Por Franco Ricoveri.
Me había propuesto “colgar los guantes” con estos “partes”: hay en La Prensa plumas más jóvenes y vigorosas que no dejan que se apague el fuego. El combate sigue y, en algunos aspectos, mejor que nunca. En lo político, sin dudas es claro que estamos peor, porque ahí ni siquiera se lucha, pero es otro tema.
A volver a escribir esta última vez, me obligó una pregunta de mi nieto mayor, de cinco años.“¿Quién ganó la guerra?”, me dijo en su inocencia. Se imaginan que el pobre chico nació rodeado de recuerdos malvineros…
Quizás se había quedado con la imagen de uno de los gloriosos aviones que, dejados de lado por el tiempo, vio en una plaza. Nostálgica imagen de otra Argentina. Que tenía aviones. Que tenía coraje para luchar. O quizás en sus ojos estaba la memoria de viejos soldados que marchaban aplaudidos en un desfile de pueblo…
Y como no hay que mentir, pero tampoco derrumbar ilusiones le respondí una verdad: “En aquella batalla perdimos, pero al final vamos a ganar.”
LA MISMA PASTA.
Después pensé que podría haberme ido más atrás contándole que a los mismos enemigos ya les habíamos ganado varias veces: dos veces cuando nos quisieron invadir y años después de nuevo, cuando quisieron meterse en nuestros ríos… Claro en aquellos tiempos teníamos al viejo Liniers y a Don Juan Manuel… Otra Argentina. Pero en todo caso, esencialmente nuestra gente es de la misma pasta que la de aquellos guerreros.
En “los pibes de Malvinas” corría la sangre del Libertador y de Martín Miguel. Lo demostraron con creces, aunque hoy esa sangre parezca degradada.
Pero, entreverando recuerdos, también surgieron los feos… Hubo un tiempo en que nos olvidamos de los muertos y los argentinos miramos para otro lado. Como veníamos diciendo en estos Partes de Guerra, lo peor vino después, cuando el enemigo estaba en casa y era uno de los nuestros. Debe haber pocas heridas más purulentas que las que causa la ingratitud. Si en una guerra las bajas se cuentan sumando los muertos y los heridos, hoy podríamos decir que pocos son los que habiendo participado en esa guerra salieron indemnes. Porque hay heridas más profundas que las de esquirlas y balas. Durante los años que siguieron a 1982, las bajas han sido terribles. ¿649 más cuántos? ¿10.000 quizás?
Ojo, que lo mismo pasó entre las tropas adversarias: también entre ellos hubo más suicidios que caídos en combate, y olvidos, y desprecios… Y eso hizo que se dieran cuenta de una realidad eterna: el verdadero enemigo no era el otro soldado contra el cual habían peleado. Esos eran hombres como los nuestros, aunque no se dieran cuenta que su bandera era falsa. El enemigo de fondo es la injusticia. Antes, durante y después de la guerra la injusticia golpeó a todos los combatientes… No por igual, porque la justicia de la causa solamente estaba de un lado, pero los golpeó a todos. Y sigue.
¿Qué pozo de zorro nos salvará del bombardeo de mentiras, de las epidemias de odios y muertes? ¿Qué bandera nos sacará de estas trincheras donde envejecemos melancólicamente sin esperar que algún día llegue el alba? Al enemigo de hoy no lo trajeron por los mares, los sacaron de entre nosotros, convenciéndolos con infames mentiras.
Lloramos por los 649 que quedaron en las islas, por los otros miles que siguieron cayendo, pero ellos por lo menos supieron luchar. Sufrimos por Malvinas el 14 de Junio de 1982, pero más deberíamos llorar por esta tierra que parece sin esperanza, por esta tierra que mata a sus hijos nacidos y no nacidos de a miles y sin escrúpulos, que estafa a los niños sobrevivientes con falsas promesas de educación y trabajo, que promete salud y brinda muerte… Aunque al final vamos a ganar. Para que llegue la “resurrección”, primero hay que verle la cara a la muerte.
EL ÚLTIMO EPISODIO.
