Buenos Aires lleva décadas haciendo como que no existe,
volviendo la mirada para evitar encontrarse con su perfil desordenado,
inacabado, feo. Hasta se intentó colocar un telón vegetal que la ocultara de
los coches que pasan por la autopista que la atraviesa. Pero es inútil. La
villa 31, el barrio de chabolas más antiguo y emblemático de la ciudad, no solo
no desaparece, sino que sigue creciendo en pleno corazón de la capital. Ya
viven allí más de 40.000 personas, el doble que hace 15 años.
Así que después de 80 años de ilegalidad, el Gobierno de la
ciudad ha decidido convertirla en un barrio más. El asentamiento, que nació en
los años 30 en terrenos del ferrocarril, se pobló de casas ilegales, sin
licencia, en las que nadie paga la luz ni el agua. Ahora se urbanizará, se
darán títulos de propiedad a los vecinos, se mejorarán unas 9.000 viviendas y
se destruirán otras 1.000, las que brotan debajo de la autopista, con sus
tejados y antenas parabólicas que casi se rozan con los coches. Se las
reubicará a pocos metros de allí.
La guerra eterna entre las chabolas y la autopista por
ocupar el espacio quedará en empate: los coches llegarán al centro por un nuevo
trazado que no atravesará la villa y la actual carretera se convertirá en un
parque en altura, inspirado en un proyecto que se hizo en Nueva York sobre unas
antiguas vías del tren. Todo costará unos 400 millones de dólares y debería
estar concluido en 2019. Nadie en Argentina se fía mucho de las previsiones
oficiales, pero la decisión está tomada.
“Es imposible sacar a la gente de aquí. Hay más de 40.000
personas. En democracia es inviable pensar en eso, por suerte. Nadie lo plantea
en serio. Así que vamos a integrarlas. Tendrán la propiedad de sus casas, las
pagarán con créditos y vamos a arreglarlas para que los vecinos vivan mejor y
para que la gente de Buenos Aires venga aquí. La mayoría de los porteños jamás
ha visitado este lugar que está a pocos metros de sus departamentos”, explica
Horacio Rodríguez Larreta, alcalde de Buenos Aires y hombre de confianza de
Mauricio Macri, mientras pasea por la villa con EL PAÍS para explicar el
proyecto.
Algunos argentinos sí reclamaban erradicarla, como se hizo
recientemente en Colombia con el llamado Bronx de Bogotá. Pero la 31 es bien
diferente. No es ni mucho menos el lugar más peligroso de la ciudad. Hay narco,
y a veces muertos -en enero hubo una ola con cinco en un mes- pero sobre todo
hay miles de trabajadores que limpian y arreglan las casas de los barrios caros
que están al lado.
Viven en la villa sobre todo porque no tienen las garantías
que se exigen para alquilar un piso en el centro. Aquí todo se hace de palabra.
Por eso hay muchos extranjeros -la mitad de los habitantes-. Son los que más
dificultades tienen para lograr avales para alquilar de forma legal.
Hay pobreza, pero no marginalidad extrema. “Hay menos
diferencias de forma de vida entre la gente de aquí y los de Recoleta —el
barrio más caro de Buenos Aires, del que solo le separan las vías del tren— que
entre los de aquí y algunas villas del conurbano [periferia]. Allí sí hay una
marginalidad muy fuerte”, explica Larreta.
“Vamos a tratar de convertir este barrio casi en una ciudad
europea, con casas bajas y calles estrechas. Queremos lograr que venga la gente
de la ciudad. El barrio tiene mucho valor, hay verduras aquí que no encuentras
en ningún otro lugar, se vende de todo”, se ilusiona Diego Fernández,
responsable del proyecto de urbanización.
El Gobierno de la ciudad, que tiene competencias educativas,
llevará allí todo su ministerio de Educación, con 2.500 empleados públicos,
otra forma de integrar la ciudad y la villa, que ahora se llamará Barrio 31.
