Las cartas de Hesayne están dirigidas, entre otros, a Jorge Rafael Videla, Albano Harguindeguy (ver recuadro), el general Abel Catuzzi, un mando duro que durante un tiempo del régimen militar fue segundo comandante del V Cuerpo de Ejército, del cual dependió la represión en la Patagonia, y al contralmirante (RE) Julio Acuña.
En sus cartas, el obispo despliega sin ataduras sus críticas a la criminalidad de la dictadura. Economía de palabras, pero muy calibradas para la dirección que buscan. Ausencia de eufemismos. "La tortura es inmoral, la emplee quien la emplee. Es violencia y la violencia es antihumana y anticristiana", le dice a Harguindeguy en carta del 24 de abril del 77, tres días después de que ambos se entrevistaran en Viedma. Y le acota Hesayne: "He clamado para que nuestras FF. AA. empleen el rigor de la 'fuerza' cuantas veces fuera necesaria, pero en la hidalguía y el coraje y jamás en la 'violencia', que es inhumana e indigna de nuestros soldados".
Y Hesayne estampa en esa carta una reflexión que se proyectará con fuerza de verdad excluyente en los años por venir: "Mi pena –dice a Harguindeguy– se basa en que una victoria a costa de actos indignos se convierte pronto en derrota, porque nadie construye ni al margen ni contra Dios. Fuerzas Armadas que torturen no saldrán impunes antes Dios creador".
Huelgan las palabras. Con independencia de la sujeción estrictamente confesional que conlleva la reflexión, muy pocos años después de aquella carta se plasmó la derrota de las FF. AA.
Pero en sus cartas Hesayne no pierde la aplicación de cierto estilo –protocolar en todo caso– de identificación con el poder al que se dirige. Se relaciona –por caso– con Jorge Rafael Videla en términos de "Excelentísimo señor presidente". Y cuando escribe al todopoderoso ministro de Interior, general Albano Harguindeguy, habla de "Su excelencia".
En los finales de las cartas enviadas a Videla, el obispo siempre le asegura una oración "diaria para que el espíritu de inteligencia lo asista". Y en una de esas misivas envía "mis respetuosos saludos en el Señor de la historia", o sea Dios.
En otra carta –19 de diciembre de 1979– remata el final presentando "con respetuosa cordialidad a V. E. los votos muy sinceros de felicidad personal y familiar con motivo de la próxima Navidad, una oración para el éxito cristiano de vuestras gestiones gubernamentales en el curso del año que se inicia".
En otra carta –la del 3 de mayo del 83– Hesayne se despide ratificándole a Videla que seguirá rezando por él. Y se despide "con la mayor consideración", pero mudando el título de Dios. Si antes era el "Señor la historia", ahora lo es del "mundo y de la Iglesia".
Videla tampoco descuida el "baile en el Potomac", apelación en la política americana que valoriza hacer política con la elegancia del vuelo de los cines sobre el famoso río.
Jamás –por caso– el dictador dejará de agradecer al obispo que rece por él.
Pero no se engañan.
Expresan morales encontradas en relación con la tragedia que vive el país en materia de violencia, incluso desde mucho antes del Golpe.
Porque una cuestión se ratifica inexorablemente. Uno, defiende la vida. Otro, se define en sus propias palabras: "Morirán todos los que tengan que morir", dirá a poco andar la dictadura. Y más tarde, con cinismo demoledor, acotará ante una pregunta, con gesto de sorpresa "¡Los desparecidos!"... No están... no tienen identidad...". Casi orillando el "¡de qué me hablan!"
Queda claro además, en la carta a Harguindeguy, que Hesayne no niega el derecho de las FF. AA. a reprimir. Incluso en lapsos que define en términos de "cuantas veces fuera necesario". Pero encuadra esa tarea en un marco moral.
En todas sus cartas a los mandos de la dictadura, Hesayne avanza desde un primer enunciado en el que define su confesión religiosa: "Ave María". Y tras argumentar la razón del contacto, generalmente cierra asumiéndose en su "Fe cristiana", coloca a Dios como testigo de su sinceridad, de sus convicciones. Y siempre dejando abierta la posibilidad de que aquellos mandos sean "iluminados desde la fe" para rectificar caminos.
