La otra "cara" del sanjuanino. SARMIENTO Y ALBERDI, DIFAMADORES DE SAN MARTIN Por Roberto A. Ferrero.
En 1843 el tucumano Juan Bautista Alberdi (1810-1884) visitaba al General San Martín en Francia, y cinco años más tarde hacía lo mismo el sanjuanino Sarmiento (1811-1888). Ignorando probablemente que aquellos hombres ya no tan jóvenes eran de aquellos argentinos que guiados “por un indigno espíritu de partido” habían sido capaces de “unirse al extranjero para humillar a su patria” (felonía que “ni el sepulcro puede hacer perdonar”, decía), ya que habían apoyado a los franceses en los años del bloqueo a Buenos Aires en 1838, el Libertador los recibió en su hogar con toda deferencia y amabilidad. Al primero, por poco tiempo, porque se encontraba a punto de salir para los baños de Baden-Baden buscando alivio a sus dolencias; al segundo le dedicó más atención y aun le aguantó sus impertinentes ataques a don Juan Manuel de Rosas, a quien San Martín defendió.
¿Cómo pagaron aquellos aun desconocidos personajes -el vanidoso tucumano y el energúmeno sanjuanino- las amabilidades de su ilustre anfitrión? Pues confabulándose para armar una biografía calumniosa y ruin del Gran Capitán.
En efecto, a mediados de 1852, cuando aún no se había peleado entre ellos esgrimiendo las “Cartas Quillotanas” contra “Las Ciento y una”, vivían tranquilamente ambos en Chile, Sarmiento como siempre defendiendo los intereses chilenos contra los argentinos y el autor de las ”Bases” enriqueciéndose con su poderosa clientela de los comerciantes ingleses radicados en Valparaíso. Sarmiento -habiendo ya fallecido el Libertador aun no hacían dos años- toma la iniciativa y le propone la felonía a su compinche, ya que él no se atreve a asumir el costo público de denigrar al Padre de la Patria muerto y por tanto indefenso por si. Le escribe a Alberdi desde Yungay el 19 de julio y le dice: “…Desmadryl hace un Panteón de hombres célebres en Chile: la obra es acabada. Se necesita la biografía de San Martín y usted podría hacerla…”. Y le baja la línea argumentativa: “San Martín fue una víctima, pero su expatriación fue su expiación. Sus violencias, pero sobre todo, la sombra de Manuel Rodríguez, se levantó contra él y lo anonadó. Haga usted resaltara este hecho” (falsa atribución de la muerte del caudillo popular chileno). Tiene el Gran Capitán, agrega, “afinidades” con Rosas y le reprocha “el apoyo que prestó al tirano” por tener ambos “sentimiento de repulsión al extranjero” (no por defender la soberanía nacional…). El Ejército de los Andes se sublevó en Lima contra él, fantasea, porque había dado a sus soldados un “aire de condottieri” al despojarlos de “su bandera” (la argentina) (¿) “para izar las nuevas banderas de los estados libertados”. Y termina: “dejemos de ser panegiristas de cuanta maldad se ha cometido”, ya que San Martín fue “castigado por la opinión” (así llama al odio que le tenía el grupo rivadaviano), “expulsado para siempre de la América, olvidado veinte años….” “¿Se encarga usted del trabajo?”.
Pero el tucumano tampoco se anima contra la figura gigantesca del Libertador: no escribe, pero no porque no le gusta “escribir con condiciones impuestas”, como contesta enseguida a Sarmiento. Vive en un país que debe su Independencia a San Martín y sabe que sus diatribas no serán bien recibidas. Pero no renuncia a difamar al Libertador. Ya en Europa -adonde viaja en 1855 para radicarse en Francia como Encargado de Negocios de la Confederación Argentina urquicista- sin el valor moral necesario para exponer públicamente sus ideas antisanmartinianas, vuelca su inexplicable rencor en su escritura privada, que solo verá la luz póstumamente. Tanto en “Grandes y Pequeños Hombres del Plata” redactado en los años 1863/64, como en “El Crimen de la Guerra”, escrito en 1869 para intervenir en un concurso sobre el tema, se despacha onanística y solitariamente contra San Martín, repitiéndose en sus diatribas. Pone en duda la constancia patriótica del Libertador porque “es dudosa desde que dejó a la mitad su campaña y se vino a Europa donde perseveró veinte años en no ocuparse de su país” (calumnia desmentida documentadamente por Pérez Amuchástegui y Quattrocchi-Woisson). “San Martín no era genio sino entre mediocridades”, agrega, y alega como prueba que “empleó cinco años y tuvo a su servicio los medios de Chile y del Perú, y ni así consiguió arrebatar a los españoles las cuatro provincias argentinas del Alto Perú” (no menciona la causa: el sabotaje económico porteño de Rivadavia…). En “El Crimen de la Guerra” añade otras diatribas como que “San Martín siguió la idea que le inspiró no su amor al suelo de su origen, sino el consejo de un general inglés, de los que deseaban la emancipación de Sud América para las necesidades del comercio británico”. ¡San Martín acusado así de “agente inglés” tan luego por quien en 1838, en Montevideo, había estado al servicio de los agresores franceses! En otras páginas de sus Escritos Póstumos -que había ordenado destruir en su Testamento, pero fue desobedecido por su hijo, quien publicó todo- añade otras lindezas, como que “San Martín debe su fama a los tontos” (EP,X,308) o que “El culto a San Martín es el culto a la guerra, es decir, al crimen, a la barbarie” (EP, VIII, 203) o que el Gran Capitán “no solo libertó de carambola a su país, sino que libertó de él a la parte que ya estaba liberada” (EP, XI,38). En el Centenario del nacimiento del prócer, escribía con dura inquina: “Se hace de una mediocridad guerrera un Aquiles, un héroe de fábula, se le decora de cualidades que nunca tuvo y ya es objeto de un centenario inmenso” (EP,XI, 34). Juan Pablo Oliver llamó a estos juicios “la más venenosa biografía de San Martín jamás escrita”.
Así es como dos hombres, que quisieron en su juventud desmembrar y/o entregar el país al extranjero, juzgaban mezquinamente a quien nos dio Patria.
BIBLIOGRAFIA: 1)Vida de Sarmiento, de Manuel Gálvez; 2)El Legado de San Martin, de Mario Rosso; 3)El Verdadero Alberdi, de Juan Pablo Oliver; 4)Pro y Contra de Alberdi, de Luis Alberto Murray; 5)Alberdi y su tiempo, de Jorge M. Mayer; 6)Alberdi Póstumo, de Oscar Terán; Escritos Póstumos, de J.B.Alberdi; Pro y Contra de Sarmiento, de Luis Alberto Murray.
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