Quizás con el ánimo de disolver la idea de que el gobierno
de Cambiemos es de derecha, Federico Pinedo , presidente provisional del
Senado, aseguró el fin de semana al ser entrevistado en FM Milenium que Macri
había tomado algunas medidas de izquierda. Cosas tales como extender la
Asignación Universal por hijo para un millón de chicos más, las desgravaciones
impositivas para PYMes o pagarles el juicio a los jubilados son medidas que
buscan la igualdad, dijo Pinedo. En el mismo reportaje el senador identificó el
concepto de igualdad con la izquierda y el de orden con la derecha.
El tema no es para nada novedoso. Richard Nixon, quien había
hecho sus palotes en el macartismo como miembro del Comité de Actividades
Antinorteamericanas, una vez en la Casa Blanca se dio el lujo de restablecer
relaciones con la China de Mao Tse Tung en plena Guerra Fría, además de sacar a
Estados Unidos de la interminable guerra de Vietnam. En 1912 en nuestro país un
presidente conservador, Roque Sáenz Peña, impuso algo para la época tan
progresista como el sufragio universal (masculino), secreto y obligatorio, que
otro presidente conservador -Victorino de la Plaza, su sucesor- aplicó hace
ahora cien años, desafiando los disgustos fermentados en su propio grupo de
pertenencia. También se puede recordar que el presidente que más hizo en la
década del treinta para acabar con el fraude fue Roberto Ortíz, quien había
llegado al poder, precisamente, mediante elecciones fraudulentas (su
vicepresidente Ramón Castillo y una diabetes terminal, confabulados, le
impidieron completar la cruzada profiláctica, pero esa es otra historia).
Desde tiempos inmemoriales la palabra derecha tiene en la
cultura política argentina mala prensa, lo que ha llevado a unos cuantos
portadores involuntarios a esforzarse en gimnasias de despojo. Los rotuladores
la endilgaban con pretensión científica e indisimulado ánimo descalificatorio.
Como no existe un instituto que certifique la ubicación de cada cual en el
espectro político adecuado, el reparto es libre, algo que por ejemplo le
permitió en su momento al general Alejandro Agustín Lanusse declararse cómodo
en la centroizquierda. Por cierto que el Lanusse que va a declarar en el juicio
a los ex comandantes contra Videla y su doctrina de secuestros y desaparecidos
mal podría ser reducido a una categoría única de presidentes de facto. O de
vicepresidentes de facto, como lo fue Perón, alma mater de una dictadura, la
del 43, que tuvo su temporada pronazi, prohibió los partidos políticos, colocó
a un fascista al frente de la Universidad de Buenos Aires y hasta persiguió el
lunfardo en los tangos, pero que nunca fue vista como de derecha por los
calificadores de la historiografía veloz gracias a que también tonificó a los
sindicatos, creó el aguinaldo y el Estatuto del Peón y, lo más importante,
gestó el peronismo.
Tampoco a Menem en el peronismo lo llaman la derecha
partidaria. Significativa piedad. Muchos peronistas lo ubican allí, pero le
dicen neoliberal y lo tratan como si fuera extraterrestre, alguien que llegó a
su década quién sabe de dónde, y cuyo índice de peronismo en sangre poco
importa. La palabra derecha, que en los setenta estaba homologada dentro del
Movimiento, ahora se reserva para el oponente externo. Lo que evita tener que
encasillar a librepensadores como el ex ucedeísta Boudou, a los millonarios
tucumanos Alperovich y Manzur o al mismísimo Néstor Kirchner, quien en 1983
arengaba en Río Gallegos "¡Isabel, Isabel!", sin mayor suceso.
Durante los años del kirchnerismo, cuando se postulaba que
todo sería profundizado, se ahondó el vicio de la descalificación mediante
estampas. Se privilegió entonces al macrismo como "enemigo" (idea que
Cristina Kirchner acaba de renovar al decir que "el enemigo no es
Massa"). La lengua K no reconocía a Macri como emergente de la democracia
moderna: la palabra derecha, en cambio, fue el adhesivo que se usó para asociar
al PRO con el militarismo "genocida", es decir, lo más execrable de
la plaza. Aun hoy se verifica ese propósito en el cántico "Macri basura,
vos sos la dictadura" que los líderes que peinan canas (o se las tiñen)
dejan correr desde los palcos como si se tratara de una inocente travesura
juvenil de la fila del fondo.
Ahora bien, de esta remarcación corrosiva de derechistas
surgen dos interrogantes. Uno se refiere al verdadero arco ideológico del
sistema de partidos argentino, que incluso podría coincidir en parte con los
rótulos usuales. Pero el otro interrogante es previo: ¿hay un sistema de
partidos merecedor de las coordenadas izquierda-derecha?
Supongamos que uno se para en una esquina porteña e
intercepta a diez personas para preguntarles cómo se llama el presidente de la
Unión Cívica Radical, una de las principales fuerzas parlamentarias de la
Argentina. ¿Alguien sabría mencionar a Juan Manuel Corral? Y si se pregunta por
el presidente del Partido Justicialista, el partido más grande, ¿habría entre
diez transeúntes al menos uno que supiera responder José Luis Gioja?
Podría preguntarse, en cambio, qué hace en política un señor
llamado Daniel San Cristóbal. Lo más probable, se obtendría un muestrario de
caras de desconcierto. Nadie acertaría a decir que este chaqueño preside el
Frente Grande, partido que fue hasta el 10 de diciembre parte de la
"coalición" Frente para la Victoria. Aun más difícil sería hallar de
manera espontánea a quien supiera que el Frente Grande es el tercer partido político
del país, medido en cantidad de afiliados.
Según la Constitución los partidos son "instituciones
fundamentales del sistema democrático". Es evidente que algo no anda bien.
En la vida real, los partidos, lejos de ser los órganos de representación, no
tienen mayor importancia, salvo, cada dos años y para determinadas personas,
que generalmente son quienes se ganan la vida como apoderados partidarios o
como jueces electorales. Los políticos ya casi ni mencionan a los partidos.
Hablan de "espacios". Ellos mismos se dicen a gusto reconvertidos en
referentes espacistas.
La gran paradoja de la democracia espacial es que allí la
izquierda y la derecha no son lados ideológicos precisos sino derivados
estereográficos del marketing político. Que es marketing hidráulico: anclar al
otro en el flanco reaccionario ubica al calificador en el progresismo
glamoroso. ¿Y eso es bueno? Cuando se necesita fabricar una identidad, como fue
el caso del kirchnerismo tan contestatario como ágrafo y propenso a incubar
adoradores de las bóvedas, sí.
Es probable que Macri, a quien desde el campo académico y
entre observadores internacionales algunos ubican no en la derecha sino en la
centroderecha, haya adoptado últimamente medidas de tipo progresista
intercaladas con otras que no lo fueron. Pero en su mismo enunciado -por lo
menos el de las medidas citadas por Pinedo- se advierte que son paliativas,
reparatorias. El problema, en todo caso, es que por ahora las reparaciones no
necesariamente definen el derrotero de largo plazo.
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