El 16 de junio de 1955 les tocó defender al gobierno de Perón en el bombardeo golpista a la Plaza. Eran conscriptos y vieron de cerca el horror. Desde entonces, nunca dejaron de reunirse.
Estaba frío y lluvioso el 16 de junio de 1955. La neblina
afectaba como tantas veces la visión en Buenos Aires. Ya era la hora de
almorzar. Y, como cada mediodía, los jóvenes de la clase 34 que entonces
cumplían con el servicio militar obligatorio junto a la Tercera Compañía del
Regimiento Motorizado Buenos Aires tomaban su plato de comida y se sentaban en
el piso para comer, espalda contra espalda.
Estaban entonces apostados sobre Pichincha y Garay, y en
esos días ensayaban el desfile para la jura de la bandera del 20 de junio.
Algunos soldados no habían terminado de almorzar. Otros aún hacían la fila para
recibir el plato cuando la orden superior se expandió sin excusas. Había que
tomar los fusiles y marchar a toda velocidad a los camiones porque el grupo
debía defender al presidente Juan Domingo Perón, acosado por el Golpe que
habían puesto en marcha facciones cívico militares, y cuyo primer capítulo fue
aquel 16 de junio en el que aviones de la Marina bombardearon la Casa Rosada.
Saldo: más de 300 muertos, la mayoría civiles, decenas de niños, y el doble de
heridos.
Sesenta años después de esa truculenta jornada, que empezó
pasado el mediodía cuando 30 aviones bombarderos partieron de la base de Punta
Indio para rociar la Rosada y la Plaza de Mayo con bombas de hasta 100 kilos,
aquellos colimbas del Regimiento Motorizado, hoy de 81 años, siguen con su
ininterrumpido ritual: se reúnen año a año como desde junio de 1956,
cuando recibieron el primer llamado de
Antonio Dip, uno de ellos, y empezaron las primeras comidas. Ni la desaparición
física de algunos quebró esa íntima unión que sienten por haber compartido un
momento bisagra en la sociedad argentina, siempre partida, siempre enfrentada.
Dueño de un kiosco de flores, Dip le pasó la posta de los
llamados a otros compañeros, entre ellos Eduardo Schiafino, el “coleccionista”
de fotografías inolvidables: haciendo la “colimba”, las de aquel 16 de junio.
Los asados con las familias, las cenas en restaurantes por toda la ciudad, con
el claro signo en todas del paso del tiempo y de las modas.
Viva reunió a 16 sobrevivientes del “núcleo duro”. Fue una
tarde, en la Plaza de Mayo. Algunos ya no están bien de salud, pero acudieron
puntualmente al café Victoria de Hipólito Yrigoyen y Bolivar. Entre risas
volvieron hablar de aquella y agitada marcha hasta el entonces Ministerio de
Guerra (hoy Defensa), en cuyo sótano se refugió Perón. Aquel 16 de junio del
55, los camiones que los trasladaron bajaron por Avenida San Juan para alcanzar
Paseo Colón.
“Hay una revolución. Vayan a defender el Ministerio”, les
dijeron. Lo recuerda Héctor Raggio, otra alma mater de este grupo, contador,
economista, bailarín de tango amateur a los 81 y quien coronó la historia de
estos jóvenes y sus reuniones en un libro que acaba de terminar bajo un título
más que elocuente: 1955 – El año de los Colimbas Olvidados.
“Los aviones llegaban y arrojaban su carga de muerte, cayera
donde cayera y luego seguían ametrallando con sus balas luminosas en esa fría
tarde. Los civiles trataban de escapar corriendo por Paseo Colón, donde no
había bajo qué refugiarse. Pero los aviones ya estaban allí cuando intentaban
escapar. Se guiaban los civiles por el sonido de sus motores. Ya era tarde y
así iban cayendo como fichas de dominó, desgarrados, perforados por el impacto
de esos proyectiles lanzados con absoluto odio y mala fe contra el pueblo
indefenso”, escribió Raggio en su libro. En otro párrafo dice así: “Nunca se
borrará de mi mente el espantoso espectáculo que pude visualizar, junto con el resto de los soldados que transitamos ese
recorrido, al contemplar la cantidad de cuerpos tirados, o lo que quedaba de
ellos, en la calle o entre autos y ómnibus de transporte público destruidos e
incendiados y que tuvieron la mala suerte de pasar por esa zona justo al tiempo
en que los aviones descargaban sobre la ciudadanía indefensa su carga de odio y
muerte. Uno de los transportes destruidos llevaba cerca de cincuenta niños que
venían de Santiago del Estero para encontrarse en una cita programada con el
Presidente, entre los que no hubo sobrevivientes”
¿Supo Perón que unos 200 muchachos por decisión de sus más
leales lo defendieron fusil en mano? Algún rasgo de melancolía hay en la voz
del grupo cuando Raggio escribe sobre “aquellos soldaditos que sin quererlo
fueron parte de la historia negra que enlutó a la nación entera y que fueron
olvidados por un estado y una sociedad que en este caso, perdieron la memoria”.
Tres meses después del bombardeo, Perón debió salir al exilio porque el golpe
militar en ciernes se impuso. Entonces los “soldaditos” masticaron polvo y
debieron entonces prestar servicio para el nuevo orden imperante.
Publicado en "Viva" - Diario "Clarín", 14/06/2016.
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