El secreto del éxito del peronismo por Héctor Ghiretti.
Hace unas semanas, en el marco de las Jornadas de Sociología organizadas por la Universidad Nacional de La Plata, tuve la oportunidad de asistir a una conferencia plenaria del destacado politólogo Marcelo Cavarozzi.
El tema elegido fue el de la Argentina en el escenario latinoamericano. La exposición transcurría por cauces esencialmente previsibles, pero en un momento empezaron a surgir observaciones que resultaron particularmente interesantes.
Cavarozzi explicó que, contrariamente a lo que sostienen algunos gobiernos de la América Latina, la destrucción/reducción del Estado no se ha detenido desde que se inició una operación en ese sentido, aproximadamente a mediados de los '70/principios de los '80.
También fueron interesantes las observaciones en torno al caso chileno, del que mostró un panorama más bien sombrío.
La primarización acelerada de su economía y una incipiente pero cada vez más profunda crisis en los partidos de la alternancia, no son perspectivas particularmente alentadoras para el país que se ha convertido en ejemplo de la región.
En este contexto, el regreso de Bachelet podría no deberse tanto a su capacidad de liderazgo como a un escenario de gobernabilidad en problemas.
Pero lo más sugerente de la conferencia fue cuando intentó explicar el secreto del éxito del peronismo. ¿Por qué al peronismo le va tan bien en la Argentina?, se preguntó, para responder se inmediatamente: "Porque es extremadamente funcional a una sociedad que no quiere ser gobernada".
Adaptarse.
En su apretada síntesis, la sentencia daba perfecta cuenta del estado de la cultura política argentina.
La capacidad de adaptación, verdaderamente camaleónica, del peronismo, que Carlos La Rosa ha explicado de formas tan diversas y elocuentes en estas páginas, no solamente se manifiesta respecto de las tendencias mundiales regionales, sino también respecto de la constelación de intereses y demandas de la propia sociedad argentina.
Con el peronismo, siempre dentro de lo que cabe, casi todo el mundo (pongo casi, porque me estoy refiriendo a los sectores sociales que son "visibles" al gobierno, no a esos que son excluidos, deliberadamente ignorados) consigue lo que quiere y a veces un poco más, sin que se le exija demasiado a cambio.
Dar a cada uno...
En este contexto es claro que "conseguir lo que se quiere" en absoluto equivale a obtener lo que se necesita o le corresponde.
El peronismo adoptó en sus orígenes la denominación formal de "justicialismo", neologismo derivado de justicia, que consiste, como explica su definición más conocida, en" dar a cada uno lo suyo". El justicialismo actual ha transformado ese ideal al darle a cada uno lo que desea, que es algo sustancialmente diferente.
Cavarozzi señaló que esta resistencia de la sociedad argentina a ser gobernada no es totalmente negativa y en realidad da cuenta de una realidad compleja y variada. La Argentina, a su modo, es el paraíso de los libertarios: todo el mundo vive como quiere, aunque su existencia sea precaria.
Pero no dejó de llamar la atención sobre la anarquización y el desorden que puede verse en cada aspecto de la vida nacional. Estamos muy lejos del ideal de la "comunidad organizada", que predicara Perón, en la que cada parte se subordina al todo. En su lugar se encuentra una sociedad transaccional y prebendista, en la que nadie tiene claro qué es lo bueno para todos.
La sociedad argentina no quiere ser gobernada, no quiere que la obliguen a nada, quiere obtener cosas a cambio de menos o de nada. Y el peronismo actual es esencialmente funcional a ese reclamo.
A fuerza de adaptaciones, de ser el penúltimo gran proyecto nacional (el último habría sido el desarrollismo) ha devenido en cadena de transmisión de los intereses, las mezquindades y miserias de los principales sectores sociales del país: clases altas, medias y bajas; empresarios, funcionarios y asalariados, instituciones e individuos.
Poderes personales.
No hay tal proyecto nacional ni popular: sólo concentración de recursos y reparto de privilegios. En la Argentina peronista del siglo XXI, no sólo los niños son privilegiados: en cierto modo lo somos todos.
En ese privilegio indiscriminado radica la máxima arbitrariedad, el desgobierno que practica el gobierno: "vos tenés porque yo te doy". La sociedad acepta dócilmente y chilla cuando se lo quitan, sin reparar en la perversidad de la lógica del sistema.
Al final de la exposición le pregunté a Cavarozzi si el conocido reclamo de los sectores disidentes y opositores al gobierno por una institucionalidad fortalecida, una mayor vigencia de las leyes y las organizaciones respondía a una genuina voluntad de orden y gobierno o más bien a esa resistencia a someterse a las directivas del poder político, que tan agudamente había señalado.
También le pregunté si la herramienta imprescindible para llevar a cabo la destrucción del Estado en el contexto contemporáneo era la construcción de un poder personal centralizado en un líder fuerte, de Menem y Fujimori a Cristina y Chávez.
El politólogo respondió haciendo referencia a la tesis conocida de Ernesto Laclau: frente a los populismos transformadores, los órganos legislativos y las instituciones judiciales se erigen en un obstáculo, en un poder conservador. Concluyó que si nuestra concepción de la institucionalidad era la que proponía Laclau, estábamos sonados (en realidad usó otra palabra).
Me dio la impresión de que Cavarozzi me respondía más desde el deseo que desde el análisis. A fin de cuentas, por más que muchos se empeñen en establecer dialécticas y enfrentamientos radicales, el gobierno que tenemos es bastante parecido a nuestra sociedad.
Lo que vemos como sus miserias y debilidades no son más que la manifestación pública, corregida y aumentada de las nuestras. ¿De dónde cabe esperar la mejora, entonces? Si queremos que el gobierno cambie, quizá deberíamos empezar por cambiar nosotros mismos.
