A sus 25 años, en 1967, el boxeador norteamericano Muhammad Ali ya era una celebridad. Ostentaba la corona de campeón indiscutido de los pesos pesados ganada tres años atrás en Miami; había renunciado a su nombre, Cassius Clay, por considerarlo de esclavo, acogiendo el asignado por un líder del Islam; y, debido a su negativa a incorporarse a las Fuerzas Armadas de Estados Unidos en plena guerra del Vietnam, había perdido sus títulos pese a ostentar un récord de 29 peleas sin derrota, 22 de ellas por nocaut.
En el clímax de los años 60, con toda su revolución social y cultural a bordo, Muhammad Ali era un ícono de su generación. Nacido en la ciudad de Louisville, en el Estado de Kentucky en enero de 1942, a los 12 años ya era asistente habitual de los gimnasios y se había subido al cuadrilátero; a los 18 ganó medalla de oro en los Olímpicos de Roma en 1960; y a los 22 era campeón mundial tras acabar con el reinado de Sonny Liston, a quien “flotando como mariposa y picando como abeja” derrotó por nocaut en febrero de 1964.
Sin embargo, su leyenda apenas estaba en ciernes. Tres años después de ser suspendido, en octubre de 1970 en Atlanta regresó para protagonizar una recordada hazaña deportiva. En esa época, la televisión era el invitado de los hogares del mundo, y combate tras combate, las nuevas generaciones vivieron los triunfos y derrotas de un boxeador que marcó historia, no solo por su técnica en el ring sino por sus temerarias declaraciones públicas como objetor de conciencia, defensor de minorías o exponente de su raza.
Hasta que llegó uno de los momentos estelares. Se le llamó "La pelea del siglo". El 8 de marzo de 1971 en el Madison Square Garden de Nueva York, con lleno total y presencia de destacadas personalidades de Estados Unidos, Ali enfrentó al campeón vigente Joe Frazier. Para quienes la vieron por televisión desde los cuatro puntos cardinales del mundo, fue una pelea inolvidable que ganó por puntos el campeón, pero que solo se resolvió en el decimo quinto asalto, cuando Frazier tiró a la lona al retador con un gancho de izquierda.
Cuando se creía que la saga de Muhammad o Mohamed Ali estaba concluida, empezó su retorno exitoso. Uno a uno fue dejando en la lona a sus rivales. A Jimmy Ellis, por nocaut; a Buster Mathis por puntos; a Jurgen Blin en apenas siete asaltos, o al ex campeón Floyd Patterson, quien después de caer vapuleado se retiró del cuadrilátero. En marzo de 1973, con el objetivo de acceder al título de una de las asociaciones de boxeo, Ali se midió con Ken Norton y por segunda vez conoció la derrota. Perdió por decisión dividida.
Ese mismo año 1973 obtuvo la revancha y tras derrotar a Ken Norton quedó abierto el desafío de enfrentar de nuevo a Joe Frazier, quien había perdido el título mayor con el demoledor George Foreman. El 28 de enero de 1974 en Nueva York lo derrotó por puntos y ganó el derecho de medirse con Foreman. Otra vez el mundo pendiente de una pelea de boxeo y Muhammad Ali protagonizando ante los periodistas, ante quienes siempre se presentó como el más grande, el más hermoso, el preferido de las multitudes.
En octubre de 1974, en Kinsasa (Zaire), ante 60.000 espectadores y más de 800 millones de televidentes en el mundo, Ali dio una lección de estrategia. Aguantó la embestida de Foreman en los primeros asaltos, se atrincheró en las cuerdas amortiguando sus golpes y hablándole al oído en cada forcejeo, hasta que físicamente lo agotó y en el octavo asalto, con una rápida combinación de golpes, lo derrotó por nocaut. Casi una década después de ser suspendido, Muhammad Ali era de nuevo el rey mundial del boxeo.
Tres veces defendió la corona unificada antes de encontrarse por tercera vez con su eterno rival Joe Frazier. Lo enfrentó el 1 de octubre de 1975 en Filipinas en una pelea de guerreros que solo se resolvió antes del último asalto, cuando desde la esquina del retador, en medio de las protestas de Frazier, su esquina técnica decidió que ya no tenía como abrir los ojos ni combatir al campeón, también a punto de desfallecer. Quienes lo vivieron no olvidan ese enfrentamiento de dos colosos, cuando el boxeo reinaba como espectáculo.
Once veces defendió su segunda corona, nadie vaticinaba quien podía derrotarlo, hasta Ken Norton sucumbió en la tercera pelea en la que se fajaron cuerpo a cuerpo, pero sucedió lo inesperado. El 15 de febrero de 1978 en Las Vegas, el retador Leon Spinks, un absoluto desconocido que apenas tenía siete peleas como profesional del boxeo y una medalla de oro olímpica en la categoría de semipesados en los juegos de Montreal en 1976, por amplia decisión de los jueces le arrebató el título mundial.
Casi de inmediato se organizó la revancha. El 15 de septiembre de 1978, a sus 36 años, esta vez en Nueva Orleans, Muhammad Ali se convirtió por tercera vez en el monarca de los pesos pesados. Desde ese momento entendió que el final de su carrera estaba cerca, pero a pesar de su convicción de retirarse como campeón invicto, las exigencias e intereses de los empresarios lo llevaron a exponerse. En 1980 perdió ante su ex sparring, Larry Holmes. Después del décimo asalto, desde su esquina tiraron la toalla.
Volvió a pelear en diciembre de 1981 con Trevor Berbick, 12 años menor. Perdió por puntos y al día siguiente, a escasas semanas de cumplir 40 años, anunció su retiro del boxeo. Como profesional en el ring había ganado 56 enfrentamientos, 37 por nocaut, y en una carrera deportiva de más de 20 años sólo perdió cuatro veces. A partir de entonces cerró su historia boxística pero se fortaleció su leyenda. Aunque desde 1984 recibió el diagnóstico del mal de Parkinson, ni siquiera esa enfermedad opacó su prestigio.
En los últimos 30 años, al tiempo que dedicó sus días a respaldar diversas misiones humanitarias y sociales en los cinco continentes, también ha recibido innumerables reconocimientos en Estados Unidos y en otros países del mundo. Cuando cayó el telón del siglo XX fue exaltado como uno de los deportistas más insignes de esa centuria y las principales publicaciones deportivas han admitido que marcó una época, la misma en la que varias generaciones, sin distingos de credo o raza, lo convirtieron en paradigma.
Esta leyenda del boxeo, que fue hospitalizado en los últimos años por una afección en las vías urinarias, falleció este viernes 3 de junio un día después de ser internado en Phoenix, Arizona por problemas respiratorios. "Después de 32 años de luchar contra la enfermedad de Parkinson, el excampeón mundial murió a la edad de 74 años", dijo Bob Gunnel, su portavoz.
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