¿Típico golpe militar latinoamericano o revolución regeneradora? ¿Fue una Marcha sobre Buenos Aires, como remedo de la Marcha sobre Roma de 1922, o un levantamiento armado con genuino compromiso patriótico? Estas y otras cuestiones sobrevuelan al analizar la Revolución del 4 de Junio de 1943. Golpe militar que, para algunos, cortó la posibilidad de un triunfo de fuerzas progresistas, enroladas en un Frente Popular, para continuar con el status quo imperante, mientras que para otros significó la carta de defunción del Antiguo Régimen de la Concordancia y Robustiano Patrón Costa, puntales de la Década Infame, para desarrollar un régimen nacionalista católico que prevalecería al decadente liberalismo local.
María Sáenz Quesada, en 1943: El fin de la Argentina liberal. El surgimiento del peronismo (2019), describió como era el país antes del golpe. La importancia de la Argentina antes de la II Guerra Mundial, su riqueza cultural, expansión educativa y potencial económico, con empleo, industria por sustitución de importaciones, sobre todo en los años finales del gobierno de Agustín P. Justo y el inicio de la administración de Marcelino Ortiz, que depuró las prácticas del uso masivo del fraude, interviniendo el gobierno bonaerense de Manuel Fresco y condenando la corrupción. Su enfermedad, y reemplazo por Ramón Castillo, retrotrajo la situación al inicio de la Década Infame, donde la elite gobernante no se regeneró y el sistema político perdió validez, víctima de sus propios males.
El golpe de 1943, según Sáenz Quezada, ocurrió como reacción a que en las elecciones de 1943 pudiera triunfa un Frente Popular o Unión Democrática que incluyera al comunismo. Y que la idea de dichos militares fue imponer un ideal nacionalista antiliberal, reeducando a los argentinos para imponer el “ser nacional”, donde el catolicismo uniforme a la sociedad y evite el auge del marxismo.
En sintonía con ese análisis, Loris Zanatta en Perón y el mito de la nación católica: Iglesia y Ejército en los orígenes del Peronismo (1999) afirmó: “El 4 de junio de 1943 la Iglesia alcanzó el poder, la expresión sonará paradójica, tal vez provocativa. Y sin embargo es fundada. La revolución militar fue para ella el esperado evento que ponía fin para siempre al largo período de la hegemonía liberal y abría de par en par el camino a la restauración “argentinista”, o sea, “católica”… la institución que se había apoderado del poder en 1943 era la que la propaganda católica definía familiarmente como el Ejército cristiano. Su intervención coronaba la larga marcha de la reconquista cristiana de las fuerzas Armadas. Y, a través de ellas, del Estado. Era la desembocadura natural de la vía militar al cristianismo”.
Más allá del apoyo de FORJA y los yrigoyenistas, para el nacionalismo católico el golpe fue suyo. Me autocito en La Otra Historia (2012), coordinada por Pacho O’ Donnell, donde señalé: “La Segunda Guerra Mundial y la Revolución del 4 de junio de 1943 los tuvo como protagonistas. De la primera como sostenedores de la neutralidad o, algunos más audaces, en apoyo al Eje. De la segunda como ideólogos y colaboradores. La asonada militar tuvo a nacionalistas católicos en el gobierno”. Nombres como Gustavo Martínez Zuviría (Hugo Wast) como ministro de Instrucción Pública y, posteriormente, director de la Biblioteca Nacional; Jordán Bruno Genta, interventor de la Universidad del Litoral; José Ignacio Olmedo, interventor en el Consejo Nacional de Educación; Alberto Baldrich, interventor en Tucumán; David Uriburu, interventor en Corrientes; Federico Ibarguren, comisionado municipal de la ciudad de Tucumán; entre otros, patentiza la adhesión del nacionalismo, apoyando las medidas de incorporación de la enseñanza religiosa en las escuelas, la disolución de los partidos políticos y el mantenimiento de la neutralidad.
El recientemente fallecido Arturo Pellet Lastra, en Los golpes de palacio en los gobiernos “de facto” (2007) y en El 43 (2013), refirió que entre junio de 1943 y marzo de 1944 se sucedieron cuatro “golpes” de Estado: la denominada “Revolución del 4 de junio de 1943”, que llevó tres días al poder al general Arturo Rawson; el golpe del 7 de junio, que lo derrocó y lo reemplazó por el general Pedro Pablo Ramírez; un poco recordado y “mal investigado” contragolpe ocurrido el 12 de octubre del mismo año, “que colocó cien días en el poder al nacionalismo católico”, y, en fin, tras la ruptura de relaciones diplomáticas con el Eje, un último golpe el 25 de febrero de 1944 que llevó al poder al general Edelmiro J. Farrell e “instaló en el poder, primero de facto y luego constitucional a Juan Domingo Perón”.
Dicho golpe de Estado fue motorizado a través de la logia militar GOU (Grupo Obra y Unificación o Grupo Oficiales Unidos), donde convivían sectores cercanos a los Aliados (aliadófilos), y otros admiradores del III Reich o simplemente que no buscaron enrolarse en los bandos en pugna (neutralistas). Las dos denominaciones del GOU corren a la par,
indicando Robert Potash que corresponde la primera, mientras que Fermín Chávez se decantó por la segunda como verdadero nombre de la logia.
Ante la inminencia del triunfo, posiblemente por fraude, del conservador salteño Robustiano Patrón Costa, el GOU proyectó un alzamiento armado, que se concretó cuando la Convención del partido Demócrata Nacional pensó proclamar oficialmente la fórmula presidencial. Existió, en los días previos, malestar en las fuerzas armadas por el apoyo gubernamental a Patrón Costa, y eso se evidenció en la renuncia del ministro de guerra, general Pedro Pablo Ramírez, el que inmediatamente fue tentado por sectores del radicalismo a presentarse como candidato a presidente, pero pudo más el impulso armado del GOU.
A través de Gontran de Güemes en Así se gestó la dictadura (1956); Rogelio García Lupo en La rebelión de los generales (1962); Juan V. Orona en La Logia Militar que derrocó a Castillo (1966); Félix Luna en El 45 (1968); y Marysa Navarro en Los Nacionalistas (1968); Horacio Casal en La revolución del 43 (1971); Fermín Chávez en Perón y el Peronismo en la Historia Contemporánea (1975) y Robert Potash en Perón y el GOU (1984), más los citados Sáenz Quezada, Zanatta, Pellet Lastra y un servidor, entre muchas obras, se puede estudiar dicho régimen desde diversas perspectivas.
Dicha “revolución” no evitó contradicciones por coexistir distintos proyectos en pugna, amén del avance del coronel Perón. Los nacionalistas católicos, inicialmente, vieron en él un defensor de la Doctrina Social de la Iglesia. Pero desconfiaron del pulso modernista, plebeyo y herético del naciente peronismo, sumando fuerzas sindicales, sectores industriales y nuevos actores políticos, en pos de un modelo inclusivo, de perfil antiimperialista y de liberación, lo que llevaría a futuros enfrentamientos y una cerrada oposición, siendo este movimiento militar, para el citado coronel, el puntal en la construcción de su proyecto nacional.
*Licenciado en Ciencia Política. Secretario del Instituto Nacional Juan Manuel de Rosas.
Publicado en Diario "La Prensa", 6 de junio del 2021.
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