Desempleo en baja, exportaciones récord y una pregunta clave: ¿Por qué no se siente?
Mientras el INDEC informa positivos indicadores económicos,
en la calle persisten la incertidumbre laboral y la sensación de ajuste
permanente.

Los números del INDEC mejoran, pero la calidad del empleo y el poder adquisitivo siguen siendo el principal problema.
Por Javier Lojo.
A primera vista, el escenario parece sacado de un manual de
macroeconomía optimista. Como si una rara conjunción astral hubiese decidido,
de pronto, sonreírle al Gobierno. Los principales indicadores oficiales
muestran señales que, en otro contexto político y social, serían celebradas sin
demasiados matices: baja el desempleo, comercio exterior que arroja superávits
récord, exportaciones que vuelan, importaciones crecen moderadamente y el
Producto Bruto Interno (PBI) que vuelve a expandirse, con proyecciones de
crecimiento sostenido para los próximos años. Sin embargo, al mismo tiempo, la
conversación cotidiana en la calle, en los medios y en los sectores productivos
parece contar una historia muy distinta: fábricas que cierran, despidos,
empresas que se van del país, salarios que no alcanzan y un clima generalizado
de incertidumbre. ¿Estamos frente a una recuperación real o ante una ficción
estadística? ¿Son compatibles los números oficiales con la experiencia concreta
de la sociedad?
La primera paradoja aparece en el mercado laboral. Según los
datos difundidos por el INDEC, la desocupación se ubicó en el tercer trimestre
en el 6,6%, una caída de 0,3 puntos porcentuales respecto del mismo período del
año anterior y de un punto en relación con el trimestre previo. En términos
técnicos, es una buena noticia: menos personas buscando trabajo sin
encontrarlo. Pero la pregunta surge de inmediato: ¿Cómo se explica esta mejora
cuando, casi a diario, se escuchan noticias sobre cierres de plantas, despidos
masivos y retiros de multinacionales? La respuesta no está en descalificar las
estadísticas, cuya metodología es incuestionable, sino en analizarlas con mayor
profundidad.
Cuando se rasca un poco la superficie, aparece una realidad
menos alentadora. Junto con la caída del desempleo, se registró un aumento de
la informalidad, que pasó del 42,6% al 43,3% interanual. Es decir, la mayor
demanda de empleo fue absorbida, en gran medida, por trabajos precarios, sin
derechos laborales plenos ni estabilidad. Además, se produjeron cambios
significativos en la composición del empleo: cayó la proporción de trabajadores
en relación de dependencia (71,9% del total) y creció el empleo por cuenta
propia, que ya representa el 24,5%. A esto se suma otro dato revelador: el
28,2% de los ocupados trabaja más de 45 horas semanales, una proporción que
aumentó respecto del año anterior y que evidencia un fenómeno claro de
sobreocupación. En un contexto de salarios reales presionados a la baja, muchos
trabajadores compensan la pérdida de poder adquisitivo trabajando más horas o
aceptando condiciones laborales peores. La lectura es contundente: el ajuste no
se expresó tanto en un aumento del desempleo abierto, sino en un deterioro de
la calidad del empleo.El comercio exterior ofrece otra postal aparentemente
virtuosa. En noviembre, la balanza comercial arrojó un superávit cercano a los
2.500 millones de dólares, el más alto para ese mes desde 1992 y el mayor del
año. Las exportaciones totalizaron 8.096 millones de dólares, con un salto
interanual del 24,1%, impulsado por un aumento del 28% en las cantidades
exportadas, que compensó una caída del 3% en los precios internacionales.
Productos primarios como la soja, los combustibles y la energía —con Vaca
Muerta como emblema— y las manufacturas de origen industrial fueron los grandes
protagonistas. La baja de retenciones agropecuarias implementada en septiembre
actuó como un incentivo clave para acelerar las ventas externas, consolidando
24 meses consecutivos de superávit comercial.
Sin embargo, aquí también emerge la contradicción. Desde
hace meses, distintos sectores empresariales reclaman una corrección del tipo
de cambio para no perder competitividad exportadora. ¿Cómo se compatibilizan
esos reclamos con un crecimiento tan fuerte de las exportaciones? La respuesta,
nuevamente, está en los matices. El salto exportador se explica más por volumen
que por precios y está concentrado en sectores muy específicos, particularmente
aquellos ligados a recursos naturales y energía. No es necesariamente un
indicador de competitividad sistémica del conjunto de la economía, sino de la
capacidad de ciertos sectores de aprovechar ventajas puntuales, aun en un
contexto de atraso cambiario relativo.
Del lado de las importaciones, los datos también desafían el
relato dominante. En noviembre crecieron apenas un 6,6% interanual, con un
aumento del 6,1% en las cantidades y de solo 0,4% en los precios. Muy lejos de
la “invasión de productos importados” que denuncian algunos empresarios. La
explicación reside en una combinación de factores: una demanda interna todavía
débil, el adelantamiento de compras en meses previos por incertidumbre
cambiaria y financiera, y una economía que, pese a crecer, aún no muestra un
dinamismo robusto en el consumo y la inversión. El resultado es un superávit
comercial elevado, pero que no necesariamente refleja una estructura productiva
más fuerte o diversificada.
