Se cumplen dos décadas desde que el gobierno de Fernando De la Rúa dio a conocer el resultado del plan de rescate de bonos por casi u$s30.000 millones. Luego, vendría el "déficit cero" y el "nuevo Cavallo".
Domingo Cavallo vuelve a ser noticia en estos días cuando se cumplen 20 años (3 de junio 2001) desde que el gobierno de De la Rúa dio a conocer el resultado del plan de rescate de bonos a cambio de pagarés y otros instrumentos financieros por u$s 29.477 millones. Dos semanas después, anunciaba una nueva medida para estimular la economía: el “factor de convergencia” para el comercio exterior. Éste buscaba abaratar las exportaciones y encarecer las importaciones vinculando el valor del dólar (equivalente al peso) a la cotización de la moneda comunitaria europea, el euro.
En este marco se da el “segundo giro” de Domingo Cavallo en 3 meses que comienza por la regla de déficit cero que anunciaría a comienzos del mes de julio de 2001. Dado que los “planes de competitividad” y el “nuevo Cavallo” no estaban logrando demasiado éxito en su proyecto de reactivar la economía, y que el FMI comenzaba a enviar señales de que no apoyaría los canjes de la deuda, el ministro de Economía giraba raudamente hacia la ortodoxia fiscal. Tuvo que recalcular, y ceder ante las demandas de aquellos que no respondían positivamente al espíritu del primer plan. Hay que destacar que el presidente De la Rúa no enviaba señales claras ni orientaba a la opinión pública. Domingo Cavallo era el encargado de comunicar todos los movimientos de la política económica.
La oposición peronista, después del “escándalo de la Banelco”, tuvo una postura ambivalente frente al gobierno. Apoyó la ley de “déficit cero”, que contaba con una justificación interesante: según Mora y Araujo, la opinión pública en los estudios cualitativos “apoyaba la medida” (comunicación personal, realizada entonces). El justicialismo, por momentos, parecía ser el primer sostén del gobierno: en las elecciones de octubre de ese año, que ganó, los candidatos peronistas tenían mensajes más constructivos que los oficialistas. Sin ir más lejos, en la ciudad de Buenos Aires el Partido Justicialista estuvo representado por Daniel Scioli como primer diputado en la lista que llevaba como senador a Horacio Liendo (h), del partido de Cavallo, Acción por la República.
Esa alianza entre el PJ y el cavallismo se llamó “Unión por Buenos Aires”, y tenía la característica de que apoyaba al Ministro de Economía mucho más que la lista de la Alianza, que encabezaba el ex Jefe de Gabinete Rodolfo Terragno, a esta altura casi un opositor. [1] El peronismo porteño estaba ahora representando por el partido “Nueva Dirigencia”, de Gustavo Béliz. Y la hasta entonces aliancista Elisa Carrió, que había decidido romper con su gobierno tras la designación de Cavallo como ministro –y, sobre todo, tras la votación de sus poderes especiales de emergencia en el Congreso- ahora formaba un partido nuevo, el ARI, que ya se había pasado a la oposición.
Lo que sucedía en la oferta de candidatos de la Ciudad de Buenos Aires era un indicador de la grave fragmentación política que estaba originando la tecnocratización. El estallido de la Alianza, que ya se había producido en el seno del gobierno, ahora estaba llegando cual ola expansiva al sistema partidario. El alfonsinismo, el frepasismo, el radicalismo universitario y ahora la diputada Elisa Carrió estaban dejando el oficialismo.
Carrió, aunque no era candidata, formó una alianza electoral con el Partido Socialista y otros dirigentes de centroizquierda provenientes de la Alianza que se desilusionaban de tener a Cavallo como ministro de su gobierno. Para ellos, Cavallo no solo era un tecnócrata que los había desplazado del gobierno. Era, también, la menemización de la Alianza. La razón de ser de la coalición entre la UCR y el Frepaso, su espíritu progresista, era la oposición al gobierno de Carlos Menem. Y con la incorporación de su otrora ministro estrella, la razón de ser de la Alianza ya no estaba disponible.
Esta división se daba también en la provincia de Buenos Aires. Allí Raúl Alfonsín, el líder más importante del radicalismo, no se animaba a enfrentar abiertamente al presidente De la Rúa, tal vez por un sentido de prudencia política. Pero sí lo hacía con Cavallo. Una de las cuestiones que se había planteado era la posibilidad de que el cavallismo se sumase formalmente a la Alianza gobernante. Y tanto Federico Storani, el ex ministro del Interior, como Raúl Alfonsín, candidato a senador por la provincia más importante, se negaron “rotundamente” a incorporar a dirigentes del partido de Domingo Cavallo a las listas de la Alianza en ese distrito. Alfonsín había amenazado con renunciar a su candidatura a senador nacional si se abrían negociaciones con el cavallismo.
