Las tres grandes crisis de la globalización.
Por Carlos
Salvador La Rosa.
La globalización no es una novedad en el transcurrir de la
humanidad, podría decirse que es el progreso “en bruto”, vale decir, se inicia
cada una de sus etapas cuando las relaciones de producción cambian pero aún
ellas no se traducen en una sociedad adaptada a las nuevas formas evolutivas.
Por eso la gran frase que simboliza cada gran cambio hacia más globalización es
la de que “todo lo que parecía sólido se desvanece en el aire”. Todas nuestras
certezas desaparecen ante un nuevo mundo que nuestras conciencias aún no han
incorporado. La globalización es simplemente la evolución humana que día a día,
año a año, siglo a siglo avanza hacia formas superiores de integración. Pero
es, como dijimos, progreso “en bruto” porque no se adapta naturalmente a las
necesidades humanas, sino que a veces incluso las desmorona aún más.
El síntoma más evidente de la nueva globalización lo dieron
la aplicación de las nuevas tecnologías de información, que apenas ingresaron a
la URSS por los pequeños pliegues por donde los soviéticos intentaban abrirse a
medias esperando que cambiando algo no cambiarían nada. No obstante, el virus
tecnológico hizo volar por los aires a todo el sistema, lo destruyó
completamente como si fuera una jarra de cristal, por su fragilidad y rigidez
frente al cambio.
Por el contrario, Occidente, que tenía un sistema hecho
desde sus orígenes para el cambio permanente, pudo incorporar las relaciones
productivas basadas en la tecnología, de un modo bastante razonable, tanto que
allí nomás se proclamó vencedor indiscutible de la guerra fría, de la guerra
este-oeste y pensó que el mundo de allí en adelante sería todo suyo. Pero no
ocurrió exactamente así.
Sucede, que como decía un viejo general (que había sacado el
dicho de los autores clásicos), “a la evolución se la cabalga”. O sea, a la
globalización hay que montarla, conducirla para dirigirla hacia los fines que
pretendemos los humanos, en vez de esperar que ella sola nos haga progresar y
entonces en vez de cabalgarla nos colguemos de su cola a fin de aprovechar los
colgados los beneficios del progreso que ella trae consigo. Que eso fue lo que
precisamente hicimos.
Cuando las tierras bajas están sin agua, el deshielo de las
montañas puede traerles la salvación si y solo si están preparadas para
recibirlo. Porque el agua de arriba avanza hacia abajo como un alud y no se
detendrá ante nada aunque deba destruir todo; en cambio si hay diques
preparados para contenerla, el agua de arriba salvará a las tierras de abajo.
Esa es la diferencia entre cabalgar y colgarse de la
evolución, la que puede ser tan constructiva como destructiva, pero no depende
de ella sino de nosotros.
Claramente, Occidente no entendió eso, proclamó el fin de la
historia y se confundió con ella. A partir de entonces se quedó con una sola de
las patas de la evolución, la financiera, y entonces creó nuevos ricos haciendo
que el dinero fuera el único factor de producción. Vale decir, lo que más
convenía era poner dinero a interés (o en hipotecas subprime) para ganar más
dinero con el dinero, no trabajando. Eso estalló en 2008 cuando se reveló la
falsedad del sistema, el timo, la estafa, un conjunto de CEOS incrementando la
desigualdad en nombre de la utopía de que el dinero crearía dinero para todos
los hombres, que si uno hipotecaba su casa y ponía la plata a “trabajar”, allí
nomás tendría dos casas.
Bien sabemos como terminó la cosa, de la que aún no nos
hemos repuesto. Un mundo con mucha más potencialidad, pero mucho más injusto
porque en vez de poner la globalización al servicio de todos, la aprovecharon unos pocos.
De allí que poco tiempo después vendría el segundo desafío a
la globalización, éste no económico-financiero sino político. Fue gestado
precisamente por los perdedores del sistema, aquellos que en vez de recibir los
beneficios de la evolución, habían recibido sólo sus perjuicios. El pico de
esta segunda reacción ocurrió en el corazón del imperio occidental y su
expresión más acabada fue Donald Trump, elegido por ser el político menos
parecido al resto de los políticos y porque los prometía un imposible exigido a
gritos:_el de volver atrás, el de acabar con la globalización a la que
consideraban responsable de sus penurias. No casualmente otro Trump surgió en
Brasil: Jair Bolsonaro es la expresión por derecha del mismo sentimiento antiglobalizador
que en América Latina se expresó antes por izquierda en la excentricidad
populista y bolivariana. Todas reacciones, ninguna superaciones.
Sin embargo, pese a tan contundentes advertencias, todavía
seguimos colgados de la cola del caballo evolutivo en vez de intentar
cabalgarlo para que nos conduzca a un mundo mejor. Y_por ende ahora aparece el
tercer desafío, que no es financiero ni político, sino virósico; es como que la
misma naturaleza se rebelara contra nuestras sandeces, nuestra imposibilidad de
entender cómo ponernos al frente de las nuevas realidades.
Un anticipo político de lo que hoy estamos viviendo como un
virus pandémico lo vimos hace poco en el más original evento político ocurrido
en los últimos tiempos: la insurrección chilena. Allí aparecieron los indicios
de lo que nos estaba pasando y no entendíamos: un país emergente que supo
adaptar todos los esquemas del capitalismo primermundista había logrado un
éxito fenomenal en transformar la sociedad, creando una clase media que nunca
tuvo y una economía en pleno crecimiento. Pero esa misma clase media, cuando
tomó conciencia de sí, reclamó lo que el sistema no le daba, precisamente
salud, educación, seguridad social. E hizo estallar el modelo económicamente
más exitoso de América Latina.
Ahora, por razones muy complejas de precisar, el mundo
globalizado (con una globalización que a diferencia de las anteriores cubre el
planeta entero porque no existe ningún lugar aislado del resto) una pandemia
afecta al mundo entero y debemos vencerla sobre todo con aislamiento,
paradójicamente. Lo que más falta en un mundo todo globalizado.
Lo que viene es una historia por escribir, pero todo nos
indica que superada la inmensa crisis sanitaria, el hombre deberá replantearse
todas sus prioridades y dedicarse mucho más a lo que hasta ahora no se dedicó.
A construir un mundo para la humanidad en vez de dejar que la globalización
haga y deshaga, lo que sólo trae beneficios para unos pocos y a la postre para
ninguno, como verificamos en estos aciagos momentos.
* Publicado en Diario “Los Andes” de Mendoza, domingo 22 de
marzo del 2020.
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