El crecimiento del PBI agrega una nueva capa de complejidad.
En el tercer trimestre de 2025, la economía creció un 3,3% interanual,
impulsada principalmente por el sector externo, y alcanzó nuevos máximos de
actividad. Según proyecciones de BBVA Research, el PBI aumentaría un 4,5% en
2025 y un 3% tanto en 2026 como en 2027, lo que implicaría, por primera vez en
dos décadas, tres años consecutivos de crecimiento. Desde la macro, el dato es
positivo. Pero conviene no sobredimensionarlo. El crecimiento del PBI no es
sinónimo automático de bienestar social ni valida por sí solo un modelo
económico. Puede coexistir, como de hecho ocurre, con desigualdad,
precarización laboral y deterioro del ingreso real. La pregunta, otra vez, es
si se trata de una recuperación que derrama o de una mejora concentrada en
pocos sectores.
Por supuesto, el punto de partida no es menor. La Argentina
está hoy mejor que desde donde venía. El escenario de incertidumbre extrema,
inflación descontrolada y ausencia casi total de expectativas que dominaba hace
apenas unos años se ha atenuado de manera visible. La estabilización
macroeconómica, la desaceleración inflacionaria y cierta previsibilidad en
variables clave explican por qué algunos indicadores comenzaron a mostrar
señales de mejora. Negar ese avance sería tan errado como sobredimensionarlo.
El problema ahora ya no es el punto de partida, sino la distancia entre la
mejora macro y su traducción concreta en la vida cotidiana, una brecha que
sigue condicionando la percepción social y la sustentabilidad política del
rumbo económico.
El frente político.
A esta tensión entre números y realidad se suma el plano
político, que lejos está de acompañar con estabilidad el relato económico. El
fracaso del Gobierno en Diputados durante el tratamiento del Presupuesto 2026 y
la postergación de la reforma laboral en el Senado expusieron límites claros a
la ofensiva del Ejecutivo. Ambos episodios dejaron al descubierto disputas
internas dentro del oficialismo, especialmente entre el entorno presidencial,
el asesor Santiago Caputo y Karina Milei, y evidenciaron la dificultad de
construir mayorías parlamentarias estables.
La aprobación del proyecto de inocencia fiscal, orientado a
movilizar dólares no declarados hacia la economía real, funcionó como un
bálsamo momentáneo. Permitió recomponer ánimos y bajar tensiones internas, pero
no logró disipar una interna libertaria que sigue latente. Las reuniones tensas
en la Casa Rosada reflejan una dinámica de gestión basada más en la contención
permanente de conflictos que en una estrategia política de largo plazo.
El aplazamiento de la reforma laboral fue un golpe
particular para Patricia Bullrich, quien había impulsado su tratamiento
inmediato. La admisión de que el texto será negociado y modificado significó un
retroceso para el ala más dura del Gobierno y mostró que la resistencia
sindical y opositora, sumada a los problemas con aliados legislativos del PRO y
sectores de la UCR, todavía tiene capacidad de condicionar la agenda oficial.
La crisis en torno a la conformación de la Auditoría General de la Nación terminó
de completar un cuadro de fragilidad política.
El debate presupuestario dejó, además, una imagen complicada
para el Gobierno. La incapacidad de derogar las leyes de financiamiento
universitario y de emergencia en discapacidad, ya sancionadas por el Congreso,
fue leída como una mezcla de mala praxis política y obcecación fiscal. La
insistencia en recortar esos gastos erosionó la imagen de sensibilidad social
del Presidente y del ministro de Economía, Luis Caputo, y facilitó un encuadre
opositor eficaz: estudiantes, jubilados y personas con discapacidad frente a
empresarios y sectores privilegiados.
El costo político se agravó por la estrategia utilizada para
conseguir quorum y media sanción. La distribución de cerca de 70.000 millones
de pesos en Aportes del Tesoro Nacional a gobernadores dialoguistas, en la
previa del debate, debilitó el discurso oficial contra la “casta” y alimentó
acusaciones de compra de voluntades, más allá de los intentos del Gobierno por
minimizar el hecho.
En este contexto, la Casa Rosada intenta aferrarse a las
señales positivas: la reacción favorable de los mercados, la aprobación del
presupuesto tras años de prórrogas y los buenos números macroeconómicos. Pero
la reforma laboral seguirá siendo un terreno de disputa y un test clave de
gobernabilidad. La CGT celebró la postergación como un triunfo parcial, aunque
asume que la reforma probablemente se sancione, pero la baja capacidad de
movilización evidencia también su pérdida de protagonismo político.
La incógnita central es si el Gobierno será capaz de leer
correctamente el mensaje de estas derrotas parciales. Los indicadores macro
pueden alinearse, pero sin una traducción concreta en mejoras de la vida
cotidiana y sin una estrategia política más flexible, el riesgo es que el
relato oficial termine chocando, una vez más, con una sociedad que percibe que
la realidad va por otro carril. Porque, al final del día, ningún alineamiento
planetario alcanza si la economía crece, pero la gente no lo siente.
Publicado en Más Producción de La Mañana de Neuquén.
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