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El 12 de agosto de 1806, las tropas británicas firmaban su rendición, luego de 45 días de enfrentamientos durante la llamada primera invasión inglesa. Cuadro de Charles Fouqueray.
La visión de los británicos
por PABLO A. VÁZQUEZ.
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Trafalgar mediante, la derrota de las flotas de Francia y España dejó a Gran Bretaña el señorío de los mares. Los proyectos ingleses de dominar los territorios americanos encontraron el momento propicio, tal como el plan del coronel Thomas Maitland de tomar Venezuela, Nueva Granada y El Plata, o el de sir Home Riggs Popham, de conquistar la colonia holandesa de El Cabo, en la actual Sudáfrica, para luego avanzar sobre Montevideo y Buenos Aires, plan este último que se efectivizó.
El virrey marqués Rafael de Sobremonte, al enterarse de la llegada del invasor, resguardó el tesoro real y se trasladó a Córdoba para guarecerse junto al resto de las autoridades españolas. Medida correcta en lo formal, constituyendo a la ciudad mediterránea en capital virreinal por unas semanas, pero que minó el ánimo de los vecinos porteños, inmortalizando su indignación en estas Cuartetas: "¡Ves aquel bulto lejano / ¿que se pierde atrás del monte?/ Es la carroza del miedo / con el Virrey Sobremonte. / La invasión de los ingleses le dio un susto tan cabal / que buscó guarida lejos / para él y el capital".
Los invasores desembarcaron el 25 de junio de 1806 en Quilmes, presentando, al día siguiente, batalla un grupo de criollos, quienes fueron derrotados. El recientemente ascendido brigadier William Carr Beresford jefe de tropas británicas, se estableció desde el día 28 en Buenos Aires como teniente - gobernador a nombre del rey Jorge III.
Dominada la ciudad, la que supuestamente se buscó renombrar como Nueva Arcadia -aunque en todos documento siempre figuró como Buenos Aires-, estuvo bajo la égida británica por casi dos meses. Se mantuvieron las instituciones españolas, en tanto y en cuanto se jurase lealtad al rey Jorge y se cumpliese el código de comercio inglés.
Beresford, a diferencia de su duro socio Popham, se manejó con guante de seda: el 2 de julio se publicó, en versión bilingüe, castellano e inglés, las condiciones de ocupación, las ventajas comerciales futuras, respeto a la religión católica, y la consideración que se le dispensaría a los porteños si avenían voluntariamente a ser súbditos británicos. "En rigor, las únicas reformas importantes dispuestas por los invasores fueron comerciales, pero la ciudad -según lo expresado en el Tomo I de la Crónica Histórica Argentina (1968)- fue recuperada antes de que se pusieran en práctica. El 4 de agosto, un bando de Beresford estableció nuevas tarifas para la importación y exportación. se establecieron tarifas diferenciales para la exportación, en favor de Inglaterra, y se abolió el estanco -monopolio fiscal- del tabaco y de los naipes".
Los 16 artículos del Reglamento de Comercio, el impulso de logias masónicas y el establecimiento de relaciones con sectores serviles al invasor fue, en concreto, los logros británicos. Aunque se insinuó la libertad de los afrodescendientes, lo cierto fue que se "desalentó un incipiente movimiento de emancipación que se produjo entre los esclavos: les recordó la obligación de mantenerse sujetos a sus dueños y estableció severas penas para los que trataban de liberarse".
Los comerciantes y parte de las familias importantes aceptaron al invasor y los beneficios del libre comercio, aun cuando ondease la bandera británica en el Fuerte. El capitán Alexander Gillespie, del regimiento 71 Highlanders, partícipe de la invasión de 1806 y comisario de prisioneros, en sus memorias `Buenos Aires y el Interior' (1818) refirió que "teníamos en la ciudad algunos amigos ocultos, pues casi todas las noches, después de oscurecer, uno o más ciudadanos criollos acudían a mi casa para hacer el ofrecimiento voluntario de su obediencia al gobierno británico y agregar su nombre a un libro en que se había redactado una obligación. El número llegó finalmente a cincuenta y ocho".
