Dueño de la bodega Chacra, y descendiente de la aristocracia italiana, Piero Incisa della Rocchetta encontró en Mainqué no sólo la viña ideal para su pinot sino una tierra “única en el mundo”.
Podría ser un capricho. El hombre, 49 años, es descendiente de la aristocracia italiana; su escudo familiar se luce en la Fontana di Trevi; tiene un ancestro que aparece mencionado en “La divina comedia” de Dante Alighieri, y es propietario, además, de Tenuta San Guido, donde se produce el Sassicaia, uno de los grandes vinos del mundo. Ese hombre está en Mainqué, obsesionado con el pinot noir, enamorado de los cielos de esta parte del mundo, de los vientos patagónicos, y de la salinidad del terruño.
Nada, en el camino de acceso a la bodega Chacra, señala que cerca de la barda están las tierras de la condesa Noemí Marone de Cinzano y más allá las de su primo, Piero Incisa della Rocchetta, el hombre, de 49 años, que recorre los viñedos y se cubre de polvo, con su traje Prada.
Podría ser un capricho, pero no lo es. En esta tierra, Piero encontró “un lugar único en el mundo”, y sobre todo, la viña que buscaba para producir un vino que hoy se vende a 150 dólares la botella en EE.UU., Dinamarca, Canadá, Japón, Europa y Singapur.
La copa que sabe a Mainqué.
Los vinos de la bodega Chacra son conocidos en el mundo, y valuados por los críticos más prestigiosos. Pero su búsqueda es que ese pinot noir que lo desvela tenga el aroma a Mainqué.
“Me parece muy arrogante decir que queremos hacer algo demasiado bueno o de competición. Nosotros tratamos de interpretar con integridad –o sea, manipulando el mínimo posible– las características de lo que pasa arriba de la tierra y abajo de la tierra. Y acá no utilizamos productos químicos porque la naturaleza te ayuda a eso. Los chacareros del valle que usan químicos son personas a las que les gusta gastar plata y poner veneno en la comida de la gente. Hacer un cultivo orgánico no sólo es más barato; hace mejor a la salud, y se vende más caro. Entonces, ¿qué intentamos hacer? No hacer cagadas, porque las cagadas no las hace la naturaleza, las hace siempre el hombre”.
Un día, en Nueva York, su prima Noemí, dueña de las bodegas Noemí, le convidó a Piero un pinot noir de Canale. A Piero le encantó. Y sobre todo, intuyó un lugar. “Era la indicación de que detrás de ese vino había grandes condiciones”. Y así, sin mucho preámbulo, salió en busca de su terruño. “Sin saber donde estaba Mainqué, sin saber nada, busqué un avión para venir acá y tratar de entender el lugar donde estaba hecho ese vino”.
–¿Costó encontrar estos viñedos?
–Tuve suerte. La vida es a veces es un poco rara: encontré un señor, Oscar Ferrari, que me ayudó. Empezamos a visitar todas las chacras que según el registro tenían viña vieja de pinot. Había muchas sobre el papel pero la realidad nos mostraba que la mayoría habían sido arrancadas porque la tradición campesina del valle es más de producción que de vinificación. Y además, los hijos de los inmigrantes que trabajaron la tierra se fueron a ser doctores, abogados, ingenieros y quedaron los viejitos. Pero, encontrar una viña vieja como esta, fue como encontrar un diamante de 50m quilates.
–¿Y fue un diamante?
–Parecía una piedra sin interés. pero se notaba que había un material único porque si una viña llega a vieja es que las condiciones son maravillosas, si no, se hubiera secado antes.
¿Capitalismo o socialismo?
Los títulos de la nobleza no cuentan demasiado. El saco Prada no desentona en medio de esas hectáreas cubiertas de vides, y de una bodega enorme que, por el color y la estructura, se confunde con las bardas.
Piero puede hablar horas de esta tierra, del cuidado con el que la trata, de cómo evitar el uso de agroquímicos significó que el lugar se pueble de mariposas, liebres, cuises y pájaros.
Para él, no hubo proeza al dejar su Toscana y desafiar las comodidades de su vida por una apuesta al pinot de Mainqué. Dice él que los verdaderos aventureros y valientes fueron los inmigrantes, esos que plantaron las vides que hoy le dan el premiado pinot noir a él. “Yo me siento más libre y feliz diciendo la verdad. Si me miro al espejo y digo que soy el dueño de Chacra, es una mentira. Soy dueño en un papel, pero los verdaderos dueños son los que trabajan acá todos los días , los que hacen enormes sacrificios levantándose a la madrugada cuando hay heladas, o cosechando con mosquitos. Después si un abogado de Buenos Aires se compra una chacra que produce vino y pretende que hace todo, sólo le da de comer a su ego . A mí me interesa hacer cosas con integridad e intentando no tener un impacto químico negativo en la naturaleza, porque yo soy un huésped, no solo en el país, sino también en Mainqué y además, soy huésped de cada liebre, tortuga, mariposa y pájaro que vive acá. Mi responsabilidad es cuidar este lugar”, dice, serio, locuaz. “La suerte de haber crecido en una familia de agricultores es que se piensa de manera generacional: se vive de una parcela de tierra y hay que cuidarla para la próxima generación, que a su vez, cuidándola bien se la deja a la próxima. Y no es sólo por respetar a la naturaleza, es porque además, respetando a la naturaleza, se hace un tomate mejor, que se vende a mejor precio. Y eso es un socialismo inspirado o un capitalismo inspirado. Los dos conviven en la misma práctica”.
