Nochebuena por estos pagos es mucho más que el contraste
entre un Papá Noel abrigado para vivir en el Polo Norte y las altas
temperaturas de nuestro verano patagónico.
Las experiencias de infancia de nuestros papás y las
primeras fiestas de nuestros abuelos y bisabuelos pioneros hablan de cómo
cambió la vida cotidiana en apenas unas décadas.
Para rescatar algo de ese espíritu que todavía vive en las
sobremesas de madrugada, después del brindis y los regalos, compartimos ocho
anécdotas vividas en Roca, Neuquén, Chos Malal, Río Colorado, Viedma y la Línea
Sur rionegrina.
Desde finales de siglo XIX hasta la década del 80,
recordamos aquí algo de las fiestas, las cenas y los encuentros de los vecinos
y vecinas en la calle, al sur del mundo.
La Navidad de los peones y los bailes en los galpones del
ferrocarril
“Venidos del barrio de Congreso a los doce años, nosotros
llegamos a Jacobacci el 1º de diciembre de 1937”, contaba Nicasio Soria 58 años
después, en 1995.
“Aquellas fiestas de fin de año fueron francamente
inolvidables. Divididos en ‘baile social’ y ‘baile popular’, la gente danzaba en los galpones
del ferrocarril, donde se organizaban también las kermeses.
La llegada de los almanaques despertaba las emociones del
fin de año y su día a día transcurría en un negocio de ramos generales, en
cuyos depósitos se apilaban los cajones de sidra “El gaitero” y “Sagardúa”, que
procedían de España.
“Los tiempos, como la sidra, eran otros”, analizaba. “Un
peón rural cobraba setenta pesos mensuales y le alcanzaba para llevar a su casa
una botella de sidra y un pan dulce.
Entre criollos, inmigrantes e indígenas se componía la
población. En el caso de los indígenas, las fiestas generalmente los
encontraban en la esquila.
Un pino decorado con piñas brillantes y estrella de cartón
“Cada casa tenía su arbolito en el jardín o en una maceta.
La gente adinerada compraba adornos y bolas de vidrio, pero nosotros íbamos a
buscar una piñas chiquitas que daban los pinos, pasando la estación de
ferrocarril”, recordaba en 1993 don Leopoldo Baratta, vecino de toda la vida de
Bariloche, nacido en 1920.
El proceso era toda una artesanía: “las pintábamos con laca
transparente y las hacíamos rodar por purpurina dorada o plateada para que
quedaran brillantes”.
La ceremonia se completaba, por supuesto, con la estrellita
en la rama más alta, “que solía hacerse de cartón pintado”. Como parte de los
festejos, “antes de la medianoche íbamos a misa en la iglesia de la
Inmaculada”. Pero la picardía, cuenta, llegaba al momento de la cena. Como en
todas las casas criaban pavos o cerdos en el fondo, “muchas veces se comían
animales robados y no faltaba el que invitaba al vecino a comer de su propio
lechón”.
El cierre llegaba a pura música. “Se amanecía bailando en el
cine bar “Alegría” o en el de Sam Fuller, que ya no existen más o también en el
hotel Suizo, que se quemó”.
Como “no existía aún la pirotecnia, llegada la medianoche se
tiraban tiros de todo tipo de armas. Se armaba un tiroteo tremendo y los bichos
se espantaban, los caballos eran capaces de meterse adentro de las casa y los
perros... ni hablar”.
1984: un pino de la plaza decorado para Nochebuena
“Esta es la primera labor que realizamos con Astapro; somos
un grupo de 22 amigos que decidimos colaborar”, comentaban en 1984 los jóvenes
que vistieron con adornos uno de los pinos ubicado frente al antiguo edificio
de la municipalidad de Roca, sobre calle España, entre Mitre y San Martín.
Astapro era un taller de orientación laboral para
discapacitados. Juntos “habían preparado todos los elementos necesarios para
armar el árbol, que es muy alto, pero
la fuerte lluvia de la tarde del miércoles les impidió
realizar la tarea”, recuerda la publicación de “Río Negro” de esos días.
Entusiasmados, esperaron que la lluvia acabara y cumplieron
su objetivo al día siguiente, cuando tomaron esta foto que publicaron en las
páginas del diario impreso.
De la cena con vecinos a los bailes cerca del hotel
Confluencia
De las fiestas en Chos Malal, donde nació, Sara Bucarey
recordaba que participaba “todo el pueblo. Como era chico toda la gente se
juntaba.
Entre todos comprábamos una vaca y asado para todo el mundo. Empanadas para todo el mundo. Aunque no fuera del pueblo. Se hacía como una rambla y ahí se hacía la fiesta”.
Tras la mudanza a Neuquén capital, cuando esta recién nacía,
vivieron en una chacra, pero los vecinos se reuníanen el centro, cerca de lo que era el hotel Confluencia, para la celebración popular con baile y orquesta. “Teníamos orquesta con los ferroviarios,
porque el tren llegaba hasta acá”. Y se bailaba, los chicos no, “pero íbamos a
mirar. La orquesta tocaba de todo un poco, valses, tangos. Una vez vino una
gaita española.
