10 de Junio de 1982. Entregan sus vidas el Sargento Mario ¨Perro¨ Cisnero y el Sargento Ayudante Ramón Gumercindo Acosta, héroes caídos en combate en monte Dos Hermanas.
El 9 de junio a la tarde comienza a prepararse la emboscada. La compañía Comandos 602 es reforzada por una sección de Gendarmería Nacional, al mando del Segundo Comandante Santo. En las inmediaciones del monte Dos Hermanas, el Mayor Rico ordena una exploración por la zona, sin notar presencia enemiga. Con ésta seguridad, a eso de las nueve de la noche, se establece la emboscada, según el siguiente dispositivo de ataque:
Abajo del monte, como punta de lanza, un escalón de apoyo con una ametralladora, compuesta por el Sargento Cisnero como apuntador y el Teniente Primero Vizoso como auxiliar, más arriba, el Mayor Rico acompañado por el Capitán Ferrero y cerca de ellos, bajando hacia a la derecha, el escalón de seguridad con otra ametralladora operada por el Teniente Primero Enrique Rivas y servida por el Sargento Miguel Franco.
El escalón de asalto estaba dividido en dos fracciones, situadas en el bajo, a ambos costados: el Capitán Tomás Fernández con su sección a la derecha y el Segundo Comandante Santo con los gendarmes y otra ametralladora a la izquierda, varios hombres llevaban granadas de fusil. El Capitán Médico Ranieri se ubicó detrás y arriba de Rico, también armado con su fusil para caza mayor.
Finalmente, a 150 mts más elevado se hallaba el escalón protección y recibimiento, a órdenes del Capitán Villarruel. Y en la cima del Dos Hermanas Sur, estaba la sección del RI 4 mandada por el Subteniente Llambías Pravaz con una ametralladora.
Cerca de la medianoche la artillería enemiga cesó y sobrevino la calma. Repentinamente, el cielo se encendió con una intensa luz que iluminó la zona de combate. Las bengalas buscaban señalar los objetivos para la artillería. Desde su posición pudieron ver los fogonazos de las bocas de los cañones, ubicados en la ladera del monte Kent.
El intenso frío los afectaba cada vez más, estaban entumecidos. De repente los ingleses aparecieron, desplazándose hacia la “zona de muerte” de la emboscada. Eran fuerzas de elite del SAS.
Su presencia había sido advertida por el escalón de seguridad del Teniente Rivas. Mientras daban la voz de alarma, dejaron pasar la vanguardia inglesa (alrededor de 10 soldados), se trataba de una fuerza de entre 20 y 30 hombres.
De repente, el Perro abre fuego con su MAG, sorprendiendo a los británicos. Se desata el infierno. Toda la atención del enemigo se dirige a él, y recibe el impacto de un cohete Law de 66 mm, que dio de lleno en su posición.
La onda expansiva levantó a Vizoso por el aire, y cayó pesadamente sobre las rocas. Cuando reaccionó, le preguntó a su compañero: "Qué te pasa hermano?". El silencio fue la única respuesta. Lo dio vuelta, estaba muerto, con los ojos muy abiertos.
Quiso tomar la ametralladora, pero el pedazo más grande era una parte de la culata, otro del afuste y tramos de la banda con municiones.
Después de enfrentar a los ingleses, herido y desangrándose, escuchó la llamada de sus camaradas. Se dio vuelta y saludó al inerte sargento: “Chau, Perro, hasta el encuentro con la eternidad”.
En ese combate cae también el Sargento Ayudante Ramón Gumercindo Acosta.
Fragmento testimonial del 2do. Cte GNA Eduardo Santo:
“Esa noche estábamos avanzando cuando el enemigo lanzó bengalas que nos iluminaron y al instante nos atacaron con ametralladoras, veo que cae el Sargento Ayudante RAMÓN ACOSTA. Corro hacia él, quería incorporarse, pero no podía. Lo tomé con un brazo sobre mi hombro y empezamos a caminar mientras el fuego enemigo seguía y era infernal. A los pocos segundos, me dijo que tenía sueño. Se me hacía cada vez más pesado su cuerpo y noté que se aflojaba, que se estaba durmiendo. Sin embargo, no quería soltar su fusil. Me costaba cada vez más llevarlo. Llegó un momento que lo tuve que arrastrar de los pies. Veía los proyectiles trazadores como una lluvia horizontal. Todavía no sé cómo salí con vida. No sentía las piernas, no sabía si estaba herido. Acosta se desangraba, seguí arrastrándolo. En ese instante cayó un proyectil de mortero a unos pocos metros a mi espalda y por la explosión, su cuerpo cayó sobre el mío. A partir de ese momento ya no reaccionó. Le hablé, lo golpeé de desesperación, le grité, intenté revivirlo. Nada. Estaba muerto. Media hora después, el fuego cesó. Acosta, nuestro hombre ejemplar, otro más había ofrendado su vida. Pocos días antes se había jugado por salvar a los nuestros en el helicóptero que explotó. Había quedado lesionado, pero no se quejaba. Hasta que le tocó el combate que relato. No puedo olvidar, se estaba muriendo y no quería soltar su fusil. Por eso la muerte de Acosta, un hombre de combate, un experto, un valeroso soldado, un auténtico Gendarme, es la muerte de un héroe. Yo lo arrastré entre las piedras de Malvinas y no pude, no pude llevarlo más arriba. Ahora pienso que morir allí fue un honor y que lo tenía merecido”
CPHGAS.
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