El privilegio de pertenecer
Cuando Piero encontró la chacra que hoy se llama Chacra no sabía que sus vinos –Treinta y Dos, Cincuenta y Uno, Barda– recibirían altas calificaciones.
Al principio, y por dos años, alquiló el lugar para calibrar su apuesta. Sólo cuando vio que era un tiro ganador, construyó el lugar. Y aunque le cueste muchas horas de avión, viaja seguido a esta región ,para seguir de cerca su objeto de deseo.
Puede que alguien lo juzgue desde las posibilidades que su propia historia y linaje le dieron. El no reniega de eso. “Yo tuve suerte”, asegura. “Suerte de haber nacido en una familia como en la que nací; de haber bebido vino y de tener una capacidad económica que me permite experimentar sin la presión de ganar dinero. Pero también tengo una enorme dosis de masoquismo”.
–¿Por qué?
–Por que es muy dificil hacer negocios en este país: hay inflación y no hay estabilidad. Uno sabe que tiene un 80 % de posibilidades de que no le vaya bien. Hay que ser masoquista, no tomar conciencia de la realidad. En serio. Si no, no se sobrevive.
–¿Por qué, teniendo la prestigiosa Sassicaia, decidiste venir a Mainqué a hacer un pinot?
–Porque la vida es una sola. Podría haberme quedado con una vida muy cómoda, haciendo lo mismo que hacían mi papá y mi abuelo, pero a mí me gusta buscar mi propio camino. Si con todos los privilegios que tengo no hago algo, soy un insulto para la humanidad.
–¿Quién te lo inculcó?
–No sé. Soy una persona no tan inteligente a la que le gusta hacer las cosas de modo eficiente: no me gusta gastar, ni tirar. Y tengo valores humanos que capaz aprendí de mis abuelos, que estuvieron en la II Guerra, y ayudaban a sus trabajadores. Crecí en una situación en la que los otros eran más importantes que nosotros. Tuve la suerte de vivir ese ejemplo y de encontrar ahí un valor personal.
Una concepción del mundo
El lugar se llama Chacra. Y si hay algo que llena de orgullo a Piero y a todos los que trabajan aquí es que se trata de “un círculo cerrado”. En otras palabras, eso significa que “acá se consume lo que da la tierra. Yo no compro cosas que tienen químicos. Acá hay gallinas, huevo fresco, una quinta... Y como tenemos una tierra con un poco de salinidad, el tomate que tenemos es genial. Por eso, cuando viene gente de afuera y comemos lo que hay en casa, siempre me preguntan: ¿qué le hacés al tomate para que tenga sabor a tomate? Y el secreto es que no le ponemos nada, su nutrición viene del suelo”, explica con su mezcla de italiano y castellano.
Apasionado, insiste en el asunto de los tomates: “Hay dos aspectos de los que nadie habla: uno es el placer. Siempre hay que darle prioridad porque la vida es corta. Entonces, al darte placer, el tomate e s aún mejor. Y el otro aspecto es el de la nutrición. Cuando uno se come un pollo industrial, come hormonas, antibióticos, y entonces, la capacidad de nutrición es negativa. Pero un pollo de chacra es nutritivo. ¿Qué hace la gente hoy? Toma vitaminas porque le faltan a la comida. En cambio, un tomate que toma los nutrientes del suelo, te los da a vos también”.
Cuando era chico, el abuelo de Piero le hacía probar vino a la hora de comer. Eso, dice él, fue como cursar en la mejor universidad. Vale aclarar que el abuelo, Mario Incisa della Rochetta, tuvo mucha influencia en Piero. Fue el creador del Sassicaia, pero él no quería venderlo. Sólo lo convidaba en su casa porque lo consideraba algo muy personal. “Yo, que me crié en una familia que tiene tradición campesina de muchas generaciones, tuve la suerte de formar un buen paladar con mi abuelo, que siempre nos hacía probar vino, desde chicos. Entonces, a los 15 años ya tenía paladar de una persona mayor. Y eso me permitió llegar directamente a un producto bueno, hecho de manera responsable . El vino, para mi no es un elemento de protagonismo, o de esnobismo; es un producto campesino, que forma parte de la cultura del hombre desde hace mil años y que sirve a funciones distintas: el campesino pobre de Italia, de 1950 y que tiene frío, toma vino porque le da calorías y baratas porque las produce él. El vino no es protagonismo, es la esencia del ser.
Tapa Edición Impresa 10/09/2017.
Publicado en Diario "Río Negro", domingo 10 de Septiembre de 2017, Edición Nro. 24.830, páginas 38 y 39. Las imágenes son del mismo medio.
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