El sistema impositivo argentino, con su amontonamiento inconexo de impuestos y tasas en distintas jurisdicciones, además de caótico, obra como una verdadera guadaña fiscal que impide levantar cabeza a quien intente prosperar y colocar en estado de subsistencia a cualquier emprendedor.
En primer lugar, Alberdi habla de “contribuciones” y no de “tributos”, esta distinción trata a los ciudadanos no como esclavos sino ciudadanos libres, la recaudación nunca podía obtenerse a costa de la prosperidad del individuo: “La tendencia natural de la renta pública es a ser grande y copiosa; pero en la doctrina económica de la Constitución argentina, la abundancia de la renta pública depende del respeto asegurado a la propiedad, la libertad, la igualdad, la seguridad, en el empleo de sus facultades destinadas a producir los medios de satisfacer las necesidades de su ser’’.
Señalaba que somos ‘’máquinas serviles de rentas, que jamás llegan, porque la miseria y el atraso nada pueden redituar”. Esta ‘’servidumbre fiscal’’ no se ha modificado, según el Banco Mundial; Argentina sigue siendo el segundo país con una mayor “tasa total de impuestos y contribuciones”. Las empresas argentinas pagan en impuestos un 106% por sobre sus ganancias. De cada 100 dólares que gana un empresario, 106 se le debe pagar al Estado. El Instituto Argentino de Análisis Fiscal identificó la existencia de 165 diferentes tributos en nuestro país.
Pensemos esto a la luz del yacimiento Vaca Muerta: “¿Por qué no se explotan en gran escala las industrias privadas... y duerme en sueño profundo y yace en oscuridad tan próxima a la indigencia esa tierra que produce? Por falta de capitales, de riqueza acumulada’’. El stock de IED en la Argentina, en lo que va del siglo XXI no para de caer. En el año 2000 representaba el 0,91% del total mundial y en 2019 ya era sólo 0,19%.
Para Alberdi los emprendedores son centrales a la hora de hacer realidad los objetivos de la constitución, eran quienes iban a promover el crecimiento del país y el progreso de sus habitantes: “Los capitales no tienen el poder de llevar a cabo esas grandes empresas, sino por medio de la asociación. Así, pues, la omnipotencia del capital, las maravillas de transformación y progreso que la América desierta espera de ese agente soberano de producción, residen y dependen de la asociación o compañía, que es la unión industrial de muchos para obtener un beneficio común”. Debía haber un cambio de actitud hacia el rol del empresario, quien debía ser visto como un héroe promotor del progreso: “La nueva política debe tender a glorificar los triunfos industriales, a rodear de honor las empresas de colonización, de navegación y de industria, a reemplazar en las costumbres del pueblo, como estímulo moral, la vanagloria militar por el honor del trabajo”.
Central en su análisis era la ley de presupuestos en el camino al desarrollo de una nación. “Si la economía es el juicio en los gastos (Say), la disipación es la locura en el gobierno y en el país. No hay un barómetro más exacto para estimar el grado de sensatez y civilización de cada país, que su ley de presupuesto. La ley de gastos (si habla la verdad) nos dice a punto fijo si el país se halla en poder de explotadores, o está regido por hombres de honor’’.
Asistimos a otra década de desequilibrios fiscales por una magnitud equivalente a la mitad de la economía, pero con una presión tributaria récord. Desde el 2009 hasta el 2019 volvieron a ser todos años de déficit fiscal acumulándose desequilibrios por aproximadamente más del 40% del PBI1, sin sumar el 2020/21. Déficits financiados con la riqueza de los trabajadores y una emisión monetaria destructiva: “El Gobierno que puede forzar al país de su mando a que le preste todo el producto anual de su riqueza, por la emisión de ese empréstito forzoso que se llama papel moneda inconvertible es un país perdido para la riqueza y para la libertad’’.
* Magister en economía política. Fundación Progreso y Libertad.
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