El “Gringo”. Episodio I.
Nacido el 11 de octubre de 1846 en Buenos Aires, Carlos Enrique José Pellegrini fue uno de los grandes políticos argentinos del siglo XIX. Vinculado a una tradición industrialista de la ciudad de Buenos Aires, defendió con ardor, hasta cuanto pudo, la idea de sacar a la Argentina de su lugar como la “Granja Grande” de la Colonia. Pero al final, cada impulso patriótico dio lugar a la comodidad que daba la función pública. La mala salud de sus últimos quince años, aquejaron también su independencia de criterio, y terminó sumido a Roca, con quien formó una sociedad histórica, hasta romper con el viejo zorro en su última etapa..
JUVENTUD.
Como todos los de su generación, combatió valientemente en la guerra del Paraguay. Se destacó en Tuyutí, y en otras batallas, para finalmente volver a Buenos Aires por una enfermedad. En 1869 se recibe de abogado, en lo que fue la más destacada promoción de estudiantes de la historia de la UBA: Alem y Del Valle entre ellos, Pedro Goyena, Juan José Romero, Mariano De María, el propio Victorino De La Plaza (en 1868) etc. Todos van a ir a formar espacio en el partido Autonomista de don Adolfo Alsina y a cumplir brillantes carreras políticas. Pellegrini se inicia en el ministerio de Hacienda, ocupando una subsecretaría en pleno gobierno de Sarmiento. ¡Les estoy tirando una caterva de nombres para que se den de culo al suelo!.
Desde un primer momento apuesta a la industrialización del páis, y anda entreverado en la fundación del Club Industrial con Rafael Hérnandez, Osvaldo Magnasco, y el espaldarazo de Vicente Fidel López. Su carácter franco y abierto le ganaba amistades por doquier: De La Plaza, Miguel Cané, el propio Aristóbulo, Dardo Rocha, Martín Yrigoyen -el hermano de Hipólito- lo apreciaban, y mucho. Y aunque intentó y buscó su amistad con Alem, éste se mantuvo apartado de esas sensualidades que tiene el poder.
Amén de su histrionismo, su bagaje intelectual, y su elocuencia, el “Gringo”, como se le decía por ser hijo de una inglesa y un ‘tano’, por su manejo de varios idiomas y por su tez, gustaba del juego y el buen vivir. Era, lo que diríamos hoy, un “dandy”.
Tras dos intentos frustrados, Pellegrini accede a una diputación nacional en 1874. Allí su primera “muñequeada”.
Un fraude escandaloso de esos que podríamos dar cátedra los argentinos se sucede para evitar la victoria presidencial de Mitre en ese ’74. Adolfo Alsina lo ha preparado, para armar con Nicolás Avellaneda una presidencia donde él fuera Alma y Sangre. Sarmiento, presidente, con tal de perjudicar a Mitre, avala todo. Monseñor Aneiro, electo por la lista alsinista, renuncia ante tamaña inmoralidad. Y acto seguido, le sigue Pellegrini.
Alsina podía llegar a creer que al cura le diera un ataque ético, pero, ¿¿al Gringo??. Averiguó en que andaba el joven y se enteró: Con la ayuda de alguno de sus viejos compañeros, buscaba el Gringo armar una futura Presidencia con Avellaneda, Mitre su puntal, y Pellegrini ministro. Si fuera cierto, o no, Alsina actuó en consecuencia, y desbarató la intentona.
Es que al alsinismo le empezaban a pesar los años de ser Gobierno, y el desencanto de la población había tornado a Mitre, ¡A Mitre!, al Redentor Popular del Porteñaje: Y con tal de perjudicar a Sarmiento, el pueblo porteño era capaz de esas cosas.
ALSINA.
Diputado Nacional en el período 74/78, Pellegrini hace gala de su erudición, sus piezas oratorias, y sus conocimientos económicos. Esa generación promisoria de jóvenes amparados por Alsina se van haciendo un lugar propio, haciendo a un lado al viejo caudilo de los piringundines.
El putañero compadrito de las orillas, pero tratado como un Señor Conservador, ha llegado al fin de su ciclo. Como jefe partidario y caudillo puede imponer presidentes, gobernadores, y ganar elecciones. Con su oratoria impresionante, y sus manejes de político consumado, ganar debates parlamentarios, impresionando a la barra, y evitar perder votaciones legislativas. Lleva tras su mochila un apellido ilustre y una gobernación bonaerense: ¿Qué le falta para gobernar la Nación?.
En ese emporio mercantil que era Buenos Aires, no le sobraba nada. Lo que le faltaba era liderazgo nacional en las provincias. Antimitrista pero porteño al fin, carecía, establezco yo, de un propósito nacional genuino para ganarse el favor de “los de adentro”. Podía llegar a la Presidencia. Claro que sí. Asegurarse Buenos Aires y pactar con los distintos gobernadores, que por otra parte le debían los cargos, y el trampolín era sencillo. Pero Alsina no presidía la República. Y su tacto no quería dañar la reputación y el orgullo de quien verdaderamente lo era. Aunque fuera un amigo de toda la vida. Reitero algo expresado anteriormente. Alsina tenía todas las actitudes de un caudillo popular. Pero en su espíritu, seguía siendo un unitario porteñista que entiende que las cuestiones de la Nación se resuelven en un Club de Buenos Aires. No le daba el sentimiento, para ir más allá.
La impopularidad de nueve años de gobierno y el preocupante cisma en el seno de su partido, lo tienen a mal traer también. El joven ministro bonaerense, don Aristóbulo del Valle, es cabeza visible de la oposición interna. Pero don Adolfo sabe quien detrás del cisma: Alem, Dardo Rocha y Carlos Pellegrini. Busca contentar a Del Valle con una senaduría nacional, y arriesga presentándose como candidato a gobernador. Perdería, entonces, el manejo de los hilos de las situaciones provinciales (seguramente en la persona de un petizo del cual desconfía: Roca) Del Valle se contacta con este joven general, y el Jefe autonomista trina, pero no de furia, ¡de angustia!.
Con la juventud autonomista de los hijos del Rosismo que agitan banderas de renovación política, libertad electoral y nacionalismo económico; Con Bernardo de Irigoyen deleitándose como estadista en la Cancillería; Con Iriondo en Santa Fe; Con Julito Roca en Cuyo queriendo abrirse camino sin él, y hasta contra él, no le quedó otra que buscar al adversario de siempre, para entenderse, y socavar todos los impedimentos a su futura presidencia.
Ha muerto don Juan Manuel en Southampton. Sus familiares harán misa en su recuerdo. Se arma el considerable repudio de la gente bien. Se rechaza la posibilidad y, en cambio, se hará una misa en honor a los que murieron contra él. El hijo del mártir de Metán preside la República, el hijo de Alsina, y Mitre se encuentran: Se dan un abrazo histórico, y a la mier… coles. ¡Conciliación!.
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