Al considerar las posibilidades de desarrollo de los territorios, algunas corrientes ortodoxas de la teoría económica recurren a la hipótesis de la "maldición", según la cual la abundancia de riquezas naturales constituye un freno inevitable o cuanto menos una dificultad.
Hay ejemplos que parecieran avalar este argumento: desde que en la década de 1950 se descubrió petróleo en el delta del río Níger, el volumen de extracción ha ubicado a Nigeria entre los grandes abastecedores del mundo. Sin embargo, el país ni siquiera dispone de combustible para sus 170 millones de habitantes –de los cuales más de la mitad viven en la pobreza– y debe importarlo a empresas norteamericanas, francesas, inglesas u holandesas, es decir a las mismas multinacionales que explotan el recurso. La vida política en ese país se ha caracterizado por una extendida corrupción e impunidad en los distintos niveles de gobierno, mientras que los conflictos tribales, los saqueos y sabotajes a la rama petrolera son moneda corriente. El correlato es miseria, desastres ambientales y cruentos enfrentamientos de la población con el ejército, encargado de proteger la actividad extractiva de las operadoras.
Pero la "maldición" no es infalible: en el otro extremo se encuentra Noruega, cuya dotación hidrocarburífera no le ha impedido ser una de las naciones con mejor índice de desarrollo humano del planeta. Este indicador, elaborado anualmente por el PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo), combina el PBI per cápita con esperanza de vida, grado de alfabetización y otras variables relacionadas con la calidad de vida de los habitantes. Año tras año, Noruega se ubica en los primeros puestos de la lista.
En el país escandinavo la explotación está liderada por Statoil, creada como empresa pública en 1972 para realizar por su cuenta o compartir las operaciones relacionadas con el sector. Si bien en el 2001 se privatizó parcialmente, hoy el Estado cuenta con el 67% del capital social. Esta participación, sumada a la minuciosa normativa que regula la actividad, redunda en una presencia estatal directa en el desarrollo hidrocarburífero del país.
Por otra parte, los dividendos percibidos, así como fuertes impuestos que gravan las altas rentabilidades propias del negocio petrolero, son canalizados hacia un fondo anticíclico, uno de los elementos más ponderados del modelo noruego. Constituye una especie de ahorro para afrontar épocas de bajos precios, ya que la fluctuación es una de las características distintivas del valor del "oro negro", ante la creciente injerencia de factores especulativos. A la vez, atenúa las distorsiones que el ingreso masivo de divisas puede provocar en la economía.
Entre Nigeria y Noruega se dan múltiples y diversas situaciones que incluyen las experiencias de los países árabes, de las exrepúblicas soviéticas de Asia Central o inclusive de provincias como Alberta en Canadá o Neuquén en la Argentina. Si bien en nuestro país la denominada "Ley Corta" materializó la federalización de los recursos, el grado de autonomía provincial no es total, al ser el poder central el que determina el tipo de cambio, las retenciones y otros aspectos de la macroeconomía. De todas maneras, queda claro que la supuesta "maldición" depende de la lógica que guía la explotación y del rol del Estado, tanto en la captación y destino de la renta, como en la fiscalización de los impactos.
Autora Adriana Giuliani - Economista de la UNC
Publicado en Suplemento Energía del Diario Río Negro (edición N° 23295) sábado 4 de enero de 2014, página 6.
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