El tema elegido fue el de la Argentina en el escenario latinoamericano. La exposición transcurría por cauces esencialmente previsibles, pero en un momento empezaron a surgir observaciones que resultaron particularmente interesantes.
Cavarozzi explicó que, contrariamente a lo que sostienen algunos gobiernos de la América Latina, la destrucción/reducción del Estado no se ha detenido desde que se inició una operación en ese sentido, aproximadamente a mediados de los '70/principios de los '80.
También fueron interesantes las observaciones en torno al caso chileno, del que mostró un panorama más bien sombrío.
La primarización acelerada de su economía y una incipiente pero cada vez más profunda crisis en los partidos de la alternancia, no son perspectivas particularmente alentadoras para el país que se ha convertido en ejemplo de la región.
En este contexto, el regreso de Bachelet podría no deberse tanto a su capacidad de liderazgo como a un escenario de gobernabilidad en problemas.
Pero lo más sugerente de la conferencia fue cuando intentó explicar el secreto del éxito del peronismo. ¿Por qué al peronismo le va tan bien en la Argentina?, se preguntó, para responder se inmediatamente: "Porque es extremadamente funcional a una sociedad que no quiere ser gobernada".
Adaptarse.
En su apretada síntesis, la sentencia daba perfecta cuenta del estado de la cultura política argentina.
La capacidad de adaptación, verdaderamente camaleónica, del peronismo, que Carlos La Rosa ha explicado de formas tan diversas y elocuentes en estas páginas, no solamente se manifiesta respecto de las tendencias mundiales regionales, sino también respecto de la constelación de intereses y demandas de la propia sociedad argentina.
Con el peronismo, siempre dentro de lo que cabe, casi todo el mundo (pongo casi, porque me estoy refiriendo a los sectores sociales que son "visibles" al gobierno, no a esos que son excluidos, deliberadamente ignorados) consigue lo que quiere y a veces un poco más, sin que se le exija demasiado a cambio.
Dar a cada uno...
En este contexto es claro que "conseguir lo que se quiere" en absoluto equivale a obtener lo que se necesita o le corresponde.
El peronismo adoptó en sus orígenes la denominación formal de "justicialismo", neologismo derivado de justicia, que consiste, como explica su definición más conocida, en" dar a cada uno lo suyo". El justicialismo actual ha transformado ese ideal al darle a cada uno lo que desea, que es algo sustancialmente diferente.
Cavarozzi señaló que esta resistencia de la sociedad argentina a ser gobernada no es totalmente negativa y en realidad da cuenta de una realidad compleja y variada. La Argentina, a su modo, es el paraíso de los libertarios: todo el mundo vive como quiere, aunque su existencia sea precaria.
Pero no dejó de llamar la atención sobre la anarquización y el desorden que puede verse en cada aspecto de la vida nacional. Estamos muy lejos del ideal de la "comunidad organizada", que predicara Perón, en la que cada parte se subordina al todo. En su lugar se encuentra una sociedad transaccional y prebendista, en la que nadie tiene claro qué es lo bueno para todos.
La sociedad argentina no quiere ser gobernada, no quiere que la obliguen a nada, quiere obtener cosas a cambio de menos o de nada. Y el peronismo actual es esencialmente funcional a ese reclamo.
A fuerza de adaptaciones, de ser el penúltimo gran proyecto nacional (el último habría sido el desarrollismo) ha devenido en cadena de transmisión de los intereses, las mezquindades y miserias de los principales sectores sociales del país: clases altas, medias y bajas; empresarios, funcionarios y asalariados, instituciones e individuos.
Poderes personales.
No hay tal proyecto nacional ni popular: sólo concentración de recursos y reparto de privilegios. En la Argentina peronista del siglo XXI, no sólo los niños son privilegiados: en cierto modo lo somos todos.
En ese privilegio indiscriminado radica la máxima arbitrariedad, el desgobierno que practica el gobierno: "vos tenés porque yo te doy". La sociedad acepta dócilmente y chilla cuando se lo quitan, sin reparar en la perversidad de la lógica del sistema.
Al final de la exposición le pregunté a Cavarozzi si el conocido reclamo de los sectores disidentes y opositores al gobierno por una institucionalidad fortalecida, una mayor vigencia de las leyes y las organizaciones respondía a una genuina voluntad de orden y gobierno o más bien a esa resistencia a someterse a las directivas del poder político, que tan agudamente había señalado.
También le pregunté si la herramienta imprescindible para llevar a cabo la destrucción del Estado en el contexto contemporáneo era la construcción de un poder personal centralizado en un líder fuerte, de Menem y Fujimori a Cristina y Chávez.
El politólogo respondió haciendo referencia a la tesis conocida de Ernesto Laclau: frente a los populismos transformadores, los órganos legislativos y las instituciones judiciales se erigen en un obstáculo, en un poder conservador. Concluyó que si nuestra concepción de la institucionalidad era la que proponía Laclau, estábamos sonados (en realidad usó otra palabra).
Me dio la impresión de que Cavarozzi me respondía más desde el deseo que desde el análisis. A fin de cuentas, por más que muchos se empeñen en establecer dialécticas y enfrentamientos radicales, el gobierno que tenemos es bastante parecido a nuestra sociedad.
Lo que vemos como sus miserias y debilidades no son más que la manifestación pública, corregida y aumentada de las nuestras. ¿De dónde cabe esperar la mejora, entonces? Si queremos que el gobierno cambie, quizá deberíamos empezar por cambiar nosotros mismos.
Publicado en Diario "Los Andes" de Mendoza, jueves 10 de enero de 1013.
http://www.losandes.com.ar/notas/2013/1/10/secreto-exito-peronismo-690257.asp
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