Pero para los británicos lo fundamental fue el botín. Tomados los caudales en Luján, los mismos partieron a Londres, para ser repartidos en 1808. Tal fue el júbilo inglés por la riqueza robada a nuestra tierra -ni la primera ni la última vez- que circuló un suelto con el poema Dollars of Buenos Aires (Los dólares de Buenos Aires), celebratorio del atraco perpetrado.
La noticia de la ocupación británica de Buenos Aires impactó eufóricamente en Londres, siendo recibida el 12 de septiembre. Al día siguiente, el diario The Times publicó: "Sábado 3 de la mañana. Debemos congratular al público con motivo de un comunicado urgente que acabamos de recibir de Portsmounth, sobre uno de los más importantes acontecimientos de la presente guerra. EN ESTE MOMENTO BUENOS AIRES FORMA PARTE DEL IMPERIO BRITANICO, y cuando consideramos las consecuencias resultantes de su situación y sus posibilidades comerciales, así como también de su influencia política, no sabemos como expresarnos en términos adecuados a nuestra idea de las ventajas que se derivarán para la nación a partir de esta conquista".
Y sumó el aporte de un enviado del medio londinense: "La siguiente es la carta de nuestro corresponsal: `Portsmouth, Viernes 7 de la tarde: No pierdo un instante en informarle que la fragata Narcissus ha llegado, trayendo el importante informe de la toma de Buenos Aires por parte de la expedición del Cabo de Buena Esperanza, a fines de junio, creo que el 27, o el 28. No ha trascendido otros detalles, pero lo que he escrito podrá satisfacerle por el momento. Acaba de salir para ésa un oficial, cuyo nombre no he podido averiguar con despacho para el gobierno".
En tanto el periódico oficial The London Gazette comunicó recién el 20 de septiembre que: "La ciudad y fortaleza de Buenos Aires, con sus dependencias, son parte de los dominios de Su Majestad". El ministro de Guerra contestó los partes de Beresford expresándole que el rey enviaría refuerzos para: "esas posesiones de tan grandes ventajas políticas y comerciales", a la vez que, cinco días después, el Almirantazgo le comunicó a Popham su desaprobación por una operación militar sin autorización, pero -pragmáticamente- en vista del éxito, aprobaban su "juiciosa, hábil y animosa conducta".
Noticias alentadoras, pero envejecidas por los sucesos que desencadenarían en la Reconquista, ya que muchos no aceptaron el destino de ser vasallos británicos y ameritaba iniciar la lucha armada para expulsar al invasor.
"Queremos el amo viejo, o ninguno", palabras de Manuel Belgrano, que ejemplifican la postura patriota frente al usurpador.
En esa declaración se vislumbró una toma de conciencia popular sobre su sentido histórico y la necesidad de liberarse de todo sometimiento exterior, interpretado, paradójicamente por un francés.
El 12 de agosto el marino francés Santiago de Liniers se erigió como caudillo militar y futuro virrey por Cabildo Abierto y aclamación popular, terminando con el humillante destino de factoría británica, trocando la suerte de lo que se anunció en los mapas británicos como The Viceroyalty of Buenos Ayres, with the sorrounding states, forzando la capitulación de Beresford.
Triunfo de varones y mujeres, criollos, gauchos, afros e indios contra la pérfida Albión. Fue la primer victoria española luego de Trafalgar o, visto del lado criollo, el origen de nuestra conciencia nacional a través del pueblo en armas para proyectarse como Nación.
* El autor es licenciado en Ciencia Política; Docente de la UCES; Secretario del Instituto Nacional Juan Manuel de Rosas.
Publicado en Diario "La Prensa", 11 de agosto del 2020.
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