Porque Hesayne nunca les niega su condición de creyentes. Condición que por otra parte los militares asumían vía una retórica extendida con demagogia. Hombres de cruz en pecho y misa como mínimo dominical. Poder militar, hijo dilecto de la nación católica que germinó en la década de 1920 y se consolidó en la siguiente. La cruz y la espada como razón moral de la Nación. Desprecio por lo distinto.
Todo un relato ideológico autoritario que, como poder decisorio excluyente en la vida del país, ya es historia. Se derrotó asimismo en la propia dictadura.
Hesayne no alienta ninguna esperanza de que al denunciar que no se puede torturar, asesinar, violar y ser cristiano a la vez, los mandos de la dictadura apelen a un acto de contrición y cambien de conducta.
Lo que busca el obispo es colocar en blanco y negro la hipocresía de esas conductas.
Y avanzada ya la dictadura, el obispo mantendrá un interesante cruce de cartas con el segundo gobernador de facto que tuvo Río Negro, el contralmirante (RE) Julio "Gancho" Acuña. Definirá de "impío" que con autorización oficial se realice la Vuelta de la Manzana en la Semana Santa de 1980. El obispo estima que se desvirtúa así el significado religioso de ésas.
En otras misivas, denunciará el seguimiento por parte de la Policía de Provincia de Río Negro a él y otros miembros de la Iglesia Católica que colaboran en la lucha por los derechos humanos.
Se cruzará en ese ida y vuelta una visita que a la provincia en 1981 realiza el flamante Premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel. Hesayne estará junto a él. Dirá que el Premio Nobel vino a sumarse a favor del Evangelio y no a hacer política. La visita molesta al gobierno provincial. Y si Acuña siempre rechazó que la Policía de Río Negro siguiera a Hesayne y su gente, en esta oportunidad le hace saber al obispo que no cree que no haya llegado para hacer política. Y le adjunta a modo de ratificar que Pérez Esquivel no es neutro en política, un ejemplar de una revista de finales de 1972 en la que éste confiesa: "Si tuviera 20 años o menos, sería montonero".
El mano a mano con Videla.
En fin, todo en un tiempo que no se hundirá fácilmente en aquello que Eric Hobsbawm llamó "La noche larga de la historia"...
El mano a mano con Videla.
Al menos a hoy, tres son la cartas enviadas por el obispo Hesayne al dictador Jorge Videla. Dos de ellas durante la vigencia de éste en el poder. La tercera, cuando –bajo azote de los vientos de la historia– el régimen castrense se extingue sin poder. Dos de las misivas son respondidas por Videla. La primera no.
En todas las cartas, Hesayne se manifiesta en el estilo que en estas páginas detallamos.
· Primera carta
El 25 de julio de 1978, el obispo recaba la intervención personal de Videla "en un latente caso de injusticia". Advierte que si recurre a él "es porque –como el caso anterior del joven Chironi, que le agradezco ante Dios lo que V. E. intercedió– la familia a la que en ésta me refiero no tiene nada que ver con la subversión". El hecho involucra a una familia de Capital Federal: la madre y dos hijos, secuestrados el 27 de mayo de aquel año. El padre encontrará la casa saqueada. Al día siguiente –cuenta Hesayne– vuelven para devolver las "chequeras que no le servían". Hesayne cuenta que el padre ha buscado a su familia sin ninguna suerte. Solicita entonces la intervención de Videla. Y destaca que tiene la seguridad de que V. E. quiere una paz real para nuestro país, asegurando a V. E. una oración diaria para que el espíritu de inteligencia lo asista y fortalezca".
El dictador no respondió esta carta.