Tocaba de lindo”, añoraba con nostalgia.
Sobre el menú, era igual que ahora, pero había más de
chacra: muchas verduras de
la huerta, pan dulce, pan con grasa, con chicharrones y
ollas grandes de clericó, con miel.
“No pasaba Papá Noel, pero igual mi papá siempre nos compró
cosas. Muñequitas, mucamitas de esas, eran lindas, de loza... Para Reyes sí
había regalos, vestiditos largos, con lazos anchos, puntillas, preciosos”.
Tiempos sin heladera y de carnear un chivito en el patio
“Más allá de la participación religiosa que tuviéramos, las
reuniones de Nochebuena y fin de año eran familiares, casi estrictamente”,
relataba Miguel Nomikos, evocando la década del 60 y principios del 70.
Distinta era la suerte de “los matrimonios recién venidos,
solteras, viudos, gente circunstancialmente sin familia”, en una Neuquén que
aún era una localidad en desarrollo, a la que llegaban muchos buscando
oportunidades.
Con Elvis y John Lennon de fondo, compartían el pavo relleno
y el chivito asado junto a los piñones, característicos de la mesa navideña
neuquina.
Las posibilidades hacían que los animales “se compraran
vivos y se engordaran en el patio de la casa grande elegida para recibir la
parentela. Y la convivencia del campo con el pueblo facilitaba tener a mano a
alguien práctico en el degüello y el ‘cuereo’”.
Sencillos, “para conseguir los pavos contaban con las
chacras de Valentina y Centenario. Para los chivitos, con el chivero Carol,
allá por ‘el puente de fierro’ sobre el canal grande, “como yendo por la
Olascoaga, pasando el cuartel de bomberos”.
“Era tiempo de muy pocas heladeras, pero estaban las barras
de hielo de Mafrici. Junto a las botellas, por encima del aserrín y tapando
todo la arpillera mojada, permitían acudir a los piletones por bebida fresca a
la noche”.
Después de las doce se visitaba a otras familias, y ante la
falta de pirotecnia, las armas eran
disparadas solo para hacer ruido, “hacia las bardas, que
estaban ahí nomas”, señalaba.
Los acompañaba la radio, a todo volumen para la hora
oficial, y la sirena de los bomberos y el pitar de las máquinas del
ferrocarril. El encuentro cerraba con la caravana de autos.
1881: el fin de año entre el Fuerte Roca y lo que hoy es
Cipolletti
“Transcurría el 24 de diciembre de 1881 y mientras la
cristiandad celebraba la tradicional fiesta de Nochebuena, el capitán Juan J.
Gómez, procedente del Fuerte Roca, avanzaba al frente de treinta hombres en
dirección a la confluencia de los ríos Limay y Neuquén para guarnecer al fortín
Primera División (Cipolletti)”, según transcribió en 1993 Héctor Pérez Morando,
del diario de viaje
de esos personajes de la historia.
Luego las mujeres invitaron a Gómez “a concurrir a un
modesto pesebre navideño levantado por ellas”.
La manzana de los salesianos, el punto de encuentro
“La manzana de los salesianos fue el centro de las fiestas
navideñas de los viedmenses durante buena parte de este siglo”, recordaba el
cronista de “Río Negro” en 1993.
En primera persona lo contaba en esos años Cándido Campano,
vecino de la ciudad.
A diferencia de lo que hoy sucede, en las primeras décadas
del siglo XX tanto Viedma como Patagones estaban cada una más ligada a su
propia vida rural que comunicadas entre sí.
En ese marco, las escuelas primarias, el hospital,
convocaban a diario a gran número de vecinos, que en diciembre estaban involucrados
en los preparativos de ese gran encuentro, que culminaba en la catedral
capitalina, con el pesebre viviente y el coro.
Los famosos bailes navideños en el barrio Buena Parada
Desde la década del 50 y por los siguientes 20 años, los
bailes del barrio Buena Parada de Río Colorado, vivieron su esplendor,
sobretodo para Navidad y Año Nuevo.
En una nota de 1995 recordaban que “se realizaban sobre
pista de tierra, dentro de una parcela rodeada de tupidos tamariscos.
Ubicada al aire libre, la pista era barrida y regada
constantemente antes de cada baile, para arrebatarle el polvo suelto.
“Al principio no tenían ni mesas ni sillas, por lo que les
pedían a las familias que cada una se trajera sus asientos. “Fue lindo ver como
todas las familias del barrio aparecían rato antes de comenzar el baile con
esos bancos largos y rústicos”, recordaba Ernesto González, uno de los
propulsores. El club barrial organizaba todo, para juntar fondos.
Algunas lámparas eléctricas de colores, alimentadas por
corriente continua, adornaban el lugar, alrededor del precario escenario,
construido sobre antiguos cajones de cerveza. Desde allí las orquestas animaban
la reunión.
Publicado en Diario "Río Negro", 24 de diciembre de 2017.-
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