El mayor problema argentino, y sudamericano, pues su obra es continental, pese al nombre, “Es el desierto, Que somos países despoblados”. Ése es el problema a resolver. Y arranca con sus soluciones: “… La santidad de la familia –semillero del Estado y de la República, medio único fecundo de población y de regeneración social−…”
La introducción a la problemática:
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Alberdi se pronuncia sobre el atraso sudamericano. Elogia la constitución del entonces Estado de California (dada el 12 de octubre de 1849 en Monterrey, antes de fusionarse con los EEUU), critica las de Perú y Paraguay, dubitativamente la de Bolivia, a la cual elogia como ‘liberal’, pero con artículos existentes que la frustran, y le dan todo el poder al Presidente; saluda levemente la de Montevideo.
El problema argentino de federación o unidad de régimen se resuelve con dos Cámaras Legislativas: −de las provincias, acorde a su población; −de la Nación, con un legislador por provincia. Toma como bases las constituciones de Suiza y Alemania de 1848, que pasan de un federalismo puro, a un federalismo unitario. Una incongruencia existente en nuestro país[1].
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Argentina ingresando al incipiente capitalismo:
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He aquí el fin de las constituciones de hoy día: ellas deben propender a organizar y constituir los grandes medios prácticos de sacar a la América emancipada del estado oscuro y subalterno en que se encuentra. Esos medios deben figurar hoy a la cabeza de nuestras constituciones. Así como antes colocábamos la independencia, la libertad, el culto, hoy debemos poner la inmigración libre, la libertad de comercio, los caminos de hierro, la industria sin traba, no en lugar de aquellos grandes principios, sino como medios esenciales de conseguir que dejen ellos de ser palabras y se vuelvan realidades. Hoy debemos constituírnos, si nos es permitido el lenguaje, para tener población, para tener caminos de hierros, para ver navegados nuestros ríos, para ver opulentos y ricos nuestros Estados. Los Estados como los hombres deben empezar por su desarrollo y robustecimiento corporal. Éstos son los medios y las necesidades que forman la fisonomía peculiar de nuestra época.
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Elogia al Brasil, pero que no sea nuestro espejo. Llama la atención que no mencione la esclavitud, base socioeconómica y política del Estado Imperial:
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El bello ejemplo del Brasil no debe alucinarnos; felicitemos a ese país de la fortuna que le ha cabido, respetemos su forma, que sabe proteger la civilización, sepamos coexistir con ella, y caminar acordes al fin común de los gobiernos de toda forma: la civilización. Pero abstengámonos de imitarlo en su manera de ser monárquico. “Los nuevos estados de la América antes española necesitan reyes con el nombre de presidentes (Bolívar). Completa que debemos atemperar ese presidencialismo.
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La instrucción en América:
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Belgrano, Bolívar, el chileno Egaña y Rivadavia confundieron la “educación” con la “instrucción”, el género con la especie. Los árboles son susceptibles de educación; pero sólo se instruye a los seres racionales. Ellos no vieron que nuestros pueblos estaban en el caso de hacerse, de formarse, antes de instruirse, y que si la instrucción es el medio de cultura de los pueblos ya desenvueltos, la educación por medio de las cosas es el medio de instrucción que más conviene a pueblos que empiezan a crearse. ¿De qué sirvió al hombre del pueblo saber leer? No pretendo que deba negarse al pueblo la instrucción primaria, sino que es un medio impotente de mejoramiento comparado con otros, que se han desatendido. En los ensayos de Rivadavia, el principal establecimiento se llamó ‘colegio de ciencias morales’. Habría sido mejor que se titulara y fuese ‘colegio de ciencias exactas y de artes aplicadas a la industria’. No pretendo que la moral deba ser olvidada. Sé que sin ella la industria es imposible; pero los hechos prueban que se llega a la moral más presto por el camino de los hábitos laboriosos y productivos de esas nociones honestas, que no por la instrucción abstracta. Necesitamos más de ingenieros, de geólogos y naturalistas, que de abogados y teólogos. Su mejora se hará con caminos, con pozos artesianos, con inmigraciones, y no con periódicos agitadores o serviles, ni con sermones ni leyendas. La instrucción, para ser fecunda, ha de contraerse a ciencias y artes de aplicación, a cosas prácticas, a lenguas vivas, a conocimientos de utilidad material e inmediata. El idioma inglés, como idioma de la libertad, debe ser aún más obligatorio que el latín. El plan de instrucción debe multiplicar las escuelas de comercio y de industria, Nuestra juventud debe ser educada en la vida industrial. El tipo de hombre sudamericano debe ser formado para vencer al grande y agobiante enemigo de nuestro progreso: el desierto, el atraso material, la naturaleza bruta y primitiva de nuestro continente. La industria es el único medio de encaminar la juventud al orden… es el calmante por excelencia… es el gran medio de moralización. Facilitando los medios de vivir, previene el delito, hijo las más veces de la miseria y del odio.
