7 de junio de 1821: A casi un año de la muerte de Belgrano, el salteño Manuel Antonio de Castro (abogado, periodista, gobernador de Córdoba [1817-19], Presidente de los Congresos Constituyentes de 1819 y 1826) escribe esta semblanza del Prócer :
“(…) Yo observé en el general Belgrano tres calidades que principalmente formaban su mérito: patriotismo absolutamente desinteresado, contracción al trabajo y constancia en las adversidades. En prueba de lo primero citaré los hechos siguientes: en todo el tiempo que permaneció el ejército en Tucumán, que fue el de cuatro años, destinó sus sueldos sobrantes al socorro de las necesidades del mismo ejército, desterrando de su persona y casa todo lujo, y aún las comodidades más naturales y necesarias. Su diario vestido era una levita de paño azul. Su casita construida en la ciudadela a la manera del campo, era una choza blanqueada. Sus adornos consistían en unos escaños de madera hechos en Tucumán, una mesa de comer, su catre de campaña y sus libros militares. Comí con él varias veces. Tres platos cubrían su mesa, que era concurrida de sus ayudantes de campo y capellán. Cuando por motivo de la victoria de Salta le regaló el supremo gobierno o la Asamblea cuarenta mil pesos, los cedió íntegramente para la dotación de escuelas en Santiago del Estero, Salta, Jujuy y Tarija, que no las tenían, ni podían establecer. Cuando por orden del gobierno supremo vino con el ejército hasta la jurisdicción de Santa Fe, le pidió al gobernador sustituto de Córdoba don José Antonio Álvarez de Arenales, cincuenta pesos para mantenerse. Tal era entonces su situación.
Se había consagrado tanto al servicio de la Patria que no era fácil saber cuáles eran las horas de su descanso. Yo lo observé en Tucumán el año 16: ocupar todo el día en la atención del ejército, y continuos servicios doctrinales, salir de noche a rondar hasta las doce o más tarde, retirarse a esas horas e irse a escribir sus multiplicadas correspondencias que despachaba de su puño y mantenía con todos los gobiernos, con todos los pueblos, y con toda clase de gentes a favor de la causa de la Patria. Los maestros de postas y alcaldes Pedáneos de las provincias conocidos por su decidido patriotismo hacen vanidad de conservar sus cartas amistosas, y dirigidas todas al servicio público. Su constancia en los trabajos e infortunios ha sido probada con hechos memorables. No estoy informado de los pormenores de su conducta en la expedición del Paraguay ni en su primera campaña del Perú, pero la he observado de cerca en su último mando del ejército desde principios de 1816. Desde entonces tuvo que sufrir miserias extremas por que el ejército de los Andes para su jornada a Chile consumía todos los recursos del estado, y supo el general Belgrano sostenerlo en la más admirable disciplina, y mantenerlo sin extorsiones de los pueblos.
Cuando del año de 1819 bajó con su ejército de orden suprema motivo de la guerra civil con Santa Fe, regresaba yo al Gobierno de Córdoba, y lo encontré acampado en la Cruz Alta sobre las márgenes del río tercero en una estación lluviosa y fría, por el mes de mayo. Acababa de asaltarlo el primer ataque de la enfermedad de que murió: dormí en su tienda desabrigada y húmeda: observé, que pasaba la noche en pervigilio, y con la respiración anhelosa y difícil; sospeché gravedad en la enfermedad y le inste encarecidamente se fuera conmigo a Córdoba a medicinarse y reparar su salud: se excusó firmemente, contestándome que las circunstancias eran peligrosas, y que él debía el sacrificio de su vida a la paz y tranquilidad común. Al acercarse la primavera se trasladó el ejército a la capilla del Pilar sobre el río segundo, nueve leguas distantes de Córdoba, y a pocos días de acampado allí recibí carta de los jefes de los cuerpos, en que me anunciaban la gravedad de sus dolencias, me pedían al farmacéutico Dr. Ribero, y me exigían una visita a convencerlo de la necesidad de pasar a la ciudad a medicinarse. Mandé al facultativo y seguidamente vine yo a visitarlo, conocí todos los síntomas de una hidropesía avanzada: le insté, le supliqué por que fuésemos a la ciudad, y me contestó: la conservación del ejército pende de mi presencia, sé que estoy en peligro de muerte; pero aquí hay Capilla en donde entierran los soldados, y también se me puede enterrar a mí. Allí sufrió privaciones, necesidades, clamores del soldado, miserias increíbles: yo sabía la situación de su ánimo porque participaba de sus aflicciones como jefe de la provincia; pero jamás vi turbada su serenidad, ni alterada su firmeza.
A fines de 1819: luego que regresó de esta capital el coronel mayor D. Francisco Fernández de la Cruz a sustituirlo, le entregó el mando del ejército y partió para Tucumán esperando mejorar allí al favor del temperamento. Al pasar por los suburbios de Córdoba, pues no entró en la ciudad, salí yo con los jefes de la guarnición a cumplimentarlo, y despedirlo, y al separarse de él la escolta de 25 hombres del ejército que había venido acompañándolo bajaron improvisamente los soldados y sollozando le dijeron: a Dios nuestro general: Dios le vuelva a V. la salud, y lo veamos cuanto antes en el ejército. Este acto lo conmovió mucho, y me escribía de la posta que había tenido un día de abatimiento. Así sabía inspirar a sus súbditos el amor y el respeto.
Buenos Aires, 7 de Junio de 1821.”
PUBLICADO POR MANUEL ANTONIO DE CASTRO.
Publicado en Face de Manuel Belgrano.
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