Osvaldo Soriano nació en Mar del Plata el 6 de enero de 1943
y falleció el 29 de enero de 1997 en la ciudad de Buenos Aires.
OSVALDO SORIANO POR REP. |
"La memoria lo agiganta todo. A mí me parecía que mi
casa de Cipolletti era tan enorme que ocupaba una manzana pero al regresar,
treinta y tres años después, encontré que no lo era tanto. Todo a su alrededor
había cambiado, pero mi Rosebud seguía ahí. Es un peral añoso, de tronco bajo,
al que me subía las tardes en que me sentía triste. Mi madre me buscaba por
toda la casa, salía a llamarme al patio y aunque yo pudiera sentir su aliento
ella no podía verme". (Osvaldo Soriano, "Cuentos de los años felices").
OSVALDO SORIANO EN CIPOLLETTI. |
La memoria es una materia exquisita por Pablo Montanaro.
Esos días de infancia y adolescencia que Osvaldo Soriano
vivió en Cipolletti –ciudad rionegrina a la que llegó junto a sus padres en
1953– fueron decisivos en experiencias vividas, imaginadas o soñadas que
después terminarían en sus libros.
Desde la esquina de Alem y Mengelle, bajo la sombra del
peral que inmortalizó en el cuento “Rosebud”, El Gordo o El Chueco –como le
decían sus amigos cipoleños– soñaba con llevar el número 9 en la camiseta de
San Lorenzo de Almagro, ser relator deportivo a la manera de Osvaldo
Caffarelli, Fioravanti o Alfredo Arostegui, mientras dejaba la escuela
industrial para deambular arriba de su moto por calles y bardas de cara al
viento y el frío patagónicos, y comenzaba a discutir con su padre acerca del
futuro, del país “que no tenía remedio” –según aquel empleado de Obras
Sanitarias que era su padre– y de aquella Argentina de la Revolución
Libertadora, con proscripciones y proclamas que afirmaban que no había “ni
vencederos ni vencidos”. En ese “verdadero Far West”, como definió a su pueblo,
Osvaldo junto a sus amigos querían madurar pronto y triunfar “en alguna cosa
viril y estúpida como las carreras de motos o el fútbol”. Su infancia fue un
territorio sin literatura, donde en la biblioteca de su padre se amontonaban
gruesos volúmenes de temas técnicos, intrascendentes para quien buscaba en las
páginas de El Gráfico su destino de goleador o ser un audaz aventurero de las
historietas que le ofrecían las revistas Fantasía, Misterix o Rayo Rojo.
Cipolletti, Allen, Barda del Medio, Neuquén y Plaza Huincul,
entre otras ciudades, con el tiempo se convirtieron en los escenarios donde
transcurren sus mejores relatos y novelas. La presencia de su padre, la
infancia y sus juegos, la primera novia y la pasión futbolera se despliegan con
intensidad, en la que no falta la épica y el humor en los textos del libro
Cuentos de los años felices. Allí parece estar condensado aquello que podría
denominarse “realismo mágico patagónico”.
Osvaldo Soriano: Los años felices en Cipolletti. Pablo
Montanaro Ediciones Vigilias, 2012 92 páginas.
En el jardín de su casa, en la esquina de Alem y Mengelle,
todavía está erguido, entre otros árboles, su “Rosebud”, que en su última
visita a la ciudad lo llevó a confesar, acaso conducido hacia su propio Aleph,
que “podemos borrar o confundir las huellas de una vida, pero las llevamos a
cuestas”. Y descubrió que lo que contaba no era el árbol sino “lo que hemos
hecho de él”.
Sus amigos de aquel tiempo, sus compañeros de intensos
partidos de fútbol e interminables cafés, volcaron sus recuerdos y anécdotas en
este libro que recrea la vida de Osvaldo Soriano mucho antes de que se
convirtiera en uno de los escritores argentinos más leídos y populares.
Seguramente a esos amigos Soriano dedicó las palabras
finales del cuento “Casablanca”: “Ahora que se acerca el invierno lo único que
puedo hacer es mirar viejas películas, leer viejos libros y evocar viejos
partidos. No tengan piedad de mí: la memoria, si veraz y violenta, es una
materia exquisita”.
Más de cincuenta años después de aquella amistad con el
Gordo Soriano, sus amigos y compañeros de aventuras se entusiasman al
recordarlo y aseguran haberlo escuchado afirmando: “Yo soy de todos lados, pero
más de Cipolletti”.
05/08/12, Radar, Página|12.
OSVALDO SORIANO nació en la Ciudad de Mar del Plata, un
regalo de Reyes para sus padres un 6 de enero de 1943. Su padre, José Vicente
Soriano, de origen catalán era un
empleado de Obras Sanitarias en la instalación de la red cloacal, luego
se trasladarían a Neuquén para probar suerte en los pozos de petróleo en la
Patagonia y la bronca de su esposa Eugenia y el pequeño Osvaldo que vivían de
mudanza en mudanza.
Alquilaron un chalet en la esquina de Mengelle y Alem, en la
vecina localidad rionegrina de Cipolletti, donde actualmente funcionan las
oficinas de la estatal Aguas Rionegrinas.
Cipolletti era calles de tierra, sin librerías, con diarios
que llegaban con tres días de retraso y con sólo tres únicos entretenimientos:
cine, carreras de motos y fútbol.
En el año 1973 publica su primera novela "Triste,
solitario y final" traducida en 12 idiomas. Las novelas "Triste,
solitario y final", "No habrá más penas ni olvido",
"Cuarteles de invierno" (1983) y "A sus plantas rendido un
león" (1984) han sido publicadas en veinte países y traducidas al inglés,
francés, italiano, alemán, portugués, sueco, noruego, holandés, griego, polaco,
húngaro, checo,hebreo, danés y ruso. A lo largo de su carrera, vendió más de un
millón de ejemplares.
En 1976 se trasladó a Bélgica. Luego vivió en París hasta
1984, año en que regresó a Buenos Aires. En los años 1990 escribió “ Una sombra
ya pronto serás” , llevada al cine por Héctor Olivera.
En 1993 publicó “Cuentos de los años felices, historias
cortas” publicadas en el diario Página/12. El Diario Página/12 fue fundado por Jorge Lanata (su primer director) y
Osvaldo Soriano y Horacio Verbitsky, entre otros.
"Acaso cometo el error de vestir a los perdedores con el ropaje de los sueños" dijo una vez.
Osvaldo Soriano instituyó un estilo que caló hondo en su generación y en las siguientes, pese a que la crítica académica local le fue casi siempre esquiva por no ser un "escritor académico".
Murió el 29 de enero de 1997, después de luchar contra un cáncer de pulmón.
Tenía 54 años.
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