En cuanto a la mujer, artífice modesto y poderoso, su instrucción no debe ser brillante. Necesitamos señoras y no artistas. Sus destinos son serios; no ha venido al mundo para ornar el salón sino para hermosear la soledad fecunda del hogar. Darle apego a su casa es salvarla; en estos párrafos, se denota el misogismo alberdiano.
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Todo vendrá de Europa:
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Lo que llamamos América independiente no es más que Europa establecida en América. Nosotros, los que nos llamamos americanos, no somos otra cosa que europeos nacidos en América. Cráneo, sangre, color, todo es de afuera. No conozco persona distinguida de nuestra sociedad que lleve apellido pehuenche o araucano. El idioma que hablamos es de Europa. La mano de Europa plantó la cruz de Jesucristo en la América antes gentil. En América todo lo que no es europeo, es bárbaro; no hay más división que ésta: 1° el indígena, es decir, el salvaje; 2°, el europeo, es decir, nosotros los que hemos nacido en América y hablamos español, los que creemos en Jesucristo, y no en Pillán –dios de los indígenas-.
Traigamos pedazos vivos de ellas (Europa y los Estados Unidos) en las costumbres de sus habitantes y radiquémoslas aquí. Si querernos ver agrandados nuestros Estados en corto tiempo, traigamos de fuera sus elementos ya formados y preparados, Sin grandes poblaciones no hay desarrollo de cultura, no hay progreso considerable. La población es la medida exacta de la capacidad de nuestros gobiernos. El ministro de Estado que no duplica el censo de estos pueblos cada diez años, ha perdido el tiempo en bagatelas y nimiedades. Haced pasar el ‘roto’, el ‘gaucho’, el ‘cholo’, unidad elemental de nuestras masas populares, por todas las transformaciones del mejor sistema de instrucción: en cien años no haréis de él un hombre inglés que trabaja, consume, vive digna y confortablemente.
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La subdivisión americana:
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La división en hombre de la ciudad y hombre de las campañas es falsa, no existe; Rosas no ha dominado con gauchos, sino con la ciudad. Los principales ‘unitarios’ fueron hombres del campo. La mazorca no se componía de ‘gauchos’. La única subdivisión que admite el hombre americano español es un ‘hombre del litoral’ y ‘hombre de tierras adentro o mediterráneo’. El primero es fruto de la acción civilizadora de la Europa de este siglo que se ejerce por el comercio y por la inmigración en los pueblos de la costa. El otro es obra de la Europa del siglo XVI, de la Europa de los tiempos de la conquista.
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Nociones de Patria y prócer,
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Con la revolución americana acabó la acción de la Europa española en este continente; pero tomó su lugar la acción de la Europa anglosajona y francesa. Siempre es Europa la obrera de nuestra civilización. Es tiempo de reconocer esta ley de nuestro progreso americano. Los libertadores de 1810 nos enseñaron a detestar bajo el nombre de ‘europeo’ a todo el que no había nacido en América. Error, dirá, la patria no es el suelo: la patria es la libertad, es el orden, la riqueza, la civilización, organizados en el suelo nativo, bajo su enseña y en su nombre. Las nociones de patriotismo, el artificio de una causa puramente americana, nos dominan y poseen todavía. San Martín en 1844 aplaudía la resistencia de Rosas a reclamaciones accidentales de estados europeos: la gloria militar, que absorbió su vida, los preocupa más todavía que el progreso. La gloria no debe tener más títulos que la civilización. Ha pasado la época de los héroes; entramos en la edad del buen sentido. El tipo de grandeza americana no es Napoleón, es Washington: Es el héroe del orden en la libertad por excelencia. Su título a la inmortalidad reside en la constitución admirable que ha hecho de su país el modelo del universo. Rosas tuvo en su mano cómo hacer eso en la República Argentina, su mayor crimen es haber malogrado esa oportunidad[2]. Reducir en dos horas una gran masa de hombres a su octava parte por la acción del cañón: he ahí el heroísmo antiguo y pasado. En cambio, el heroísmo del estadista moderno es la grandeza de la creación, en lugar de la grandeza salvaje del exterminio. El censo de la población es la regla de la capacidad de los ministros americanos. La Europa del momento no viene a tirar cañonazos a esclavos. Aspira sólo a quemar carbón de piedra en lo alto de los ríos, que hoy sólo corren para los peces. Decid adiós al dominio de vuestros pasados.
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Plan alberdiano[3]:
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Tratados extranjeros: Firmad tratados con el extranjero en que deis garantías de que sus derechos naturales de propiedad, de libertad civil, de seguridad, de adquisición y de tránsito les serán respetados. Los tratados de amistad y comercio son el medio honorable de colocar la civilización sudamericana bajo el protectorado de la civilización del mundo. Cuantas más garantías deis al extranjero, mayores derechos asegurados tendréis en vuestro país.
Plan de inmigración: la inmigración espontánea es la verdadera y gran inmigración. Nuestros gobiernos deben provocarla.
