La influencia del populismo –la conocida consigna de "combatir al capital"– y del marxismo –la lucha sindical como gimnasia revolucionaria para preparar la toma del poder– han favorecido el surgimiento en Argentina de un sindicalismo de confrontación. Cuando el empleador es el Estado, como acontece en Neuquén, todos los medios de lucha, aún los claramente delictivos como los cortes de ruta, se consideran legítimos para este sindicalismo de combate.
Frente a esta concepción decimonónica, el sindicalismo moderno, que responde a los postulados de la social-democracia europea, ha adoptado comportamientos más inteligentes. Ni las empresas ni el Estado son considerados enemigos a abatir. Se opta por estrategias de mayor participación en la definición de las políticas públicas y en la confección de los presupuestos estatales, que son el modo de conseguir mejorar la calidad de los servicios públicos. De este modo, el empleado del Estado consigue una mejor remuneración y se prestigia ante la sociedad cuando los servicios de salud o la educación alcanzan cotas de mayor calidad.
La metodología extorsiva de cortar rutas y puentes provoca una enorme irritación en los ciudadanos y contribuye a deteriorar la imagen que los servidores públicos tienen frente a la sociedad. Por consiguiente resulta incomprensible que se insista en utilizar unas vías de hecho que sólo pueden arrojar resultados contraproducentes. Seguramente es una aspiración compartida por ciudadanos, autoridades y dirigentes sindicales contar con unos servicios públicos de calidad, con empleados bien remunerados que obtengan el mayor reconocimiento social. Lo estúpido es pensar que insistiendo en estas metodologías anacrónicas van a conseguir resultados diferentes.
Fuente de información e imagen:
Diario "Río Negro" (edición Nro. 23498), martes 7 de enero de 2014.
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