Ramón Doll, vicepresidente de los pensadores argentinos,
Convertido al nacionalismo y a la fe de Cristo, fue un polemista tan irreverente como temible.
POR SEBASTIAN SANCHEZ
El P. Leonardo Castellani, que no era amigo de vanos elogios, designó a Ramón Doll "vicepresidente de los pensadores argentinos en ejercicio del Poder Ejecutivo" y rotundamente afirmó: "es uno de los espíritus mas penetrantes de la Argentina, aunque parezca extraño a un gordo tan carnudo y macizo llamarle espíritu y penetrante". Es cosa seria este ocurrente encomio, sobre todo proviniendo de Castellani, acaso nuestro más importante pensador.
Pero, ¿quién fue este "gordo carnudo", de prosapia catalana, verbo hiriente y ánimo destemplado, que apenas resuena en la memoria cultural argentina?
Nacido poco antes de iniciarse el siglo XX, un par de años antes que Borges y que el propio Castellani, es quizás nuestro escritor más cáustico, irreverente y mordaz. Si la incorrección política pudiera medirse es seguro que Doll le disputaría el podio a otro innombrable contemporáneo suyo: Ignacio Braulio Anzoátegui.
Como Lugones, influido quizás por la forma mentis de la época, Doll tuvo su etapa socialista, aplaudida hasta el hartazgo por la vocería progre. En esa época supo ser fiel al estereotipo del intelectual "libre y aceptado": socialdemócrata en lo político, liberal-mitrista en lo histórico, filosóficamente positivista. Sin embargo, por entonces ya hacía gala de su verbo diamantino para dar palos al liberalismo, de lo que da cuenta su primer libro: Las mentiras de Sarmiento.
Es cierto que se graduó en Leyes y que durante un breve período fue juez penal pero nunca tuvo demasiado fervor por la tribuna litigante. Aún más, "conocedor del paño" como era, no escatimó críticas a la "clase abogadil" y en su día escribió que "los abogados han llevado a la política argentina el abominable aire, superficialmente agitado, de los negocios".
Del mismo modo supo describir el antiguo vicio de nuestra política (que conserva perfecta actualidad, por otro lado), denominado "curialismo" o "gobierno de los abogados": "He aquí el triángulo de la oligarquía curialesca, he aquí el cuerpo trifacetado del más poderoso organismo destructor que acaso forma el grueso de las fuerzas plutocráticas lanzadas contra el país desde el extranjero: bufete, estrado, Facultad."
Hacia medidos de los años "30 Doll era un consolidado escritor y crítico literario que gozaba de la gloria mundi, pero para su fortuna -y la nuestra- a sus maduros 40 años se mudó al nacionalismo con armas y bagajes y de éste, con toda naturalidad, a la Iglesia. Y en esa trascendente filiación se mantuvo hasta el fin de sus días.
EL PERIODISMO.
Si bien sobresalió en el ensayo, su auténtica vocación fue el periodismo. Escribió en diarios y revistas como Claridad, (en su etapa socialista), Nuevo Orden (dirigida por Ernesto Palacio), La Voz del Plata (de otro grande, Julio Irazusta), El Pampero y, por supuesto, Cabildo.
A fuerza de polémicas e invectivas, sus artículos -esos lúcidos mandoblazos verbales- no tardaron en volverlo persona non grata para la progresía vernácula. No era para menos: a Lisandro de la Torre lo definió como "hombre impermeable a toda gracia política"; y apostrofó a Aníbal Ponce -precursor del psicologismo marxista argentino- como "hombrecillo en toda la extensión del diminutivo, con la desgracia para él de haber caído en su adolescencia en manos de aquél napolitano fumista y corrosivo que se llamó José Ingenieros". También arremetió contra José Luis Romero, el infladísimo pope de "historiografía legítima", al juzgar el libro.
Las ideas políticas en Argentina como "un refrito de la historia oficial... con un planteo empírico y antihistórico". Y en los "40 escribió que Borges hacía "literatura parasitaria" por su inveterada costumbre de "copiar y pegar".
