Pero ¿cómo han de hacerlo, si en asuntos más trascendentales, ellos mismos son sin proponérselo ni pensarlo siquiera, los mejores colaboradores del diablo en la guerra fría?
¿Qué vemos cuando fundan un partido político y levantan una bandera que quiere ser distinta de las otras y lanzan un programa para que el pueblo se entere de que no son como los otros partidos? Pues lo que ofrecen, palabra más o menos, viene a ser lo mismo que ofrecen los otros: aumento de salarios, ventajas materiales, alimentos baratos, educación democrática…
En ningún artículo una afirmación clara de su fe. Parecieran temerosos de espantar con ella al problemático votante.
A lo sumo, en forma discreta, se declaran partidarios de mantener las tradiciones de la Patria…
¿La palabra “tradición” quiere aquí significar “religión católica”?
Porque en un pueblo de inmigración como el nuestro, donde se están fundiendo tantas razas, son muy pocas las tradiciones verdaderamente nacionales dignas de configurar una bandera política.
Si lo que se quiere significar con la palabra “tradición” es, por ejemplo, la enseñanza religiosa, el matrimonio indisoluble, el mantenimiento en la Constitución de la fórmula del juramento católico del presidente de la República, ¿por qué no declararlo francamente?
Las precauciones con que en los supremos momentos de la lucha política, los católicos buscamos maneras de decir sin decirlo que querríamos decir, pero que no nos atrevemos a decirlo, es una de las características de la confusión liberal en que vivimos. Los amigos de Cristo escondemos o disimulamos su bandera, mientras los amigos del diablo flamean orgullosamente la suya.
Estos desolados artificios son aspectos de la guerra fría y de ello no se puede echar toda la culpa al diablo.
Él hace su oficio preparando los caminos del Anticristo y nosotros no hacemos el nuestro; más bien lo ayudamos.
Hugo Wast, Navega hacia alta mar. Cap. 6: “¿No estamos ayudando al diablo?”, Bs.As 1996, Didascalia, pp.146-149. Este libro lo editó Vórtice.
Hugo Wast.
Gustavo Adolfo Martínez Zuviría ―también conocido por su
seudónimo Hugo Wast― Nació en Córdoba el 23 de octubre de 1883. Recibe óleo y
crisma en la Catedral, el 24 de noviembre de 1884.
Se cría en el seno de una rica familia de tradición militar.
Recibió instrucción primaria en el Colegio Santo Tomás.
Fue un escritor y político argentino fue uno de los
escritores argentinos más discutidos del siglo XX. Negado y silenciado. De
algunas de sus novelas, como, por ejemplo,
“Flor de durazno” (1911) fue llevada a la gran pantalla en el que fue el
debut actoral de Carlos Gardel, se vendieron más de cien mil ejemplares, y de
muchas de ellas se han hecho traducciones hasta en ocho idiomas.
Fue uno de los fundadores del Partido Demócrata Progresista.
Dirigiría el periódico Nueva Época de Santa Fe brevemente, hasta ser elegido
diputado nacional en 1916; contra la política radical publicaría «Un país mal
administrado» ese mismo año, además de la novela La casa de los cuervos.
En 1918 publicó Valle Negro, novela que la Academia Española
distinguió con su Premio Quinquenal, Diploma de Honor y Medalla de Oro.
El Kahal-Oro es el título compuesto de dos novelas
relacionadas publicadas este libro, muy
vendido en su época, ficcionaliza el contenido de los Protocolos de los Sabios
de Sión.
Fue ministro de Educación en 1944, durante el gobierno del general
Pedro Pablo Ramírez y emite el Decreto sobre Enseñanza -optativa- de la
Religión Católica en las Escuelas Públicas.
El Kahal-Oro es el título compuesto de dos novelas
relacionadas publicadas en 1935 por el escritor argentino Hugo Wast. En ambas
obras, fuertemente antisemitas, se relata un supuesto complot para dominar al
mundo llevado a cabo por el pueblo judío. Este libro, muy vendido en su época,
ficcionaliza el contenido de los apócrifos Protocolos de los Sabios de Sión.
Hugo Wast era texto de escuela en los colegios de España y
de muchas naciones Americanas y de algunos estados de Norteamérica, porque se
lo consideraba el mejor para poder hablar y escribir bien el castellano
Martínez Zuviría vio con buenos ojos el gobierno de Juan
Domingo Perón mientras mantuvo buenas relaciones con la Iglesia católica. Sin
embargo, las medidas favorables a los judíos del gobierno de este ―que permitió
por primera vez a los conscriptos judíos celebrar sus fiestas religiosas,
reconoció la legitimidad del Estado de Israel y estableció relaciones
diplomáticas con este, entre otras medidas― lo llevaron a alejarse, esta vez
definitivamente, de la acción política.
En 1961 escribe “La Autobiografía del hijito que no nació”
que también es una profecía del aborto
que se introduciría en Norteamérica (1972), Inglaterra (1962) y Europa.
El 28 de marzo de 1962 falleció en su casa, y fue enterrado
en el panteón familiar del cementerio de la Recoleta. Su cuerpo es revestido
con la sotana y la faja de la Orden de la Compañía de Jesús. Al morir se habían
vendido más de tres millones de ejemplares de sus libros.
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