Una cisterna destruida.
En Moreno al 500 encontraron la mayor cisterna de lluvia de la ciudad, una pieza ya rara de dos siglos o más. Era del caserón de Rosas, pero molestaba para hacer catorce pisos con cocheras en pleno casco histórico. Y fue destruida con excavadoras.
Es un clásico de fin de año, el de la demolición artera y a contramano, la del desastre en una obra que no cumple la ley. Es como si el calor y las fiestas le hicieran sentir a los profesionales del rubro que van a zafar mejor, que nadie mira. Este año, la tradición se repitió de una manera más complicada y matizada, como para demostrar la debilidad de las leyes vigentes, la placidez hacia los especuladores y la demencial falta de conciencia de que perdemos todo nuestro pasado. El episodio fue denunciado por las redes patrimonialistas porteñas y consiste en la destrucción sin más de un sitio arqueológico de primera agua en pleno APH1, enfrente a la manzana de las Luces, en el área más vieja de esta ciudad.
Como se ve en las fotos, lo que ocurrió es que andan cavando para hacer un edificio en altura a mitad de cuadra de Moreno al 500, entre Bolívar y Perú. De la vereda de enfrente se puede disfrutar de un frente de la Manzana y del lateral del Nacional Buenos Aires, edificios históricos por excelencia. Justo al lado del lote en obra hay un edificio tan desangelado que uno se pellizca para creer que un profesional que fue a la facultad y estudió años haya podido diseñar algo tan feo y mediocre. El edificio es tan anodino que hay que mirarlo bien para notar que no es un garage en altura sino algún tipo de oficina... El futuro vecino no es mucho mejor, apenas otra muestra la pereza intelectual del diseño en nuestro país.
Pero resulta que este terreno tiene historia propia, y cuánta. Era la casa particular de los Ezcurra en la ciudad, con lo que efectivamente fue la casa de gobierno del país en esa época porque ahí vivía Juan Manuel de Rosas y el fuerte ya no se usaba más que como cuartel. Después de Caseros, esta propiedad también fue expropiada al “tirano sangriento” y terminó siendo sede de varios organismos bonaerenses y residencia del gobernador hasta que se fundó La Plata.
El caserón llegaba por entonces a la esquina de Bolívar y era una de esas casas del criollo español cómodas, simples en sus líneas, capaces de abarcar familias enormes, de las que entenaban primos pobres y chicas casaderas. Por supuesto, que esto es Buenos Aires, todo fue cayendo ante la piqueta y el caserón desapareció excepto por el objeto destruido esta semana. Como la casona era tan grande, enterrada en lo que debió ser el segundo patio seguía la cisterna de agua de los Ezcurra, una pieza ya rarísima en la ciudad. Estas cisternas se usaban para juntar agua de lluvia en una urbe que no tenía agua corriente, apenas aljibes y aguateros. Como construcciones eran bella y hábiles, pozos con forma de olla revestidos con ladrillo plano y revocados con una tierra romana durísima e impermeable. Como las cisternas en los “campi” venecianos, las porteñas reunían el agua que caía de los techos al patio y solían tener sus sapitos y tortugas residentes.
Nada de esto le importó al especulador de turno, que mandó las excavadoras al frente y se cargó esta cisterna, la mayor encontrada en la ciudad. Los denunciantes contaron que el área de Arqueología y Paleontología se comunicó con la profesional a cargo de la obra, que no pareció muy preocupada por el tema. Pese a que la excavación está a doscientos metros lineales de donde se fundó esta ciudad, todo indica que nadie tuvo en cuenta el aspecto arqueológico a la hora de sellar los permisos de obra. Esto es grave, porque el APH 1 abarca San Telmo y Montserrat, con lo que se supone que protege el conjunto de edificaciones más viejo que nos queda, con lo último del siglo XVIII.
El despliegue de ignorancia de los “emprendedores” o “empresarios” que están haciendo esta obra contrasta violentamente con el destino de otra cisterna encontrada cerca de ahí, en México entre Perú y Bolívar. Hace unos años la papelería Wussmann compró una vieja imprenta que tomaba la planta baja de un caserón de la primera mitad del siglo 19. El lugar supo de ser de fuste, con cocheras y patios, escalera de mármol y marqueterías que sobrevivían aquí y allí. César Menegazzo Cané, creador de Wussmann, hizo un espléndido trabajo de recuperación y, cavando, encontró la cisterna en el patio trasero. En lugar de taparla o destrozarla, como los de la calle Moreno, cavaron alrededor creando un pequeño subsuelo y taparon el conjunto con un gran vidrio blindado. Entrar al local implicaba caminar, fascinados, por encima de este raro objeto construido, que hasta se podía visitar bajando unos escalones.
Claro que para entender estas cosas hay que tener algo más que un título habilitante y ganas de facturar rapidito. Hay que tener un poco de buen gusto y de patriotismo histórico, cosas raras de los especuladores no entienden.
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