Tolerancia religiosa: Si queréis pobladores morales y religiosos, no fomentéis al ateísmo. Si queréis familias que formen las costumbres privadas, respetad su altar a cada creencia. El dilema es fatal: o católicos exclusivamente y despoblados; o poblada y próspera, y tolerancia en materia de religión. Llamar a la raza anglosajona y las poblaciones de Alemania, Suecia y Suiza. Desde octubre de 1825 existe en Buenos Aires la libertad de cultos, pero es preciso que esa concesión provincial se extienda a toda la República Argentina por su Constitución. De no hacerse, se multiplicarán las concubinas en vez de las esposas, llenando toda nuestra América de guachos, de prostitutas, de enfermedades, de impiedad, en una palabra.
Inmigración mediterránea: los grandes medios de introducir Europa en los países interiores de nuestro continente en escala y proporciones bastante poderosas, para obrar un cambio portentoso en pocos años, son el ferrocarril, la libre navegación interior y la libertad comercial.
El Ferrocarril: es el medio de dar vuelta al derecho lo que la España colonizadora colocó al revés en este continente. El ferrocarril innova, reforma y cambia las cosas más difíciles, sin decretos ni asonadas. Él hará la unidad de la República Argentina mejor que todos los congresos. Proteged al mismo tiempo empresas particulares para la construcción de ferrocarriles.
Navegación interior: los grandes ríos, esos ‘caminos que andan’, como decía Pascal, hacerlos del dominio exclusivo de nuestras banderas indigentes es como tenerlos sin navegación. Proclamad la libertad de las aguas. No más exclusivismo en nombre de la Patria. Si queréis que el comercio pueble nuestros desiertos, no matéis el tráfico con las aduanas interiores. La aduana es la prohibición; es un impuesto que debe borrarse de las rentas sudamericanas. Y arriesga en 1852 con una obra nunca concretada: sobre las márgenes pintorescas del Bermejo levantará algún día la gratitud nacional un monumento en que se lea: ‘Al Congreso de 1852, libertador de estas aguas, la posteridad reconocida’.
La Constitución debe dar garantías de que sus leyes orgánicas no serán excepciones derogatorias de los grandes principios consagrados por ella, como se ha visto más de una vez.
El derecho civil sudamericano debe dar facilidades a la industria y al comercio, reglando el plan de enjuiciamiento sobre bases anchas de publicidad, brevedad y economía:
1°Remover las trabas e impedimentos de tiempos atrasados que hacen imposibles o difíciles los matrimonios mixtos;
2° Simplificar las condiciones para la adquisición del domicilio;
3° Conceder al extranjero el goce de los derechos civiles sin la condición de una reciprocidad irrisoria;
4° Concluir con los derechos de albinagio, dándole los mismos derechos civiles que al ciudadano para disponer de sus bienes póstumos por testamento o de otro modo.
El crédito privado debe ser el niño mimado de la legislación americana, toda ley contraria al crédito privado es un acto de lesa América.
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Las Bases constitucionales del país:
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Reitera al Urquiza vencedor en Caseros: «Confraternidad y fusión de todos los partidos políticos». Tomemos a Rousseau: “La ley es la voluntad general’.
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Alberdi fue un patriota a la altura de Rosas o San Martín. Como su legado no fueron victorias y glorias militares (que él rechaza como formación del alma nativa) sino sus escritos extranjerizantes, quedará para la posteridad como uno de los formadores de la cultura que arruinó la Nación: el Régimen mismo. Alberdi fue hombre de la Causa. Lo demuestran sus hechos, sus simpatías a las causas de la Confederación y del Paraguay en la guerra de exterminio al pueblo guaraní, a los levantamientos de las montoneras, sus charlas con Rosas, su negación a plegarse al Orden Liberal posterior a Pavón, etc.
Cuando muere treinta años después, entre triste y pobre, reconocerá “Prefiero los dictadores de mi Patria a los libertadores extranjeros”. Era toda una frase, aunque ya fuera tarde. ¡Salve Alberdi, grande hombre de la Patria![4]
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[1] Alberdi confundía como casi todos los pensadores argentinos, el federalismo doctrinario con el significado del federalismo argentino: americanista y democrático.
[2] Esteban Echeverría, su amigo y competidor de los tiempos de la Asociación de Mayo, dice lo mismo: “Rosas hubiera puesto a su país en la senda del verdadero progreso… No lo hizo; fue un imbécil y un malvado.”
[3] El plan político de Alberdi pretendió ser una solución a los problemas de desarrollo de la Confederación, pese a su “europensamiento”. Era la contra-cara al proyecto oligárquico porteño de Mitre y cía. Urquiza lo llevó adelante en su gobierno, pero tuvo plena vigencia en su provincia, y el colegio de Concepción es prueba sublime de ello. Roca, egresado del colegio, llevaría los lineamientos alberdianos al máximo desde 1880.
[4] Sarmiento, su viejo colega mayo, no lo entiende así, y se largan con unas famosas polémicas donde se tiran con todo los viejos camaradas.
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