En 1937 Doll se afilió a la Alianza de la Juventud Nacionalista, que poco después se llamó Alianza Libertadora Nacionalista. Al año siguiente fue miembro fundador del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, a la sazón el órgano principal del Revisionismo Histórico. "Se pasó al fascismo", sentenció un académico poco lúcido. "Miró la Argentina con ojos mejores", decimos nosotros con Lugones. A propósito, cuenta el P. Castellani que Doll solía repetir una frase que hoy nos viene de perlas: "¡Cuidado con enjuiciar al país por enjuiciar a un Presidente del país!".
Publicó unos cuantos libros, sobre todo recopilaciones de sus artículos: Las mentiras de Sarmiento (1925); Ensayos y Críticas (1929); El caso Radowitzky (1929); Crítica (1930); Reconocimientos (1931); Policía Intelectual (1933); Liberalismo en la literatura y la política (1934); Acerca de una política nacional (1939). Mucho después Peña Lillo editó Lugones, el apolítico y otros ensayos (1966).
ANTIMARXISTA.
Una de sus obras más interesantes es Itinerario de la Revolución Rusa (1943), escrita en su madurez intelectual, donde con sencilla sapiencia explica el derrotero ruso desde Catalina la Grande hasta Lenin y Trotski, sin olvidar a los demonios nihilistas y anarquistas que tan bien retrató Dostoievski. Esta obra, valiosa para introducirse en el fabulario ideológico marxista, no tuvo como destinatarios a eruditos de la historia o la ciencia política -mucho menos a "políticos profesionales"- sino al "sencillo hombre argentino" (que no es lo mismo que el hombre común). En efecto, esas luminosas páginas se dirigen al obrero y al peón rural, al padre de familia, al maestro de escuela, al trabajador humilde, es decir a quienes constituyen la presa preferida de la soflama marxista. Este magnífico Itinerario, escrito en clave argentina, no olvida a los comunistas vernáculos -como Juan B. Justo- ni a los turistas de la enriquecida burguesía que, tras los tours de rigor por la URSS o Cuba, nos trajeron de regalo la Revolución y sus tropelías.
Una hermosa anécdota, que nos llega gracias a ese gran periodista del nacionalismo que fue Roque Raúl Aragón, retrata a Doll a pie juntillas. Debe haber ocurrido a mediados de los "30 y se produjo a partir de la crítica que nuestro autor escribió sobre el célebre libro de Raúl Scalabrini Ortiz, El hombre que está sólo y espera. Doll fue impiadoso: "Biblia para el zonzaje", apellidó al escrito, y Scalabrini -que además de ingeniero y escritor era boxeador- se sulfuró lo suficiente como para retarlo a duelo. Doll aceptó sin trepidar.
Aquellos duelos nada tenían que ver con las actuales puestas en escena para las cámaras. Eran lides en solitario, con el obligado testimonio de los padrinos, entabladas entre quienes conocían "el gusto varón que pone el peligro en la boca de los hombres", como dijo Jauretche, otro connotado duelista. Se trataba de algo hoy casi inhallable: resguardar la honra.
Por eso -por la honra- ninguno de los escritores se arredró y se batieron nomás, a espada, a primera sangre. Finalmente Doll, que no por obeso escatimó la esgrima, resultó herido en un brazo con lo que se dio por finalizado el lance, para impotencia de Scalabrini que no podía calmar su sed de revancha. Años después, honrosamente deshecho el entuerto, los duelistas se convirtieron en grandes amigos.
Ya en los años "50 desapareció Doll de la escena político-cultural del país y a principios de los "60 le fue diagnosticado Alzheimer. Se recluyó entonces por completo, con la sola compañía de una hija. Dejó la política y las letras y evitó todo contacto con sus antiguos camaradas. Partió en el verano de 1970 este prolífico periodista, escritor patriota y hombre cabal. Esta sencilla página aspira a rescatarlo del olvido.
Publicado en Diario "La Prensa" 13/01/2019.
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