crítica al Partido Comunista y a su táctica de frente popular, que lo conduce a aliarse al alvearismo entreguista y traidor. Asimismo, refuta una carta abierta del general Fasola Castaño, nacionalista de derecha, a quien le imputa hablar de muchas cosas pero no denunciar que “la Argentina se está entregando cada vez más sumisa al imperialismo económico y cultural extranjero y que ¡el próximo presidente lo impondrá el príncipe de Gales!”. En otra oportunidad señala la decadencia general de la dirigencia política de la Argentina y aboga porque “nos juntemos al fin bastantes locos para correr carpiendo a todos los sensatos y a todos los pícaros”. Publica, también, un artículo reivindicando a San Martín como el gran patriota latinoamericano, enemigo de Rivadavia y echa rayos y centellas contra las empresas ferroviarias británicas. En uno de esos artículos, manifiesta: “Mis intereses personales no han estado nunca en choque con mi honestidad, porque siempre supe ser pobre y humilde para no tener que ser sinvergüenza”.
A fines de 1936, viaja como corresponsal a España. Se apasiona ahora por la guerra civil, acercándose al POUM (Partido Obrero Unificado Marxista), dirigido por Andrés Nin, lo más cercano que encuentra a su filiación trotskista. Al producirse el asesinato de Federico García Lorca escribe unas hermosas páginas tituladas “Ditirambos a García Lorca”. Desde la península publica artículos diversos, denunciando cómo Inglaterra y Francia contribuyen a tumbar a la República. La lucha contra el fascismo se convierte, entonces, en su causa principal. En 1937, publica “España en la cruz” y “Vida y muerte en Aragón”. Asimismo, reflexiona sobre Cervantes en “Las semanas del jardín”.
Regresa a mediados de 1937 y se sumerge en una biografía de Florentino Ameghino, que aparece en 1939, bajo el título “El loco de los huesos”. Escribe, además, “Aclaraciones a la cultura”, donde manifiesta su inquietud por una cultura nacional y “El nadador y el agua”. Participa, asimismo, en revistas y periódicos trotskistas como “Inicial” y “Frente Obrero”. Y en órganos antifascistas como “Argentina Libre”, donde reflexiona sobre la primacía de lo popular en nuestra cultura. También por entonces, se vincula a Manuel Gálvez, a quien le escribe una carta hacer del revisionismo histórico.
En 1939, lo autorizan a dar clases en escuelas dependientes del Ministerio de Educación, pero en 1941 denuncia maniobras fraudulentas en un concurso y es suspendido en la cátedra.
En 1942, publica “Entrada en la modernidad”. En 1943, su militancia antifascista en España lo conduce, al producirse el golpe militar del 4 de junio, a manifestarse en total oposición, siendo detenido el 9 de julio de ese año. Después de 40 días, recupera la libertad y se marcha a Montevideo. Allá prosigue su labor intelectual y en 1944 publica dos biografías: “Walt Withman” y “Lamadrid”. Al año siguiente lanza “Curso fundamental de literatura española”. Asimismo, colabora desde el exilio en periódicos antiperonistas y en 1946 se radica en Perú, invitado por los apristas, donde permanece exiliado hasta 1949. Reside en Lima y da clases en la Facultad de Letras de la Universidad de San Marcos.
Pero a partir de 1947, empieza a replantearse su oposición al peronismo y en 1948 escribe: “Hace meses que vengo incitando a la oposición argentina, a tomar una actitud diferente frente al gobierno del General Perón, que a mi parecer habría que apoyar si se quiere que sea mejor aún”. El canciller Bramuglia, de paso por el Perú, parece haberlo convencido del progreso histórico y social que significa el peronismo para la Argentina y en especial para los trabajadores, por lo cual decide regresar.
Ahora, otra vez en la Argentina, vuelve al periodismo, desempeñándose en la subsecretaría de Prensa y en “El Laborista”. Se consustancia, entonces, con el peronismo y escribe algunos artículos en la revista “Hechos e ideas”, entre ellos, “El Destino Imperial”. En “Argentina de hoy” –periódico de los socialistas acercados al peronismo- exalta la figura de Eva Perón y analiza su libro “La razón de mi vida”. Asimismo, publica un nuevo libro: “Historia de la gramática”, al cual agrega, en 1952, un ensayo sobre la situación política mundial titulado “La encrucijada”.
Es su época de vida más tranquila. Atemperadas sus viejas rebeldías, acompaña la experiencia de los trabajadores en el movimiento peronista. Vive muy modestamente, con su mujer y sus dos hijos, en un barrio apartado, de la localidad de Lanús, denominado “Villa obrera”. En 1954, formula un informe sobre el diario “La Prensa” y poco después, viaja a Europa para participar en una Conferencia Mundial de Población. Por entonces, pasa a desempeñarse como periodista en el ministerio de Salud Pública mientras continúa yendo todas las tardes a “El Laborista”. Sus relaciones son escasas pues a lo largo del camino ha castigado a más de uno y además, su adhesión al peronismo lo convierte en enemigo para la mayor parte de la intelectualidad alineada en el antiperonismo.
Pero el 16 de junio de 1955 –bombardeada la plaza de Mayo por aviones insurrectos- comienza el derrumbe del gobierno. Gabriel acompaña a los trabajadores que se dirigen a plaza de Mayo y a la CGT para defender al gobierno y vive intensamente esa jornada de horror, de destrucción y muerte. Luego, la relata en un opúsculo titulado “Llenos de coraje y de miedo”. Asimismo, en un poema –“Antífona”- condena esa barbarie:
Preguntas, niño, por los días
afortunados de la patria,
días de fiesta en el trabajo
de paz y de abundancia.