· Segunda carta
Fue enviada por Hesayne el 16 de diciembre del 79. Le dice a Videla que ambos saben que en Argentina "hubo torturas y atropellos a la dignidad humana hasta en lo más elemental –actos inhumanos y por eso anticristianos–, tanto de parte de la subversión como de las FF. AA". Le menciona además a Videla, la pobreza e injusticia social que persisten en el país. Y recuerda Hesayne que el domingo anterior a escribir esta carta, en el Angelus, el papa Juan Pablo II ha denunciado a Argentina y Chile como países donde se violan los derechos humanos. No ha mencionado a Argentina, pero 24 horas después el Observattore Romano habla de Argentina y Chile como unas de esas naciones. Videla salió al cruce y dijo que "Argentina no tiene que arrepentirse" de las violaciones a los derechos humanos. Hesayne le solicita entonces al dictador que ya que se proclama católico y ante el mensaje que anualmente hace a los argentinos con motivo de Navidad, no lo haga "si no le es posible realizar el gesto evangélico que en forma inequívoca le pide el papa a V. E. como primer responsable del gobierno y católico de profeso". O sea, la verdad de lo que han hecho con miles de seres humanos.
El 28 de diciembre, Videla responde. Niega que el poder militar haya violado los derechos humanos. Dice que lo hecho por ese poder cuenta con apoyo de la sociedad. Niega que la situación social sea grave. Y dice también que Hesayne está mal informado en relación con lo que él –Videla– piensa del mensaje de Juan Pablo II. Concretamente, sostiene que en conferencia de prensa en la Rosada, ante una pregunta sobre las palabras del papa, "manifesté que no tenía nada que agregar y señalé la coincidencia de nuestro sentir con lo expuesto por su santidad". Finalmente que "cumpliendo con mi imperativo de conciencia, que no me proclamo católico, sino que simplemente doy humilde testimonio de tal en todos los actos públicos y privados de mi vida, quedando a Dios, nuestro Señor, reservado el juicio de ese testimonio".
· Tercera carta
El 3 de mayo de 1983, ya con Videla fuera del poder y la dictadura hecha jirones, el obispo Hesayne envía una dura carta a Videla. Días antes, las FF. AA. publicaron un informe sobre lo actuado en la lucha contra la subversión. Es una pieza fundada en hipocresía. Nada de verdad en relación con las atrocidades que cometieron. En declaraciones por medios de difusión, Videla avala el documento. Entonces Hesayne le dice al dictador: "Ese documento es falso. No dice toda la verdad. Es inmoral, porque se basa en que el fin justifica los medios. Con esta misma argumentación se convalidarían la guerrilla y el terrorismo. Es hipócrita, porque usando el lenguaje cristiano del amor, la fe, la reconciliación, la comprensión, la piedad y el perdón, lo vacía de contenido. Luego, el obispo le dice a Videla y a cuantos "como usted son responsables de cualquier tipo de violencia que ha padecido la patria" que sinceren lo hecho.
El 16 de mayo del 83, el exdictador le responde enojado a Hesayne. Acepta el derecho a discrepar sobre el contenido del documento emitido por el Ejército. Pero se lamenta del procedimiento usado por el obispo: hacer pública su opinión en tanto "avanza sobre aspectos personales que hacen al estado de conciencia". Videla había recibido recién el 16 la carta de Hesayne. "Por ello –señala Videla– pese a que su publicación puede constituir un desafío para hacer de esto una polémica pública, llevo a su conocimiento que no he de caer en esa tentación. Y no he de hacerlo, porque pienso que de esta manera puedo contribuir mejor a la reconciliación de los argentinos".
Con esta carta termina el epistolario Hesayne - Videla. Dos datos:
• Se vieron una sola vez la cara. Fue en Viedma en 1977.
Entrevista de Carlos Torregno publicada en el Diario "Río Negro", 3/1/2014.
Imagen: Internet.
• En todas sus respuestas, Videla hace saber que enviaba copias de las misivas de Hesayne a "Su eminencia el señor presidente de la Conferencia Episcopal, a su excelencia el señor nuncio apostólico y su excelencia el señor comandante en jefe del Ejército, al único efecto de su personal conocimiento".
Entrevista de Carlos Torregno publicada en el Diario "Río Negro", 3/1/2014.
Imagen: Internet.
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