Moreno (Buenos Aires)
A gritos, decenas de mujeres se llaman por nombre y apellido al lado de las vías del tren en Moreno, una de las ciudades de la periferia oeste de Buenos Aires. Cuando se encuentran, intercambian bienes pactados de antemano. Un calzado deportivo por una botella de aceite y un paquete de pasta, unos pantalones por media docena de huevos y un kilo de azúcar, una camiseta de Boca Juniors por yerbamate y leche. Como ya ocurrió en la grave crisis económica de 2001-2002, cada vez más argentinos han vuelto a recurrir al trueque en los últimos meses. Las causas son la caída del trabajo informal que sustenta la economía de los hogares más pobres y una inflación galopante que puede superar el 40% en 2018 y ha llegado a duplicar en sólo seis meses el precio de alimentos básicos como la harina.
Claudia Navarrete, madre de cuatro hijos, se quedó sin trabajo como empleada doméstica cuando se embarazó del último, el año pasado. "Laburé hasta el octavo mes de embarazo. Luego no pude más. Me levantaba a las cinco para entrar a las ocho y volver de noche, y no me esperaron. No encontré otro laburo porque ahora te dicen que no, que se arreglan solas, la situación está muy mal", comenta esta mujer con un par de camisetas en la mano que cambiará por leche para sus hijos.
Navarrete viaja 45 minutos en autobús para llegar puntual, cada viernes, a las dos de la tarde, a esta feria de trueque que crece semana a semana. Para mujeres como ella, el trueque es esencial ante la falta de otro ingreso que no sea el subsidio estatal. Para otras, la feria es una forma de contribuir a la economía familiar. "La situación actual no me afecta tanto porque mi marido trabaja y sólo tenemos una hija, pero acá vemos gente que la está pasando muy mal. Da mucha impotencia cada vez que uno va al súper y ve que la harina, el aceite, los huevos volvieron a subir", dice Marisol Alonso, una de las organizadoras del club de trueque de Moreno.
Habituados a las recurrentes crisis económicas, los argentinos han desarrollado múltiples estrategias de supervivencia. El trueque pasó a ser una más en 2001, cuando el desempleo superó el 20% y una de cada dos personas quedó bajo la línea de la pobreza. Ambos indicadores son ahora mejores que en aquel momento -9,2% de desempleo y 28,7% de pobreza- pero las ferias de intercambio llevan meses en auge. "Cayó mucho el trabajo. Soy repostera y el año pasado tenía que suspender pedidos. Ahora tengo como mucho tres pedidos por mes", cuenta Andrea Bartolomé, quien intercambia ropa que ya no usa y budines por azúcar, harina y aceite que su madre carga en el carrito de la compra.
A diferencia de hace 17 años, cuando el uso de Internet estaba poco extendido, ahora gran parte de las transacciones se pactan de antemano por las redes sociales. En Facebook hay más de una treintena de grupos de trueque. En Moreno funcionan al menos cuatro, que tienen entre 5.000 y 20.000 miembros. Cada usuario publica lo que quiere ofertar y lo que pide a cambio y si encuentra alguien interesado se ponen de acuerdo y se buscan después con carteles y a viva voz el día y la hora acordadas. "Si hay tres inasistencias consecutivas son silenciadas y pueden ser bloqueadas por una semana", explica Alonso.
Más del 90% de los que compran y venden son mujeres. Los pocos hombres que participan de la feria de trueque se mantienen en los márgenes, viendo desde fuera como los productos cambian de manos. Son, en su mayoría, hijos o parejas que ayudan a transportar la mercancía intercambiada. "La presencia de la mujer en todo lo que es comunitario es predominante. En las organizaciones, en los comedores, en el trueque... Son ellas las que lo sustentan, sobre todo en lo más extremo, que tiene que ver directamente con el hambre", dice por teléfono Daniel Menéndez, referente de la organización social Barrios de Pie, que hace unos meses relevó 25 ferias de intercambio en la zona metropolitana de Buenos Aires.
"El trueque volvió fuerte como una realidad masiva desde principios de año y tiene que ver con la crisis económica. Aumentó mucho el precio de los alimentos y disminuyó el trabajo informal. En esta situación compleja se recurre a mecanismos alternativos para conseguir alimentos, pañales y cosas que hacen falta", señala Menéndez. "La magnitud es menor que en 2001, pero tiene unos niveles organizativos mayores", compara.
Las mujeres tienen una hora para presentarse, buscarse las unas a las otras e intercambiar los productos acordados. Cerca de la hora del cierre, las organizadoras cantan y muestran algunas prendas que no encontraron comprador online por si aparece alguno a última hora. Luego pliegan los carteles con los nombres, colocan las bolsas en los carritos de las compras y se despiden hasta la semana que viene.
Publicado en Diario "El País" (España), 9 de octubre de 2018. Foto del mismo medio.
Cuadro de imagen: BLOG DE LA PATAGONIA.
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