
Óleo de Manuel Belgrano por Ductos Hicken (1952).
El pesar de Belgrano durante la Primera Invasión Inglesa.
Por Julio C. Borda *
El 28 de ese mismo mes y año se iza la bandera inglesa, a la que se la saluda con una salva de 21 cañonazos dando a entender que Buenos Aires había sido rendida y que William Carr Beresford -cuya entrada según Mitre, se hizo al son de gaitas escocesas- había tomado el mando.
Aquella salva fue contestada desde la escuadra inglesa en señal de felicitación hacia el nuevo gobernador del Virreinato. No hay duda que se trataba de una escena desgarradora y humillante.
Hombres, mujeres y niños pusieron todo de sí para enfrentar a un poderoso enemigo que se sorprendió ante la bravura y entrega de esa población mansa que un día decidió mostrar sus garras; ese pueblo -antes abúlico e indolente- fue protagonista de uno de las empresa más admirables de la historia patria.
A pesar de esa ejemplar reacción de la población, el general Manuel Belgrano pinta en forma dramática la difícil situación cuando en su “Autobiografía”, señala con el espíritu traspasado de dolor: mayor fue mi vergüenza cuando vi entrar las tropas enemigas, y su despreciable número para una población como la de Buenos Aires.
Para la época de las Invasiones, Belgrano ostentaba el grado de Capitán de Milicias urbanas de Buenos Aires, cargo en el que fue nombrado en 1797 por el virrey Melo. El ilustre militar iba a experimentar un dolor inmenso durante las invasiones, sobre todo porque observó la indolencia de muchos de sus compañeros para emprender la lucha contra el usurpador inglés.
Pero Belgrano no se iba a quedar con los brazos cruzados, pues en la segunda invasión será nombrado ayudante del coronel César Balbiani, quien a través de un certificado expedido el 13 de julio de 1807, ponderó las aptitudes de su subordinado durante el servicio que prestó.
En ese documento el citado coronel señaló que Belgrano estuvo pronto al toque de generala, salió a campaña, donde ejecutó mis órdenes con el mayor acierto en las diferentes posiciones de mi columna, dando con su ejemplo mayores estímulos a su distinguido cuerpo, me asistió en la retirada, hasta la colocación de los cañones en la plaza, tuvo a su cargo la apertura de la zanja en las calles de San Francisco para la mejor defensa de la plaza, y le destiné y hacer observar el mejor arreglo de las calles inmediatas a Santo Domingo, donde ha acreditado su presencia de espíritu y nociones nada vulgares con el mejor celo y eficacia para la seguridad de la plaza, hallándose en ellos hasta la rendición del general Crawford, con su plana mayor restos de la columna de su mando abrigada en el convento de dicho Santo Domingo (Museo Mitre, Documentos del archivo de Belgrano, Tomo I, pág.31).
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