Malvinas fue el último episodio de la guerra de la Independencia. Nuestra guía desde aquel entonces es el Padre de la Patria, Don José de San Martín. Siempre nos preguntamos cómo hubiera obrado el Libertador en aquellas circunstancias. Pregunta algo ociosa, porque en 1982 carecimos de estrategas y estrategia y San Martín en ese campo fue uno de los más brillantes que dio la Historia universal. Es una pregunta que todavía necesitaríamos responder. Desde ya que hubiese defendido hasta la muerte la integridad nacional.
La imagen del Libertador, anciano y achacoso, ofreciéndole su ayuda a Don Juan Manuel para defender nuestra dignidad, se hubiese repetido. Pero de allí en adelante, todo hubiese sido distinto. Sin ninguna duda. Y el que en nuestras Fuerzas Armadas no se haya hecho nunca un análisis “sanmartiniano” de la Gesta, es una cara más de la derrota. O de la muerte. Porque tristemente en Malvinas también murió nuestra capacidad de defensa: entregados y castigados por Occidente (como alumnos díscolos), traicionado por nuestra dirigencia, fuimos perdiendo en lenta sangría a nuestros mejores hombres, que terminaban sus carreras expulsados, asqueados, y en consecuencia, perdimos todo lo demás: aviones, barcos, etc. etc. etc. En Malvinas murieron mucho más que 649 hombres de coraje. Después de la rendición hubo un intento de asesinato cruel y despiadado de la Patria, una destrucción sistemática de todos los valores que nos hicieron grandes. La familia, la Fe, la Esperanza, todo lo bueno, bello y verdadero fueron blanco de los bombardeos enemigos. Las bombas de racimo o fósforo, el cañoneo “de ablande” que tiraron en aquellos largos días para desmoralizar a nuestras tropas, no lograron tanto daño como los ataques que estamos soportando desde hace 40 años.
Pero como vemos la muerte, también creemos en la resurrección. Alguna vez escribimos que “Malvinas era la bandera de una Argentina que no se rinde”. Lo creemos, no es una vana ilusión: es una certeza constatada. Los que no se rindieron hoy siguen el combate, y, desde estos “Partes de Guerra” que hoy concluimos, dimos testimonio. Quizás estemos esperando un “estratega” que reagrupe las fuerzas y ejecute un plan. Hoy nos falta un San Martín, un Belgrano, un Rosas… Entre los candidatos a gobernarnos no se aprecia a ninguno. Ojalá me equivoque. Ciertamente que nos sobran politiqueros que sólo se miran el ombligo y ellos son el mayor obstáculo para la resurrección de Argentina. Pero lo que sí puedo dar testimonio es que la “tropa” está esperando, porque nuestra gente tiene “buena madera” y respondió siempre a la llamada de la Patria. Es la Argentina profunda. La que tiene en Malvinas su bandera y en San Martín su gran Capitán. Es la Argentina de los jóvenes que se siguen emocionando al oír la voz de nuestros Veteranos cuando les dicen que siempre hay y habrá razones para vivir, luchar y hasta morir con dignidad.
LA LUCHA SIGUE.
No querría quedar como mentiroso frente a mi nieto. Tengo la certeza en que el Fin de los Tiempos restaurará el orden, pero no debe encontrarnos en el abandono o el desánimo. La lucha sigue y debe hacerse como pide Martín Fierro: “desde abajo”. “…Se ha de recordar para hacer bien el trabajo, que el fuego para calentar, debe ir siempre desde abajo…” La Argentina profunda llegará a dominar esa caricatura que hoy domina sólo desde adentro, “desbordando su interioridad”. Y ese es un trabajo lento, como la agricultura, como la “cultura”.
Se terminó esta columna. ¿Qué otra palabra que decir que no sea “gracias”? De manera especial a La Prensa, un diario siempre valiente y a los que siguen el combate sin bajar los brazos. ¡Malvinas, volveremos!
Publicado en Diario LA PRENSA.
https://www.laprensa.com.ar/Morir-en-Malvinas-Ultimo-parte-de-guerra-534451.note.aspx
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