El 22 de setiembre de 1888, al día siguiente de la llegada de los restos de don Domingo a Buenos Aires, su nieto Augusto Belín Sarmiento con el patrocinio del doctor Del Valle, cuyo estudio estaba en la calle Defensa 82, apenas a dos cuadras de los Tribunales que funcionaban en el edificio del histórico Cabildo, se presentaba ante el Juez. En el escrito decía que “entre los papeles de mi abuelo el General D. Faustino Sarmiento, he encontrado el testamento ológrafo que venga a presentar”.
En seis páginas, firmado el 16 de noviembre de 1886 el sanjuanino había dictado sus mandas, las que el juez ordenó se protocolarizara en la escribanía de José Victoriano Cabral.
Comenzó el documento Sarmiento, “En nombre de Dios Todopoderoso”. resabio de la educación cristiana que le había dado su madre doña Paula Albarracín, devota de la orden de Predicadores que tanto comenta en Recuerdos de Provincia, como la cercanía de sus tíos sacerdotes.
A continuación, agregó su nombre y empleo: “Domingo Faustino Sarmiento general de división de la República Argentina”, aquel grado que tanto ansiaba y que fue el deleite de los dibujantes de la época al caricaturizarlo con uniforme, sombrero con plumas y larga espada.
Inmediatamente declara “que siempre he reconocido por hija natura mía que reconozco ahora a doña Faustina Sarmiento, viuda de don Julio Belín y nacida en el lugar de Aconcagua en Chile siendo soltera su madre”.
Ana Faustina Sarmiento había nacido el 18 de julio de 1832, y su madre era María Jesús Del Canto, había casado -como lo dijo el prócer- con Julio Belín, agregamos de profesión tipógrafo, fallecido en 1850; dicho matrimonio le había dado a don Domingo seis nietos, todos los cuáles vivían al momento de su fallecimiento; lo misma que su hija que dejó este mundo el 4 de diciembre de 1904.
A continuación, manifestó que “después de tener esta hija contraje matrimonio con doña Benita Martínez de estado viuda, de la que he vivido separado por mutuo consentimiento desde el año 70”.
Seguidamente declaró que vivían en separación de bienes, administrando ella lo suyo. Conocido es el divertido episodio de amable componedora que intentó doña Carmen Nóbrega de Avellaneda, Sarmiento no podía ni quería verla a su mujer, y en el testamento por las dudas le pasa la factura: “No obstante tener ella bienes bastante he costeado su subsistencia durante la separación, dejándole mis sueldos de jefe del Departamento de Escuela, hasta que fui sustituido por Pbro. Juan B. Peña; 2.000 fuertes que le dio por mi cuenta D. Mariano E. de Sarratea el subsiguiente año: cantidades que recuerdo que debió suministrarle por mi cuenta Manuel Ocampo. 70 pesos mensuales que se pasaban por el ministerio de Relaciones Exteriores, mientras fui ministro en Washington; 200 pesos fuertes mensuales durante seis años, que fui presidente. 80 pesos que se hizo asignar judicialmente por vía de litis expensas, que no ha usado hace diez años que hace se le paguen sin que haya iniciado juicio alguno. Últimamente 900 pesos fuertes que dicha doña Benita debía a doña Carmen Vicuña en Chile y pagué yo en Buenos Aires, capital e intereses, cuyo documento cancelado existe en mi poder, todo lo cual suma más de 30.000 pesos fuertes que he dado a la expresada señora, por un sentimiento de decoro, teniendo bienes bastantes para sostenerse, y en mayor cantidad que yo”.
LOS BIENES.
Por las dudas en el artículo 5º declaró que “los pocos bienes que poseo han sido adquiridos durante la separación de hecho en que hemos vivido, no teniendo derecho a heredar, por no haber introducido bienes al matrimonio y porque en todo caso tal derecho no existiría en mérito a la separación de hecho” a la vez que ratifica como “única y universal heredera” a su hija Faustina.
Finalmente, Sarmiento recapacita y agrega, pero sin dejar de respirar por la herida: “Declaro así mismo para satisfacción de Da. Benita Martínez que a pesar de no tener ella derecho alguno a mis bienes, le dejaría parte de ellos, si se encuentra en situación de no poder vivir con sus bienes propios que repito mayores que los míos, mientras que mi hija, no tiene suficientes”. Añade que esta cláusula se refiere al sepulcro del “Capitán Sarmiento” el recordado Dominguito.
Fueron designados albaceas en primer lugar doña Faustina, luego don Uladislao Frías y finalmente el doctor Andrés Ugarriza. Suponiendo que viviera alguna de sus hermanas, era su voluntad se le pasasen 30 pesos mensuales a cada una hasta el fin de sus días. Lo sobrevivieron Francisca la mayor hasta 1889, Procesa la menor hasta 1899, Vicenta hasta el 1900 y María del Rosario hasta 1902.
LOS LIBROS.
Sembrador de cultura, finalmente dispuso que “mis libros, cuadros, bronces y mapas sean remitidos con sus estantes a la Biblioteca Franklin Rawson de San Juan”.
Bien poco era su patrimonio al morir, la casa de la calle Cuyo que hoy lleva su nombre, unos pesos en el Banco, la casa del Paraguay, unos terrenos en San Juan y en Zárate que apenas legaban a los 1.000 pesos y los muebles de su casa; lo que habla de la austeridad de quien ejerció la más alta magistratura del país, como fue el caso de su antecesor el general Mitre o su sucesor Nicolás Avellaneda.
Publicado en Diario LA PRENSA.
https://www.laprensa.com.ar/El-testamento-de-Sarmiento-534546.note.aspx
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