"Es la asignatura pendiente de Buenos Aires. No podemos seguir viviendo
como si no existiera, la mayoría pasa por la autopista y no sabe lo que pasa
acá abajo", dice el alcalde.
Desde la alcaldía tratan de ofrecer una imagen dulcificada,
pero la villa es muy dura y para comprobarlo no hay más que pasear por ella. A
cada paso Larreta y Pérez se encuentran con gente que pide ayuda, a veces con
dureza. “¿Vas a traer laburo para los pibes, Larreta?”, le espetan. “¿Cuando
arrancan las obras? Miren las cloacas, están rotas”, se queja una señora.
Las calles huelen mal, las pocas cañerías que se hicieron
están atascadas, la suciedad se cuela por todas partes, la casas son precarias
aunque no se caen nunca. “Las hacen los mismos que construyen las casas del
centro, las buenas, que viven aquí”, señala Fernández. Y el narco está, aunque
no quieran verlo. Las zapatillas colgadas de los cables para marcar territorio
son su sello inconfundible. La tasa de homicidios es 7,5 veces más alta que la
del centro de la ciudad.
La mayoría de los vecinos, como las bolivianas Danilsa Arias
y Leidy Flores, está de acuerdo en que se urbanice al fin la villa. Están
hartos de la suciedad, los cortes de luz, el barro y el olor cuando llueve y
las ambulancias que no logran entrar. Quieren vivir como los demás y están
dispuestos a pagar la luz y el agua. Y a comprar sus casas. Pero muchos, sobre
todo los que viven debajo de la autopista, desconfían. Como Maribel, una
dirigente local. “No confío en el Gobierno, queremos quedarnos acá donde
estamos”, sentencia.
La desconfianza se explica porque la urbanización está
prometida hace muchos años. En 2010 se aprobó como ley. Pero no pasó casi nada.
"Ahora tendrán que hacer otra ley para cambiar nuestro proyecto",
asegura Javier Fernández Castro, arquitecto y profesor de la Universidad de
Buenos Aires (UBA) que elaboró el plan anterior, nunca llevado a cabo.
"Nosotros pensamos en hacer 2.500 viviendas nuevas, abrir más calles.
Ellos se quedan en algo más de 1.000", desconfía.
"Esto tiene antecedentes en Río de Janeiro, en
Medellín. Puede funcionar pero necesita mucha voluntad política. Siempre estuvo
la idea de erradicar la villa, por eso solo se hicieron cosas provisionales.
Ahora por fin parece que se asume que hay que integrarlos. Bienvenido
sea", se ilusiona. La villa 31 sigue allí como siempre. Pero ahora por
primera vez la ciudad dejará de obviar su existencia.
TODOS PELEAN POR UNA FOTO EN LA VILLA MÁS FAMOSA
MAR CENTENERA
La Villa 31 tuvo sus cinco minutos de gloria televisiva el
pasado mayo. Cerca de 7 millones de telespectadores vieron a la modelo Carolina
Pampita Ardohain bailar hip hop en una de las calles del barrio durante la
apertura de Showmatch, el programa de Marcelo Tinelli. Ningún vecino quiso
perderse el espectáculo y los focos los mostraron con el celular en la mano
asomados desde los balcones.
Tinelli abrió un camino que otros buscan transitar. La
cantante Tini Stoessel, conocida por su papel de Violetta en la serie infantil
homónima de Disney, dio un concierto gratuito el pasado sábado para 15.000
personas en la villa. A diferencia de lo que ocurrió con Pampita, el show de
Stoessel -organizado por el ayuntamiento de Buenos Aires- fue ampliamente
publicitado y atrajo a fanáticos que entraron por primera vez en ese barrio
precario.
Entre una y otra actuación, tampoco quiso perder la
oportunidad de mostrarse en sus calles la expresidenta argentina Cristina
Fernández de Kirchner (2007-2015). La exmandataria inauguró las instalaciones
de un canal televisivo comunitario y recorrió la 31 el pasado 9 de agosto, que
describió como "el lugar más seguro del país".
Gentileza Gayo Viejo.
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