El contexto de la reacción de los alfonsinistas era el aparente ofrecimiento de Fernando de Santibañes –ex jefe de la SIDE y operador político de Fernando de la Rúa– a la cavallista Alejandra Sturzenegger (concejala de La Plata por Acción por la República) del segundo lugar en la boleta de senadores que iba a encabezar Alfonsín. “Yo prefiero incluso quedar en un piso, que voten los radicales nada más, antes que el pueblo argentino sienta que estamos vinculándonos con una expresión de derecha”, declaró entonces Alfonsín. Storani agregó, poniendo de manifiesto todas las contradicciones que estaban allí presentes: “Una cosa es llamarlo [a Cavallo] por la emergencia económica y otra distinta es pretender que compartimos una cantidad de valores que hacen a un cuerpo de ideología mucho más fuerte, como para conformar listas comunes”. La situación era especialmente confusa porque Cavallo estaba negociando, en paralelo, con Duhalde para la incorporación de dirigentes de Acción por la República en la lista del PJ bonaerense.
También había reclamos cruzados en el bloque de diputados de la Alianza, cuyo presidente seguía siendo el frepasista Darío Alessandro. El Frepaso había abandonado el Ejecutivo, no así la coalición, que perduraba desde el Congreso. Pero se trataba de una pertenencia crítica, y que pedía retorno. Mientras Alfonsín se negaba a la incorporación formal del cavallismo al gobierno, Alessandro reclamaba el retorno del Frepaso al gabinete: “El Frepaso está dentro de la Alianza y está apostando a que al Gobierno le vaya bien, pero debe tener una presencia mayor en el Gobierno, no para ocupar un sillón sino para que su voz sea escuchada y para tener fuerza en el momento de las decisiones”. Las crónicas aseguraban que el Frepaso quiso sumarse al Gobierno cuando llegó Cavallo, pero no logró ponerse de acuerdo sobre el cargo.
La situación comienza a entrar en una fase de disyunción en el mes de noviembre, tras los resultados electorales y la evidente fragmentación partidaria que ponía de relieve la insustentabilidad política del gobierno de Fernando De la Rúa. Estaba por delante la reestructuración de la deuda pública (canje de bonos por nuevos papeles globales pagaderos en 2008, 2018 y 2031) pero se temía un fracaso de esta operación fundamental para que el país no cayese en default. Ante el temor generado entre los tenedores internacionales de la deuda de que la reestructuración fuera compulsiva, tal como se había hecho con los bancos argentinos, De la Rúa anunciaría que la misma sería “voluntaria”. Mientras tanto, el riesgo país se disparó a 2.121 puntos básicos. El canje finalmente comenzó el 1 de noviembre y en un solo día, el riesgo país subió 400 puntos, hasta llegar a superar los 2.500 puntos básicos.
Bancos locales y gobernadores darían señales de apoyo pero ya nada parecía disipar el temor a la bancarrota de la Argentina. Domingo Cavallo y De la Rúa pedían ayuda a Estados Unidos, pero era un momento poco propicio: hacia menos de dos meses, Estados Unidos había quedado conmocionado por el atentado terrorista en Nueva York, reivindicado por Al Qaeda, y el gobierno federal encabezado por George Bush no estaba demasiado dispuesto a realizar un salvataje internacional en ese marco.
Las declaraciones de Eduardo Duhalde, jefe del peronismo bonaerense, anticipaban un “desastre”. Las calificadoras de riesgo opinaban que el gobierno de De la Rúa iba a fracasar en su plan de reestructurar la deuda. Todo lo cual contribuyó al incremento incesante de la tasa de riesgo país publicada por J.P. Morgan. A lo largo de noviembre el Ministerio de Economía siguió tratando de reestructurar la deuda, que era el terreno en que parecía jugarse el futuro de la economía argentina. Los bancos locales ya habían “aceptado” reestructurarla, y abrieron sus puertas a bonos de bajo valor. Los gobernadores de Córdoba y Santa Fe finalmente aceptaban el “pacto fiscal” que les imponía el gobierno. Pero el problema, ahora, estaba afuera: el FMI rechazaba convertirse en el garante de la reestructuración, el riesgo país alcanzaba niveles altísimos, la convicción de un default inminente empujaba a los ahorristas a dolarizarse y retirar sus fondos de los bancos.
La crisis se espiralizó: Domingo Cavallo diseñaba y anunciaba el famoso “corralito” bancario, que implicaba un congelamiento de depósitos por 90 días. Argentina lograba cubrir sus vencimientos de deuda el 14 de diciembre, pero el gatillo de la crisis era social: tras dos semanas de “corralito”, y con el efectivo retenido, comenzaron los saqueos y la desesperación. Estallo la violencia y el estado de sitio. Fernando De la Rúa renunció y se fue en el ya célebre helicóptero presidencial que despegó desde la terraza de la Casa Rosada, dejando tras de sí un país en llamas.
(*) Profesor de Posgrado UBA. Máster en Política Económica Internacional, Doctor en Ciencia Política, autor del libro “2001, FMI, tecnocracia y crisis”. TW: @PabloTigani
[1] Ver Le Monde Diplomatique, octubre de 2001, núm. 28, “Quiero votar y no tengo a quien", por Marta Vassallo.
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