Florecía el hogar
la escuela abría alas,
goces y bienes proveían
la oficina, el taller, la tienda, el haza.

Pero vinieron unos hombres negros
y nos tiraron bombas en la plaza.

Tres meses después, producido el derrocamiento de Perón, recibe los más violentos vituperios por parte de la intelectualidad adherida al gobierno de facto. Aquel que había sido marginado por anarquista y trotskista, por rebelde y deslenguado, por predicar una síntesis entre marxismo y liberación nacional o hacer centro en la cuestión social al analizar el Martín Fierro, suma ahora otra transgresión: su peronismo militante de los últimos años. Inmediatamente es exonerado del ministerio, manteniendo apenas su cargo en “El Laborista”, aunque arrinconado en una sección secundaria y con un sueldo exiguo que le permite apenas sobrevivir a él y a su familia. Pocos meses después, al producirse los fusilamientos del 9 de junio de 1956, en uno de sus últimos gestos de rebeldía, le escribe a un intelectual del nuevo régimen –Mario Luis Descotte- una carta plagada de duros términos: “Unos insultan, otros esquilman, otros fusilan. ¡Qué pocas razones deben de tener ustedes, señores libertadores de la muerte! Ya el exquisito resucitado Borges, en un diario de la isla de Formosa, quiero decir de Montevideo, nos abrumó de ‘pocos, malos y mudos’ a los ‘escritores de la tiranía’ y ahora, Ud. remacha el clavo con su imputación de ‘rebañegos, resentidos, logreros e innobles’… En el diario ‘El Mundo’. Su congelado cerebro, ¿no admite ni la posibilidad de que cualquiera de nosotros haya estado sinceramente en el ‘error’ en el supuesto que ese error hubiese existido?... Yo tengo una ya larga e intensa vida de luchador, presidiario y desterrado por el bien ajeno y de individualista siempre sacrificado (jamás pertenecí a ningún partido)… Yo he querido ser solidario, no rebañego, con el pueblo trabajador, que no me dio ni podía darme nada, como le daban por el coqueto Palermo chico o por los jardines nudistas de Punta del Este al rebaño disperso… Conté con la distinción del ‘tirano’, pero para ayudarlo en el bien público, aún teniendo que disentir con él a veces, y no recibí un premio, una cátedra, una orden de automóvil, ni ninguna otra prebenda y vivo más humildemente que nunca en una barriada fabril y obrera que ustedes, libertadores de la muerte, no conocen… YO, ‘grasa’ tengo que remar como forzado en galeras para esquivar la invasión de la miseria, de la ignominia y de la muerte…”. La carta la fecha el 16 de junio de 1956, en Madariaga 3602, Villa Obrera, Lanús.
Un año después, el 14 de junio de 1957, el infarto masivo lo sorprende tecleando en la redacción. Cae hacia delante, dando con su cabeza en la máquina de escribir, sobre la cual permanece –como periodista de toda la vida- abrazándola. Conducido al hospital, se le produce un segundo infarto y exhala el último suspiro.
El silencio se tiende sobre él, sobre sus libros, sobre sus irreverencias y quijotadas. Deben transcurrir 17 años para que, en 1974, su amigo E. S. Danero lo rescate de este modo: “José Gabriel, sin pelos en la lengua. Textos de un polemista mordaz, relegado al olvido por la cultura oficial. Biografía de un luchador” (“La Opinión”, 03/02/1974). Luego, otra vez el silencio, el olvido “de los que tienen memoria”. Habían sido demasiados sus desafíos al “régimen” y éste lo convirtió en “maldito”.

Norberto Galasso, Los Malditos, Volumen I, página 278
Ediciones Madres de Plaza de Mayo.

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